El post Carta de Alemania: las peores películas de todos los tiempos, sobre el libro que elige las peores películas de la historia no sólo provocó desacuerdos, sino que nos animó a pensar el asunto de las diferencias del gusto, el disgusto, y la variedad de las opiniones.
El escritor colombiano Andrés Caicedo decía que cada preferencia es una aberración, así que decimos ponernos aberrantes para el gusto ajeno –que es el de todos, menos el de uno- y mencionar algunas películas que gozan de la estimación general pero que nos parecen valoradas con una generosidad que excede nuestro limitado y precario entender.
En los artículos que siguen, Mónica Delgado, Ricardo Bedoya y José Carlos Cabrejo escriben sobre sus desafectos. La próxima, trataremos de las películas subestimadas.
Envíen sus listas de películas sobrevaloradas para hacer un cómputo general.
I En la repetición está el disgusto
Mónica Delgado
Después de hurgar en mi memoria paso a dar cuenta de una serie de películas (teniendo un margen temporal de un poco más de treinta años atrás), que desde diversos ángulos se ven afectadas por el tiempo, por la historia, por la moda, por la teoría y sobre todo por algo de desencanto cinéfilo, ajeno ya al día en que vi estas obras por primera vez. Algo de eso percibo al ver nuevamente Ciudadano Kane (inferior a Sed de Mal o inclusive a La dama de Shangai) o Casablanca (Bogart o Bergman por separado se ven en mejor forma que en este filme de parejas inconclusas) no sólo por cuestionar sus logros estéticos o argumentales, sino porque a la larga se encuentra mejores referencias al articular relatos similares. Y así uno se puede pasar el día pensando en cuáles películas consideradas obras maestras o logros de directores de trayectoria ya no lo son, sin la efervescencia con la que se decía esto años atrás. No digo que ellas sean malas o irregulares, pues no todas lo llegan a ser del todo, pero sí que han perdido vigencia con el pasar de los años: sus apuestas en la puesta en escena resultan vacías, demasiado retóricas; o la manera de interpretar el mundo como que ya no tiene el vigor de los setenta o el inconformismo “noventero”.
Mis sobrevaloradas sin orden de preferencia:
Mis sobrevaloradas sin orden de preferencia:
1. Contra viento y marea de Lars von Trier (el director en la foto de arriba). Sin Dogville o Manderlay, esta cinta se mantendría intacta en su oda al martirologio, a la purificación santificadora y al apogeo del director como demiurgo.
2. La misión de Roland Joffé. Salvo la banda sonora de Morricone, la visión sobre el mundo descubierto a través de estas misiones de jesuitas me resulta esteticista y demasiado refinada para la jungla paraguaya.
3. Nos habíamos amado tanto de Ettore Scola. Demasiadas imposibilidades en dos horas de metraje: Luciana y los tres hombres pasan a la historia del cine mientras los otros temas que propone Scola quedan en el subsuelo.
4. Último tango en París de Bernardo Bertolucci. Recordada en su máxima expresión por la figura de Brando, nada más que él, el tango queda para los mejores bailes de los recuentos de Cinescape.
5. Decameron de Pier Paolo Pasolini. Un montaje hecho de hachazos y tosquedad medieval a flote.
6. La delgada línea roja de Terrence Malick. Como en El nuevo mundo, la voz en off atosiga, reitera, evidencia la exuberancia visual; la poesía se desparrama si la ves más de dos veces.
7. 24 Hour Party People de Michael Winterbotton. La idea es también no ser amante de los Joy Division o los Happy Mondays y reconocer los valores de este filme.
8. Fresa y chocolate de Tomás Gutiérrez Alea. Los paradigmas de los personajes ya suenan a cliché, aunque en esa época se gozaba del "liberalismo" de los protagonistas en la Cuba castrista.
9. Gerry de Gus Van Sant. Es como el asunto Von Trier. Sin Elephant o Last days, este filme hubiera quedado como un gran ejercicio sobre el transcurso del tiempo y como metáfora del peso y vacío de cada segundo en el écran, como si fuera la vida misma.
10. Volver de Pedro Almodóvar. Es el Almodovar menos creativo de los últimos años, volviendo a los motivos de su filmografía sin la culpa que lo caracteriza.
