Sin ánimo de triunfalismo nos corresponde -al fin y al cabo este un blog peruano en el espacio sin fronteras de la red- destacar el valor de Octubre a propósito del nuevo galardón obtenido por la película de los hermanos Daniel y Diego Vega en el Festival de Mar del Plata. Más aún porque acaba de reproducirse en este mismo blog una opinión demoledora del crítico argentino Quintín en su blog La lectora provisoria. Me adelanto a señalar que el nivel del cine argentino y latinoamericano en su conjunto visto en el Festival deja bastante que desear y que este no parece ser un año especialmente afortunado en hallazgos creativos para el cine de la región, con lo cual no quiero restarle méritos a Octubre, pero tampoco elevarla a la categoría de gran película.
Se trata no sólo del mejor estreno nacional, junto con Paraíso, de Héctor Gálvez, en el año 2010, sino de un film que puede dialogar con otros que se hacen en diversos puntos del planeta en términos de igualdad de condiciones en lo que se refiere al rigor de la propuesta, el ejercicio estilístico y la elaboración de un relato no convencional. Puede que el logro expresivo esté por debajo del conseguido por otras películas. Menciono de paso algunos títulos vistos en Mar del Plata que me parecen superiores como los dos del coreano Hong Sang-soo (Hahaha y La película de Oki), Poesía, del también coreano Lee Changdong, Tournée, del francés Mathieu Amalric o Martes, después de Navidad, del rumano Radu Muntean. Pero, aún por debajo de ellas, Octubre no desmerece en una selección compartida y eso no es poco decir en una cinematografía escasa como la peruana en la que muy pocas películas están en condiciones de confrontarse en secciones competitivas de festivales con un mínimo de exigencia. Aclaro, para evitar cualquier confusión, que en el caso concreto de Mar del Plata, Octubre no compitió con esas películas, pero hubiera podido hacerlo sin pasar vergüenzas.
Por cierto, me parece saludable que se emitan opiniones a favor y en contra de cualquier filme, siempre que las opiniones se sustenten y no se suelten así no más. Quintín, que suele ser muy provocador, y aunque en forma muy breve, explica porqué considera un bodrio y siniestra a la película peruana. No estoy de acuerdo con sus juicios que, de manera casi literal, y salvando las diferencias geográficas, podrían aplicarse a las películas de Aki Kaurismaki que, como se ha dicho, constituyen un referente muy claro y nada disimulado del estilo que aplican los hermanos Vega. No me parece muy pertinente, en cambio, la referencia al realismo sórdido de algunas películas mexicanas que, pese a no estar mencionadas, serían para Quintín el modelo de Octubre. Me refiero, entre otras, a Japón y Batalla en el cielo, de Carlos Reygadas, Sangre y Los bastardos de Amat Escalante, Parque Vía, de Enrique Rivero. No comparto, tampoco, la impresión desfavorable que Quintín ofrece de ese cine mexicano que presenta un retrato entre brutal e impávido de esos límites inciertos que separan a la civilización de la barbarie, a la normalidad de la anormalidad.
Pero Octubre es otra cosa, es la aproximación a un universo precario habitado por sobrevivientes de lo que parece ser una eterna crisis social y económica y, que no obstante, no se enfrentan a esos límites cerrados y perentorios de las cintas mexicanas mencionadas en las que apenas si hay, a veces, una ironía impiadosa. En cambio, el tono que se desliza en Octubre es, comparativamente, más ponderado y tolerante sin por ello perder su lado irrisorio y clownesco, especialmente en la configuración del usurero que interpreta Bruno Odar. La de los hermanos Vega no es, por otra parte, la mirada del entomólogo que observa fríamente a sus criaturas en una suerte de laboratorio, sino la del estilista que perfila la existencia de unos seres desamparados que se mueven en un entorno inhóspito, el que va de la vivienda al hospital, pasando por las calles aledañas de esa ciudad que es y no es Lima. No porque se oculte la fisonomía urbana de la capital (qué más identificable con Lima que la procesión del Señor de los Milagros), sino porque se crea una identidad diferenciada y peculiar, propia del filme, tan particular como puede ser el Helsinki de las imágenes de los films de Kaurismaki o los barrios japoneses de los filmes criminales de Takeshi Kitano.
