martes, 12 de octubre de 2010

Nacido para matar, de Stanley Kubrick


El lugar común trajina el término genio para referirse a Kubrick. Es difícil entenderlo si se analizan sus cintas con alguna atención, pero tal vez quiera aludir a un cineasta que franqueó límites y buscó establecer nuevos estándares en cada película. Sin embargo, ¿esa supuesta originalidad no es acaso la de los géneros que frecuentó para pervertir –hipertrofiándolos- antes que para trascender?

Se ha estudiado poco la relación de Kubrick con los géneros, a los que apeló desde su primera cinta con una contradictoria actitud de sumisión a sus reglas generales y escepticismo frente a lo particular o específico de ellos. Kubrick, racionalista y enfático, dio cotidianeidad a la ciencia ficción, explicó la psicología y la geometría del horror, sustentó los conflictos de clase del peplum, agrió el humor político y nos convenció que los filmes de época podían perder su natural gracia y dinamismo (adiós Cottafavi, Fredda, George Sidney) para convertirse en ilustres "conversation pieces". En Nacido para matar (Full Metal Jacket) conduce al cine bélico, ese territorio del peligro y el miedo a lo desconocido que le debe por partes iguales a la aventura y al drama humano, a un campo de enfrentamiento pulsional, donde los atavismos rondan sueltos.

Nacido... es una película partida en dos, como otras de Kubrick, lo que llevó a Gilles Deleuze a compararlas con los hemisferios cerebrales. En la primera parte seguimos con detalle el entrenamiento militar de un grupo de marines en Parris Island. El instructor aplica el tratamiento Ludovico al revés. Si al Alex de Naranja mecánica se le querían extirpar los resortes de la agresividad, aquí se convocan los gérmenes de la violencia y el instinto de matar. La situación evoca la de otras películas de aprestamiento castrense, como Forja de valientes (Take The High Ground, de Richard Brooks), pero con una diferencia: el sargento instructor (Lee Ermey) hace las veces de Richard Widmark, pero luego de recibir una sobredosis de esteroides y anfetaminas. Se pasea, además, erguido, desafiante, penetrante, mostrado en ligero contrapicado; es, en una palabra, la encarnación del falo. Sus órdenes, proclamas, insultos y agresiones crean un discurso crispado pero hipnótico que satura la banda sonora, mientras Kubrick firma cada imagen: se suceden los travellings que penetran el campo visual perfilando unas líneas de fuga dilatadas por el gran angular. Los reclutas se ven encajonados, encarrilados, incapaces de escapar a un destino programado: serán máquinas de exterminio. La fuerza de ese segmento nace de una geometría de choque, de la puesta en escena que es, en realidad, la puesta en orden de algún recóndito laberinto geométrico y cerebral.

En la segunda parte, los marines –programados para su misión- parten hacia un Vietnam que se debate durante la ofensiva del Tet. No es el Vietnam infernal de El francotirador, ni el alucinatorio de Apocalipsis ya, ni el de la crispación y la inexperiencia de los jóvenes reclutas de Pelotón. Allí, toda la disciplina del género se relaja y el relato se disuelve en un archipiélago de incidentes diversos, que es síntoma de la confusión de los soldados y de su inicial cautela de ejecutar la orden “Enter” y ponerse a disparar.

Es un Vietnam irreal, con más recovecos que el hotel Overlook de El resplandor. Una versión expansiva del universo concentracionario de la primera mitad y un paisaje de la mente, recreado en un estudio londinense sembrado de palmeras artificiales y recreado con los colores más fríos del espectro. Los “educados para matar” siguen su camino en ese lugar infestado de francotiradores, pero encuentran alguna expresión en el personaje de Joker (Matthew Modine, que luce en su uniforme un símbolo pacifista al lado de la inscripción “born to kill”). Él resume las contradicciones que recorren la visión de Kubrick, al que le repugna y fascina la guerra, ese contratiempo natural en el desarrollo del temperamento humano, amasijo de agresividad y tensiones. Joker “pasa al acto” en la antológica secuencia de enfrentamiento con la joven sniper. Repite allí el gesto primordial del simio de 2001 cuando convierte el hueso en arma. El hombre, ese asesino natural, que marcha triunfal al son del himno del club de sobrinos de Mickey Mouse.

Ricardo Bedoya

2 comentarios:

falico dijo...

Jaja, no se me habia ocurrido verlo como un falo. Claro si tiene hasta glande por el sombrero.

Anónimo dijo...

Es la mejor pela de Kubrick de la última época. Kubrick es mejor cuando filma enfrentamientos físicos pero cuando se la da de filósofo es un tostón.