En un pequeño poblado del campo brasileño, sus habitantes “han olvidado morir”, según dice uno de ellos. O acaso no mueren porque el cementerio está cerrado. Aislados, envejecidos, silenciosos, viven sus rutinas inalterables iluminados por lámparas. Su vida social se limita a la asistencia a la iglesia porque a ese lugar ya ni los trenes llegan.
Todo ahí tiene un aire fantasmal, de ultratumba. La directora, Julia Murat, filma los interiores nocturnos con la luz focalizada en los rostros de los personajes que se mueven en la oscuridad absoluta. El claroscuro remite a la tradición del fantástico clásico –la bella foto de Nick Musuraca para los filmes de la R.K.O.- o a los contrastes de John Alton, con sus luces contrapicadas. Murat logra un estilizado trabajo de color que luce, por momentos, la distinción del blanco y negro.
Un día, a ese pueblo llega Rita, una joven fotógrafa, que planea estar tres días allí. Se aloja en la casa de una vieja pareja. Es el hogar de la anciana que hace los panes. La mujer descubre la cámara de Rita y la ve tomar fotos. Una técnica que la anciana asocia con la muerte (un hijo suyo murió posando para una foto) pero que, paradójicamente, resulta vivificante y para toda la comunidad.
Entre Rita y los habitantes del pueblo se pacta un contrato tácito, suscrito con la mediación de la fotografía. Las imágenes van a abrir el imaginario y el recuerdo de la anciana anfitriona, pero también la memoria de los pobladores del lugar, modelos oficiosos, que empiezan a elaborar esas historias que existen al ser recordadas: la novia que terminó siendo cuñada; el matrimonio con el italiano; la muerte del hijo, entre otras.
También se convierte en historia –ancestral historia- la elaboración de la masa del pan, una de las mejores secuencias de la película. Escena de intercambio y entrega de una tradición. “Tú me das las imágenes –es decir, transformas mi manera de ver el entorno y lo cotidiano y me enseñas su belleza- y yo te doy el secreto de mi arte del pan”, bien le puede decir la vieja a Rita.
Es la primera y prometedora película de la realizadora Julia Murat, hija de Lucía Murat, de la que veremos el documental “Un largo viaje”, en la competencia respectiva. Hay en “Historias que solo existen cuando son recordadas” un costado documental que roza lo etnográfico, pero que está trasformado por la capacidad de la realizadora para adentrarse en los terrenos del cuento de estirpe intemporal y repercusiones fantásticas.
Ricardo Bedoya
1 comentario:
Por momentos me recordó YO CAMINÉ CON UN ZOMBIe
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