domingo, 29 de mayo de 2011

Un hombre solitario



“Un hombre solitario” es el retrato de Ben Kalmen (Michael Douglas), hombre mayor, con un problema cardíaco que puede detonar en cualquier momento, pero fascinado por la belleza de las muchachas en flor. De eso se trata y de nada más. Las tensiones y conflictos giran en torno a las decisiones que debe adoptar a cada momento: ¿elige el placer inmediato de un encuentro sexual fugaz pero memorable, o se somete a la disciplina y a las lealtades que exigen su salud y la convivencia con su entorno más cercano y, acaso, querido? Las alternativas que se le presentan tienen a la vez costados dramáticos e irrisorios.

El asunto exige que todas las situaciones del filme se concentren en la presencia de Michael Douglas, en un papel escrito para él. Lo aprovecha con diestra soltura y parece representarse a sí mismo. El “viejo” mediático y seductor, empresario de gran éxito, conocido antes por todo el mundo gracias a su presencia televisiva (¿evocación de los días de “Las calles de San Francisco”?), confrontado ahora a problemas de salud, encarna los dilemas del envejecer y construye una “performance” en la que se pone en crisis y se observa a sí mismo. Como lo hicieran antes Jack Lemmon en “Save the Tiger”, o Paul Newman en “Veredicto”.

Los directores no pretenden mayor originalidad. Ni cargan la nostalgia, ni se orientan a la evocación, ni eligen el clima crepuscular al uso en las películas sobre el paso de los años. Ponen su cámara al servicio de Douglas y le dan a las acciones el tono más bien pausado que requiere la exposición de los miedos, entusiasmos, impulsos y decepciones que acosan a ese hombre de vocación solitaria e inmenso talento para hacer añicos el cariño y la confianza que algunos mantenían por él. Los mejores momentos de la película son los que muestran a Douglas conversando con Susan Sarandon y Danny DeVito, viejos amigos y actores sin falla.

Ricardo Bedoya

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