jueves, 9 de octubre de 2008

Buscando un amor


Buscando un amor es el título con que se exhibe My Blueberry Nights, la última película de Wong Kar-Wai

Esta vez filma en Estados Unidos, con actores angloparlantes, alejándose por primera vez de los intérpretes asiáticos. Pero eso no importa porque, una vez más, vemos un mundo fantasmagórico, como el de Buenos Aires en Happy Together o el de Hong Kong en tantas otras películas, que existe sólo como impresión, destello, reflejo, difusión cromática, efecto ilusorio, y de personajes que se dicen cosas pero que apenas se entienden porque están separados por miles de kilómetros o por alguna incomprensión.

Buscando un amor es una notable película “menor”. Carece de la intensidad, perfección y amplitud de Happy Together y Con ánimo de amar. Tiene desniveles y tropiezos. A ratos es verbosa y lánguida y las actuaciones no están todas en el mismo nivel. Pero a pesar de eso, luce la huella de la personalidad del autor: un estilo visual trabajado al detalle, una suave melancolía que lo envuelve todo, el tono de balada amorosa, la trayectoria más o menos errática de sus personajes marginales, perdedores, arrinconados, soñadores, sentimentales, que tratan de recuperar un amor pasado o un tiempo clausurado. Y que viajan sin fin, como esos trenes acelerados que vemos en incesante leitmotiv visual

Porque Buscando un amor es como una ronda de nostálgicos o desesperados que salen al encuentro de Elizabeth (la cantante Norah Jones) para recordarle que su viaje tendrá tal vez un destino feliz pero breve porque todo está bajo el signo de lo provisorio. Como la relación del policía (David Strathairn, emocionante en la escena del asesinato frustrado) y Sue Lynne (Rachel Weisz), que pasa por la humillación y la nostalgia final, o la de Nathalie Portman y su padre, mezcla de odio y apego. Un personaje marginal y brevísimo, el que encarna la cantante Cat Power (con su nombre real, Chan Marshall), resume bien el espíritu de esta película: la mujer llega de un viaje y se detiene en la puerta del restaurante de Jude Law sólo para sentir la sensación del pasado, algún aroma, el clima del momento en que fue feliz; luego, desaparece para siempre de la acción.

El cine de Wong Kar-Wai es así: evocativo, impresionista, fragmentario, atento a la captación de los “momentos privilegiados” por el afecto y la memoria, de tramas débiles pero cargadas afectivamente. Por eso, sus recursos formales preferidos son los que tienen que ver con la prolongación o la aceleración del tiempo, la cámara lenta y el acelerado. Con el ralentí trata de dilatar el presente, fijar un recuerdo, descomponerlo, recuperar un gesto bello (como la caminata de Rachel Weisz aquí, o los recorridos de Maggie Cheung en Con ánimo de amar), o trazar una línea de composición visual tan frágil o sensual como las líneas de la crema avanzando por el pastel de moras o las volutas formadas por el humo de un cigarrillo. Con el acelerado, en cambio, busca propulsar el tiempo hacia un destino que debe llegar pronto, ya que todos andamos de paso.

Wong Kar-Wai es un formalista, acaso un manierista, y privilegia el fetichismo de los volúmenes, las siluetas, los contornos, los objetos. Tanto como los personajes importan aquí las texturas de la torta de moras, los reflejos de la vitrina que separa a Jude Law de Norah Jones, los brillos del neón sobre los autos, los desenfoques de la cámara de vigilancia sobre el bar, las llaves que dejan los clientes del local, como si fueran viajeros en escala. Signos de un cine de flujos emocionales, de intensidades varias, de modulaciones afectivas antes que de historias netas y tramas macizas.

Ricardo Bedoya

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Se le pasa un poco la mano en los brillos y reflejos.

santiago dijo...

Esta película ha sido tratada injustamente por ser resultado del acercamiento de Won Kar Wai al eje comercial, pero ese es otro tema. El fondo de la película puede no alcanzar a sus otras obras,pero la estética tiene el sello único del asiático, el trabajo de los colores es un deleite, el neon urbano, las luces del tren a velocidad. Pequeños y hermosos detalles. Ojalá el estreno de la peli motive algún post sobre el color en el cine, la evolución de su uso, nuevas tendencias, etc. Un saludo desde Piura.

santiago dijo...

Esta película ha sido tratada injustamente por ser resultado del acercamiento de Won Kar Wai al eje comercial, pero ese es otro tema. El fondo de la película puede no alcanzar a sus otras obras,pero la estética tiene el sello único del asiático, el trabajo de los colores es un deleite, el neon urbano, las luces del tren a velocidad. Pequeños y hermosos detalles. Ojalá el estreno de la peli motive algún post sobre el color en el cine, la evolución de su uso, nuevas tendencias, etc. Un saludo desde Piura.

Anónimo dijo...

Confieso que adoro "Happy Togheter" a la que vuelvo una y otra vez, disfrutándola siempre. Tal vez por eso mismo detesto este "Buscando un amor" que me parece cáscara y aspaviento, mostración hartante y compulsiva de recursos formales que se han convertido en tics, manías frenéticas.

De "Happy Togheter" debe haber aprendido el -pese a todo- querido Wong a valorar ese efecto de entrever personajes a través de ventanales enturbiados por la grafía de "Bar Sur" o "Bar Unión" que tiene, de manera real, el bar porteño en el que se reencuentra la pareja de homosexuales (los que quieren esta película pueden visitar este bar en San Telmo). Como vemos, la realidad le impuso ese descubrimiento que ahora lo ha convertido en hartante muletilla audiovisual: los ventanales del bar de Jude Law y los otros en los que recae Norah Jones están, ¡oh, sorpresa!, atiborrados de palabras luminosas hechas con neones multicolores que sirven para entubiar el encuadre. Además, alterna encuadres hechos con travellings vaporosos que se suceden por difuminados con los que pretende construir esa atmósfera de vaguedad y extravío que, en Happy Togheter, procedia del humo de los cigarrillos vistos en ralenti y, sobre todo, de los personajes mismos.

Ese aire de suspensión existencial que proyectan los personajes (y los actores habituales) de Wong Kar Wai quiere ser, ahora, reconstruido por un guión que confunde el extravío de los personajes con el extravío narrativo.

Tan malo como todo lo anterior es la música de Jones incrustada con insistencia machacona en la película, como queriéndonos obligar a sentir languidez y melancolía que ha sido incapaz de generárnoslo de otra manera.

Todo esto que describo me hace, por supuesto, un sujeto triste que hubiera querido que el genio de Wong Kar Wai se hubiera abierto camino al irse tan lejos de su sistema habitual de producción, díscolo y caprichoso, pero efectivo, como lo prueban varios de sus filmes anteriores.

En el dolor, hermanos.

Anónimo dijo...

Y los recomendados del festival de cine europeo?