II Como globos aerostáticos
II Como globos aerostáticos
Ricardo Bedoya
Siempre es difícil escribir sobre preferencias y disgustos porque ellos no conforman un repertorio fijo. Las películas -como los libros, las canciones, y tantas otras cosas en la vida- suben y bajan en el afecto personal a partir de circunstancias inesperadas e incontrolables que tienen que ver con el ánimo, el conocimiento, la formación, el contraste y la comparación, la experiencia vivida, los años acumulados, la cantidad de cine visto, el tipo de películas que frecuentamos. Y si se trata de declarar las cintas que consideramos sobrestimadas, el asunto se vuelve más complejo porque supone examinar la fobia personal en relación a la de los otros y tener en cuenta la diferencia, discrepancia, antipatía irresistible y “mal gusto” personal e intransferible que nos separa de la opinión canónica, de la sanción positiva del resto, de la preferencia de un amigo de opinión bien templada o de la autoridad de un maestro. Pero además porque la estimación por una película y por otras cosas es una cuestión de fechas y temporadas. Lo que se aprecia hoy, se ignora mañana.
Recuerdo que al empezar mi vida de cinéfilo a tiempo completo detesté cintas de directores que gozaban de gran aprecio o reconocimiento. Las de Ken Russell (Mujeres enamoradas, Tommy, El novio, entre otras), Alain Robbe-Grillet (en la foto) (las insufribles El hombre que miente y Deslizamientos progresivos de placer) y Lina Wertmuller (todas, con excepción de Amor y anarquía), por ejemplo. Las encontraba indulgentes con su propia y pretendida importancia, declamatorias, a la moda de los años setenta. Pero considerar sobreestimadas esas películas ya no significa nada hoy en día, porque nadie las recuerda o porque su cotización en la bolsa de valores del aprecio colectivo ha bajado y roza el fondo.
Tampoco aprecié El padrino, ni El exorcista, pero allí acaso el rechazo fue producto de mis propias carencias e ignorancia. No quiero decir que fue culpa de mi juventud porque, como dice La secretaria de Hitler, “la juventud no es disculpa de nada”. Vi El Padrino como un episodio frustrado de la saga clásica del cine de gangsters cuando las evidencias apuntaban a un retrato familiar de la decadencia, en clave elegíaca. Por buscar a James Cagney dejé pasar a Visconti. Aunque, valgan verdades, y no por guardar una necia fidelidad a lo que fui y sentí hace más de treinta años, aún creo que El Padrino es una película sobrevalorada. Prefiero El Padrino 2 y el 3 y, en la obra de Coppola, La conversación, ¡Apocalipsis ya!, La ley de la calle (Rumble Fish) y hasta The Rain People.
Se ha puesto de moda disparar contra Ciudadano Kane. No lo voy a hacer, a pesar de preferir las maravillosas Sed de mal, Mr Arkadin, Otelo,La dama de Shangai, Una historia inmortal y, sobre todo, Campanadas a medianoche, que es la mejor adaptación de Shakespeare que se haya hecho, por ser la más libre y entrañable. Ciudadano Kane es admirable a pesar de su autoconciencia, del narcisismo del realizador, de su obvia voluntad de deslumbrar a fuerza de marcar los”efectos de escritura”, desde la composición en profundidad hasta el sistemático contrapicado. Es decir, Ciudadano Kane abunda en aquello que suele distanciarme de las películas: el énfasis y la opulencia del nuevo rico. Pero, por otro lado, la película inicial de Orson Welles pone esa abundancia al servicio de un retrato total, de un personaje y una historia alucinada y laberíntica, y construye un mundo. No es la película cumbre sobre el poder, los reflejos ilusorios de grandeza, la corrupción, la pérdida de los ideales, el paso destructor del tiempo, las amistades que se quiebran. Y no lo es porque Ciudadano Kane es apenas el eslabón de una cadena: la obra de Welles, en su accidentada continuidad, es una suma de cumbres sobre tales asuntos.
Disparo sí contra Naranja mecánica, esa parábola estentórea, machacona, filmada con un gran angular invariable, que luce el costado más gris y polvoriento del cine de Kubrick: el del predicador que ilustra sus tesis con marionetas gesticulantes (el posma de Malcolm McDowell, que camina rascándose las nalgas como gesto supremo de lasitud y audacia) y con golpes de efecto audiovisuales, como el de la obertura Guillermo Tell y el trío en acelerado, que mejor hubiera funcionado como cortometraje autónomo y de gracia infalible. Kubrick –que debe ser uno de los directores con menos humor de la historia del cine- concibe al espectador como un guiñapo impotente, al que aplica el Tratamiento Ludovico de sus ideas. Cada vez que veo Naranja mecánica me siento en la posición amordazada del escritor que abre la puerta con hospitalidad a Alex y sólo recibe de él una lluvia de maltratos al son de Cantando bajo la lluvia. Voto, por eso, por el Kubrick de The Killing, Espartaco, Lolita o 2001:odisea del espacio.
