“Blancanieves y el cazador” es una variante tenebrosa, épica y de acentos feministas del famoso cuento.
El plato fuerte es Charlize Theron como la villana con poderes sobrenaturales que busca apoderarse del reino y deshacerse de Blanca Nieves. Es la madrastra que guarda un resentimiento antiguo contra los hombres, enfrenta todo rasgo de dominación patriarcal y aspira a la juventud eterna. Para ello se alimenta con la savia de jóvenes doncellas, en una distorsión vampírica de la leyenda de la Condesa Báthory, tal como la recreó Peter Sasdy en la apasionante y casi desconocida “La condesa Drácula” –que podrá verse en el ciclo sobre cine de vampiros que está proyectando la Biblioteca Nacional- sin dejar de echar el ojo a los varones fornidos del reino para someterlos en su ancestral rencor. Detalle atractivo que insinúa aquí el factor de competencia sexual de la villana con Blancanieves que apreció Bruno Bettelheim en su lectura del cuento de los Grimm.
Competencia desequilibrada porque cuando Charlize le pregunta al espejo quién es la más bella, el espejo solo le dice la verdad. Ella es la más bella, y la más cruel también. Y no tiene mayor contrapeso en Kristen Stewart, la Blancanieves de este cuento distorsionado. Una Blancanieves con agencia y motivación pero más bien asexuada, al menos durante toda su travesía. Esta Blancanieves no espera que los enanitos acudan a salvarla porque tiene recursos propios. Lucha, se enfrenta, sabe escapar, resistir y golpear, y hasta arenga a las masas. Llegado el momento, se convierte en líder y guerrera, evocando algún clásico shakesperiano filtrado desde la sensibilidad de estos tiempos, más cercanos a la épica de “El señor de los anillos” o de “Juego de tronos”. Blancanieves se pone la armadura de Juana de Arco o se disfraza de San Jorge para enfrentar al dragón en el castillo de la bruja.
La originalidad de la película está en su clima, su atmósfera, su tratamiento visual, su imaginería medieval, los giros que la llevan del cuento infantil al relato legendario, a la fantasía épica, al espectáculo de efectos especiales, al vehículo para mostrar a Charlize Theron jugando en serio a una bella e incestuosa malvada. El director Rupert Sanders le pone toques de pesadilla gótica a la historia y crea un bosque con espacios ominosos, pero también con remansos de tranquilidad y relajado lirismo. En ellos, Sanders, que proviene de la publicidad, deja escapar algunos tics de su oficio y baña la imagen con el consabido barniz de la cursilería: focos suaves, desenfoques, cámaras lentas. El episodio del encuentro con los enanos –divertido reconocer los rostros de conocidos actores encogidos por la tecnología digital- es uno de los mejores del film. La muerte de uno de ellos y la ceremonia fúnebre evoca los ritos mortuorios primitivos de las películas clásicas. En ese momento -solo en ése- recordé "Los vikingos".
Ricardo Bedoya
2 comentarios:
charlize no me convencio, me parecio sobreactuada, pero debo estar equivocado porque ha ganado un oscar y ademas, de lo poco q lei en internet, todos hablan bien de su actuacion.
blancanieves esta mas buena que el pan, pero muy poco femenina (por no decir machona).
No hay forma. Entre la insípida Kristen Stewart y la ESPECTACULAR Charlize Theron no hay como equivocarse. Ese espejo necesitaba lentes.
A mí me pareció que su performance fue deliberadamente sobreactuada. Definitivamente, lo mejor de la película.
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