Isaac León Frías
Se trata no sólo del mejor estreno nacional, junto con Paraíso, de Héctor Gálvez, en el año 2010, sino de un film que puede dialogar con otros que se hacen en diversos puntos del planeta en términos de igualdad de condiciones en lo que se refiere al rigor de la propuesta, el ejercicio estilístico y la elaboración de un relato no convencional. Puede que el logro expresivo esté por debajo del conseguido por otras películas. Menciono de paso algunos títulos vistos en Mar del Plata que me parecen superiores como los dos del coreano Hong Sang-soo (Hahaha y La película de Oki), Poesía, del también coreano Lee Changdong, Tournée, del francés Mathieu Amalric o Martes, después de Navidad, del rumano Radu Muntean. Pero, aún por debajo de ellas, Octubre no desmerece en una selección compartida y eso no es poco decir en una cinematografía escasa como la peruana en la que muy pocas películas están en condiciones de confrontarse en secciones competitivas de festivales con un mínimo de exigencia. Aclaro, para evitar cualquier confusión, que en el caso concreto de Mar del Plata, Octubre no compitió con esas películas, pero hubiera podido hacerlo sin pasar vergüenzas.
Por cierto, me parece saludable que se emitan opiniones a favor y en contra de cualquier filme, siempre que las opiniones se sustenten y no se suelten así no más. Quintín, que suele ser muy provocador, y aunque en forma muy breve, explica porqué considera un bodrio y siniestra a la película peruana. No estoy de acuerdo con sus juicios que, de manera casi literal, y salvando las diferencias geográficas, podrían aplicarse a las películas de Aki Kaurismaki que, como se ha dicho, constituyen un referente muy claro y nada disimulado del estilo que aplican los hermanos Vega. No me parece muy pertinente, en cambio, la referencia al realismo sórdido de algunas películas mexicanas que, pese a no estar mencionadas, serían para Quintín el modelo de Octubre. Me refiero, entre otras, a Japón y Batalla en el cielo, de Carlos Reygadas, Sangre y Los bastardos de Amat Escalante, Parque Vía, de Enrique Rivero. No comparto, tampoco, la impresión desfavorable que Quintín ofrece de ese cine mexicano que presenta un retrato entre brutal e impávido de esos límites inciertos que separan a la civilización de la barbarie, a la normalidad de la anormalidad.
Pero Octubre es otra cosa, es la aproximación a un universo precario habitado por sobrevivientes de lo que parece ser una eterna crisis social y económica y, que no obstante, no se enfrentan a esos límites cerrados y perentorios de las cintas mexicanas mencionadas en las que apenas si hay, a veces, una ironía impiadosa. En cambio, el tono que se desliza en Octubre es, comparativamente, más ponderado y tolerante sin por ello perder su lado irrisorio y clownesco, especialmente en la configuración del usurero que interpreta Bruno Odar. La de los hermanos Vega no es, por otra parte, la mirada del entomólogo que observa fríamente a sus criaturas en una suerte de laboratorio, sino la del estilista que perfila la existencia de unos seres desamparados que se mueven en un entorno inhóspito, el que va de la vivienda al hospital, pasando por las calles aledañas de esa ciudad que es y no es Lima. No porque se oculte la fisonomía urbana de la capital (qué más identificable con Lima que la procesión del Señor de los Milagros), sino porque se crea una identidad diferenciada y peculiar, propia del filme, tan particular como puede ser el Helsinki de las imágenes de los films de Kaurismaki o los barrios japoneses de los filmes criminales de Takeshi Kitano.
Isaac León Frías
3 comentarios:
Sí claro, que "la opinión no se suelte así nomás"... La verdad es que Quintín lo hace, suelta la opinión así nomás... Pero ahí sí, León Frías no pide debate no? porque seamos francos, Quintín lo dejaría en la lona al toque...
Mi comentario polemiza con el de Quintín, anónimo de las 17:36. Debate su escasa argumentación. No le corro al debate ni a Quintín(hemos discrepado en otras ocasiones) ni a Jonathan Rosembaum ni a nadie.
Y no debato para ganar o para perder, anónimo, sino para intercambiar ideas, para cotejar impresiones, para señalar diferencias. Ese es el sentido de un debate. No es un match de box ni se trata de tirar a la lona a nadie, como el ignorante anónimo (siempre los anónimos!!) supone.
Isaac León Frías
León contradice a Quintin y da sus
razones. No le corre al debate.
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