Lars Von Trier es un buen director que se cree profeta. No hay más que ver El elemento del crimen y Contra viento y marea para darse cuenta que es un realizador de instinto, capaz de crear atmósferas densas y dar consistencia a situaciones improbables. Pero de un tiempo a esta parte se ha dedicado a ilustrar postulados estéticos que le divierten a él y al conjunto de seguidores de una idea trasnochada del cine de autor entendido como carrera de obstáculos.
Recuerdo que al empezar mi vida de cinéfilo a tiempo completo detesté cintas de directores que gozaban de gran aprecio o reconocimiento. Las de Ken Russell (Mujeres enamoradas, Tommy, El novio, entre otras), Alain Robbe-Grillet (en la foto) (las insufribles El hombre que miente y Deslizamientos progresivos de placer) y Lina Wertmuller (todas, con excepción de Amor y anarquía), por ejemplo. Las encontraba indulgentes con su propia y pretendida importancia, declamatorias, a la moda de los años setenta. Pero considerar sobreestimadas esas películas ya no significa nada hoy en día, porque nadie las recuerda o porque su cotización en la bolsa de valores del aprecio colectivo ha bajado y roza el fondo.
Tampoco aprecié El padrino, ni El exorcista, pero allí acaso el rechazo fue producto de mis propias carencias e ignorancia. No quiero decir que fue culpa de mi juventud porque, como dice La secretaria de Hitler, “la juventud no es disculpa de nada”. Vi El Padrino como un episodio frustrado de la saga clásica del cine de gangsters cuando las evidencias apuntaban a un retrato familiar de la decadencia, en clave elegíaca. Por buscar a James Cagney dejé pasar a Visconti. Aunque, valgan verdades, y no por guardar una necia fidelidad a lo que fui y sentí hace más de treinta años, aún creo que El Padrino es una película sobrevalorada. Prefiero El Padrino 2 y el 3 y, en la obra de Coppola, La conversación, ¡Apocalipsis ya!, La ley de la calle (Rumble Fish) y hasta The Rain People.
Se ha puesto de moda disparar contra Ciudadano Kane. No lo voy a hacer, a pesar de preferir las maravillosas Sed de mal, Mr Arkadin, Otelo,La dama de Shangai, Una historia inmortal y, sobre todo, Campanadas a medianoche, que es la mejor adaptación de Shakespeare que se haya hecho, por ser la más libre y entrañable. Ciudadano Kane es admirable a pesar de su autoconciencia, del narcisismo del realizador, de su obvia voluntad de deslumbrar a fuerza de marcar los”efectos de escritura”, desde la composición en profundidad hasta el sistemático contrapicado. Es decir, Ciudadano Kane abunda en aquello que suele distanciarme de las películas: el énfasis y la opulencia del nuevo rico. Pero, por otro lado, la película inicial de Orson Welles pone esa abundancia al servicio de un retrato total, de un personaje y una historia alucinada y laberíntica, y construye un mundo. No es la película cumbre sobre el poder, los reflejos ilusorios de grandeza, la corrupción, la pérdida de los ideales, el paso destructor del tiempo, las amistades que se quiebran. Y no lo es porque Ciudadano Kane es apenas el eslabón de una cadena: la obra de Welles, en su accidentada continuidad, es una suma de cumbres sobre tales asuntos.
Disparo sí contra Naranja mecánica, esa parábola estentórea, machacona, filmada con un gran angular invariable, que luce el costado más gris y polvoriento del cine de Kubrick: el del predicador que ilustra sus tesis con marionetas gesticulantes (el posma de Malcolm McDowell, que camina rascándose las nalgas como gesto supremo de lasitud y audacia) y con golpes de efecto audiovisuales, como el de la obertura Guillermo Tell y el trío en acelerado, que mejor hubiera funcionado como cortometraje autónomo y de gracia infalible. Kubrick –que debe ser uno de los directores con menos humor de la historia del cine- concibe al espectador como un guiñapo impotente, al que aplica el Tratamiento Ludovico de sus ideas. Cada vez que veo Naranja mecánica me siento en la posición amordazada del escritor que abre la puerta con hospitalidad a Alex y sólo recibe de él una lluvia de maltratos al son de Cantando bajo la lluvia. Voto, por eso, por el Kubrick de The Killing, Espartaco, Lolita o 2001:odisea del espacio.
