El diario chileno "La Tercera" publica un interesante artículo de J. Letelier y F. Zúñiga sobre el "cine de festivales" chileno y su difícil relación con el público.
A más premios, menos público: lo que ocurre en Chile es lo que ha ocurrido en Perú con películas como "Días de Santiago", "Paraíso", "Octubre", "Las malas intenciones", entre otras. En el Hollywood de la era clásica hablaban de "veneno de taquilla" para designar a los factores que alejaban al público de una película. Entre nosotros, la calidad fílmica reconocida y premiada en festivales importantes se ha convertido en un estigma; los premios en festivales son "veneno de taquilla". ¿Llegará el momento en que el director de una Palma de Oro o de una recompensa significativa decida silenciarla para no perjudicar el recorrido comercial de su pelìcula?
Aquí tienen el artículo sobre la situación chilena, en la que podemos reconocernos con gran facilidad:
"Si fuera una ecuación, la relación sería inversamente proporcional: a más premios y prestigio en el exterior, menos es el público que se interesa por verlo dentro del país. Así puede resumirse el estado del cine chileno “de festivales” respecto del interés que despierta en las salas locales.
Pero no se trata de simples cifras, sino que de un fenómeno cultural como el cine, por lo que la situación es más compleja. Esa ha sido la realidad de un grupo importante de cintas que en los últimos años han posicionado al cine chileno en el exterior. ¿Títulos? Huacho, Ilusiones ópticas, Gatos viejos o Post mórtem.
Este hecho, que se arrastra al menos desde el 2010, ha tenido en el primer semestre del 2012 uno de sus más magros rendimientos de taquilla respecto de este tipo de filmes en multisalas (a la espera de lo que puedan hacer el segundo semestre títulos como Stefan v/s Kramer, No y Qué pena tu familia): Bonsái llevó poco más de 6.400 espectadores), Mi último round (1.500 aprox.), El año del tigre (3.000 aprox.) y Joven y alocada, que logró cerca de 40.000, pero cuyo lanzamiento tuvo más copias y una fuerte campaña en los medios, junto con su premio en Sundance.
“Las películas de arte en general no venden en Chile”, sostiene Carlos Hansen, director de BF Distribution. Para el ejecutivo, esto apunta a factores como una fallida distribución, una “mala educación” cinematográfica del público y la ausencia de cines de arte con comodidades. “Falta especialización en los distribuidores, hay poca cultura del público, y en estas salas te mueres de frío”, resume.
Para Hansen, la presencia del Estado como un sostenedor a largo plazo es crucial. Algo que buscó hacer con la sala BF Huérfanos, pensada como plataforma de exhibición para el cine chileno. Este cine -poco después de su lanzamiento, en mayo del 2011- recibió un monto de 125 millones de pesos del CNCA, pero este año no logró subvención y su realidad se hizo crítica: a partir del 1 de agosto cerrará sus puertas. “No funcionó como negocio, porque el arriendo de la sala era muy caro, pero las cintas chicas vendieron un 60% de su total ahí: no es malo. Lo que había que hacer es crear un hábito, pero eso se hace a largo plazo”, cuenta.
Distribución y cultura
Lejano queda el año 2001, cuando Taxi para 3 logró la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián, el mayor premio hasta ese entonces de una cinta chilena, y su eco retumbó en las boleterías locales: casi 340.000 personas vieron el filme de Orlando Lübbert. Hoy, a la luz de las cifras, no parece relevante que una película local obtenga importantes premios en el exterior.
“Al público no le interesa si gano o no premios, le interesa la premisa”, explica el cineasta Nicolás López. “Las películas de festivales no son destinadas para grandes públicos. Se habla de dos tipos de cine, el cine de esquinas claras y el de esquinas difusas, y en este último es mucho más complejo describir la trama”, dice el autor de Qué pena tu vida y Qué pena tu boda, las que sumadas han llevado a más de 300.000 personas a las salas.
Para Marialy Rivas, directora de Joven y alocada, las causas principales son culturales: “El cine de festivales es por esencia cine de autor, no cine de entretenimiento. Entonces, este supuesto divorcio no es un problema de los autores, es el problema de una sociedad que tiende al entretenimiento y no a la cultura”.
Si es un fenómeno cultural, entonces el crear hábitos es crucial y el rol del Estado, primordial. Así lo refrenda Hansen: “El Estado apoya la producción, pero no la exhibición. Como industria, las fuerzas no están muy alineadas”, dice.
“El recurso escaso es la pantalla”, complementa el productor Bruno Bettati (Bonsái, Gatos viejos), “necesitamos más pantallas grandes (salas propias o un “new deal” con los exhibidores) y pantalla chica (un canal de TV propio o un “new deal” con canales)”, explica. Bettati, en cualquier caso, no cree en el distanciamiento de público y películas: “No considero que haya un ‘divorcio de la sensibilidad’. Apelar a que los directores le den al público ‘lo que este quiere ver’ es trasladar la nefasta lógica del rating televisivo a las salas. Justamente, la virtud del cine como contenido y como producto es que tiene autores”.
El artículo sigue aquí: http://diario.latercera.com/2012/07/22/01/contenido/cultura-entretencion/30-114363-9-cine-chileno-y-su-esquiva-taquilla-razones-de-su-divorcio-del-publico.shtml
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