En “Prometeo”, Ridley Scott nos embarca en un viaje que busca descubrir el origen de los ingenieros extraterrestres que lo crearon todo, aquí, en este planeta.
Viaje que hacemos en compañía de algunos personajes especialmente interesados en averiguarlo, acaso para compensar sus propias carencias.
Noomi Rapace es una científica que no puede fecundar. Charlize Theron es la hija de un magnate todopoderoso, tiránico propietario de la nave espacial, que apuesta por la fantasía de la rebelión. Michael Fassbender –hermanastro tecnológico de Charlize-, el personaje más fascinante y logrado, es un robot manipulador y vanidoso que evoca los modales y pinta del Bowie de “El hombre que cayó a la tierra”. Un androide que nos descubre, de modo retrospectivo, que acaso Lawrence de Arabia era un “replicante”.
Todos ellos quieren descubrir el enigma de la creación porque no están satisfechos con lo que sus creadores les hicieron. Se sienten incompletos, inacabados, imperfectos. Descubrir el misterio de la creación será como regenerarse. Como intentar robar el fuego del Olimpo y lograr la reconstitución corporal de Prometeo a la vez.
Pero antes del tránsito hacia lo extraordinario, Scott filma lo ordinario. Las rutinas del humanoide Fassbender, mecanizado en sus gestos y con un rictus inexplicable de lo que acaso sea una sonrisa en el rostro, le conducen a ensayar los actos de estoicismo y resistencia al dolor que practicaba Peter O’Toole en el clásico de David Lean. En la soledad de ese androide también está la huella de Bowman y Poole, los tripulantes despiertos de Discovery 1, la nave de” 2001”. Esos son los mejores momentos de “Prometeo”: cuando el formidable Fassbender está solo, recorre espacios, camnia con andares de gran ambigüedad y ejecuta sus acciones (no digo más)
Pero la exploración, como la de “Alien”, se transforma en un episodio de horror. No se puede desafiar a los titanes que lo crearon todo. Llegados a su destino y delante de los vestigios de la civilización extinguida, el cineasta convertido en recreador de su propio pasado se lanza a producir lo “déjà vu” en el “Alien” original, sus secuelas, y varias imitaciones: escenarios confinados que lucen como cuevas prehistóricas o escenarios de cultos religiosos bárbaros; una oscura materia orgánica que se halla en el lugar; seres alienígenas viscosos que provocan horror y asco a la vez, y seres que penetran en los cuerpos de los expedicionarios porque en las fantasías de “Alien” y “Prometeo” la monstruosidad está ligada con la sexualidad. No solo porque los seres parecen conjugar las formas de los aparatos sexuales masculino y femenino, sino porque se alojan o surgen de cavidades asociadas con la reproducción o la fecundidad.
Scott es un realizador con mucho oficio y consigue que el miedo, la repugnancia y cierto sobrecogimiento religioso se impongan en la atmósfera de la película, que tiene fuerza y potencia visual .
Pero, lástima, las leyes inflexibles del blockbuster veraniego terminan por pasar factura en el último tercio. Las líneas narrativas se aceleran y empiezan los trucos y sorpresas de guión, las peleas entre monstruos se ponen en primer plano y la lógica de la película de gran espectáculo se impone. Todo se sacrifica en aras de la secuela anunciada. Aunque tal vez ella nunca llegue: los resultados económicos de “Prometeo” no han sido los esperados.
Ricardo Bedoya
2 comentarios:
Al parecer, Prometeo sigue la misma línea de Blade Runner, una gran obra cinematográfica de culto: la criatura en busca del creador esperando obtener respuestas. A pesar de no haber visto aún la película, pero al leer esta descripción, noto esa cierta continuidad que guardan ambos films del mismo director.
El toque Freudiano suena también muy interesante, espero llegue muy pronto a las salas de los cines de Piura.
El último párrafo me hizo traer a la mente de manera casi instantánea un fragmento del guión de de "Habana Blues": "Business is business, el artista puro ha muerto".
¿y que tal te pareció el uso que hace Scott del formato 3D?
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