Un grupo de trabajadores petroleros sobrevive un accidente de aviación. Deben enfrentar entonces el clima congelado de Alaska. “Un día para sobrevivir” tiene el aspecto de una añeja película de aventuras. La dirige Joe Carnahan y tiene a Liam Neeson como el líder del grupo que enfrenta a una jauría de lobos que salen a defender su territorio. Es el viejo cazador que conoce los trucos del oficio y las mañas de sus enemigos y en el riesgo extremo encuentra un último impulso de vida. Y es que está de vuelta de todo, incluso del intento de franquear las resistencias del instinto de conservación.
La foto granulosa y de aspecto desaliñado y la luz de las antorchas o de la fogata son los elementos que resaltan el carácter áspero y casi rudimentario de la imagen. La fuerza del paisaje aporta el carácter necesario a esta historia de difícil lucha por la supervivencia.
La película concentra la acción y convierte el acoso de los lobos en la situación central. El aspecto de los animales, sus ojos brillantes en plena noche y la flagrante falsedad de su apariencia digital deslizan la cinta por las rutas del cine fantástico. En medio del frío y en la oscuridad, la aparición de los animales linda con el terror. Y en sus mejores momentos, cuando muestra a los hombres relajados, conversando acerca de sus deseos o desafiando con arrogancia o crueldad a sus rivales, pero también temiéndoles y hasta respetándoles, la película evoca los acentos del western. Ahí están los hombres aislados y amenazados por la naturaleza, como esos vaqueros acosados por el paisaje agreste del Oeste en pleno territorio comanche.
“Un día para sobrevivir” se debilita, en cambio, cuando insiste en los "flashes" que traen al presente la memoria familiar de los personajes. A pesar de eso, no deja de ser una sólida y atractiva película de género.
Ricardo Bedoya
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