Ver películas en cable puede ser una tortura. Por ejemplo, en Turner Classic Movies, que es un canal asesino. Al menos, en la versión que llega a estos predios, los del subdesarrollo.
Y es que gracias a Turner hay personas que ignoran que Casablanca es en blanco y negro y que alguna vez el cine dejó el formato tradicional de 1:1.33 y pasó a aprovechar las posibilidades de la pantalla rectangular, de proporciones amplias y presencia panorámica.
TCM colorea películas y las deja como maquilladas para convertirse en tortas de cumpleaños. Y, peor aún -el coloreo se puede remediar dejando la pantalla del monitor en blanco y negro-, les corta los extremos del encuadre a hachazos y desconoce el CinemaScope, el Vistavision, el Panavision o cualquier otro formato que no se acoja a la proporción estándar de una pantalla de televisión tradicional.
Pero lo mismo ocurre -con escasas excepciones- en canales como HBO, Cinemax u otros. De la mutilación sólo se escapan algunas películas independientes o europeas que tomaron la precaución de pactar en el contrato de venta la emisión en el formato original. Las películas de Hollywood, ya sabemos, están concebidas privilegiendo lo sustancial de la acción -lo que las permite ser inteligibles- en la parte central del encuadre para evitar pérdidas de sentido en el momento de su pase por TV.
En la composición visual del cine norteamericano, desde los años ochenta, los "espacios vacíos" están derogados y en los extremos del encuadre sólo se perciben tumultos en desorden -si se trata de secuencias de acción- o elementos inertes u opacos del decorado que bien pueden quedar fuera en el momento de la emisión.
Los tiempos de Lawrence de Arabia -o de tantas grandes películas en formato panorámico-, en los que el vacío del encuadre ocupaba el centro para ubicar a los personajes en los filos mismos de la gran pantalla, quedaron atrás.
Por eso, con total impunidad, las películas de Hollywood pasan en el cable sin las franjas oscuras en las partes superior e inferior del encuadre que permiten restablecer las proporciones originales de su composición. La imagen se ve más cercana, como en un efecto de lupa -o de zoom en posición focal larga-, con la profundidad de campo reducida y los lados de la imagen recortados. O se usa el pan-and-scan, ese bárbaro procedimiento que aplica paneos ópticos sobre un encuadre panorámico para fijar a capricho el centro de interés visual.
Por eso, nos resistimos a ver y recomendar películas de cable.
Pero siempre hay excepciones.
El canal Retro está pasando películas extraordinarias, bien caletas y en el formato correcto.
El mes pasado emitió un ciclo formidable de cintas de Edgar Ulmer, director de culto si los hay, y autor de dos películas clave en la historia del cine negro, del cine de aventuras, o del cine a secas: The Naked Dawn y Detour. Pero ahora, en su retrospectiva de cine negro, al lado de Sed de mal y Los asesinos, de Siodmak, ha programado dos cintas de Samuel Fuller (en la foto) que son muy difíciles de ver: El kimono rojo (The Crimson Kimono, 1959) y La ley del hampa (Underworld U.S.A., 1961).
Fuller es un director atípico: independiente; autor absoluto; de estilo acezante y violento; creador de ritmos desconcertantes a fuerza de romper la continuidad y hasta la lógica del relato; expresionista a ultranza; sensacionalista; fabricante de imágenes de choque; inventor de tramas retorcidas y creador de formas netas y rotundas. No es casual que Jean-Luc Godard lo admirara tanto: aprendió casi todo de él.
Fuller es un director indispensable. Hay que buscarlo en Retro.
Ricardo Bedoya
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