Lars Von Trier es un buen director que se cree profeta. No hay más que ver El elemento del crimen y Contra viento y marea para darse cuenta que es un realizador de instinto, capaz de crear atmósferas densas y dar consistencia a situaciones improbables. Pero de un tiempo a esta parte se ha dedicado a ilustrar postulados estéticos que le divierten a él y al conjunto de seguidores de una idea trasnochada del cine de autor entendido como carrera de obstáculos.
Se le ocurre hacer una película con cien cámaras digitales y un argumento que luce tan caprichoso como sádico en su determinismo melodramático, y ahí va Bailando en la oscuridad. Se le viene a la cabeza convertir a sus personajes en cuyes de feria, haciéndoles caminar por territorios que lucen como una rayuela marcada con tiza,y jugar un ejercicio que hubiera sido brechtiano si los actores no gesticulasen más que un recién graduado del Actor’s Studio, y ahí tienen Dogville y Manderlay. Le ataca el antojo de retar a su amigo Jorgen Leth –que tiene talento y paciencia para soportar majaderías- para que realice variaciones de una vieja película suya en condiciones que parecen más bien los puntos fuertes de una ordalía, y aparece Las cinco obstrucciones, que es la mejor y más arriesgada del grupo gracias a Leth. Es decir, a Von Trier se le acumulan las falsas buenas ideas de un muchacho próspero y acomodado que cree estar haciendo el cine del futuro, sin darse cuenta que los artificios que denunció en su Dogma 95 son los signos de renovados manierismos.
La rosa púrpura del Cairo, de Woody Allen, es rehén de una buena idea de guionista, pero su tratamiento es opaco, ilustrativo, literal, poco fantástico. Nunca entendí cómo Mia Farrow puede ilusionarse y salir de la realidad de la Depresión contemplando esa película tan sosa, mal hecha y aburrida que proyectan en el cine. Y que, para colmo, tiene un protagonista con sombrero de explorador de Las minas del Rey Salomón y modales tan desabridos como el personaje de alguna película de Ron Howard. Además, esa “Rosa púrpura...” en blanco y negro es una versión mediocre del estilo visual del cine de Hollywood, que tenía una apariencia satinada y plana, pero viva e intensa, producto de un estilo de iluminación particular (el high key típico de la era de los estudios) y el uso de lentes que privilegiaban sólo el uso de dos términos del encuadre y, por ende, el gesto expresivo y la pose de los actores. En 1924 se hizo una obra maestra sobre la relación entre la vida y el cine, o entre la vigilia y el sueño, que bate a La rosa púrpura del Cairo: en Sherlock Jr, Buster Keaton derrocha la fantasía que le quedó corta a Allen.
Alejandro Jodorowsky es el Paulo Coelho de la deriva lisérgica; el vendedor de cebo de culebra de la cultura de los hongos y el peyote; el embaucador de los misticismos orientales de los sesenta y setenta; el lector de un tarot de signos fijados en poses estáticas y estetizantes. Con la excepción de un par de escenas de La montaña sagrada y Santa Sangre, la sobreestimación de Fando y Lis, El topo o Tusk, linda con la beatería esotérica y con el extendido neo-esnobismo por lo extremo y lo raro.
No hay más espacio para seguir y, además, soy seguidor de la convicción del viejo Jean Douchet, que sostiene que la crítica es un “arte de amar”, por lo que es preferible y saludable hablar de las películas que uno estima y de los cineastas preferidos. Pero ya que estamos en este enojoso punto final , no puedo resistir la mención de otros títulos inflados como globos aerostáticos: Brazil, de Terry Gilliam; Performance, de Donald Cammell y Nicolas Roeg; Gummo, de Harmony Korine; Un hombre de suerte, de Lindsay Anderson; Portero de noche, de Liliana Cavani, y otras. ¡Ah, me olvidaba, La muralla verde, de Robles Godoy, un gran zeppelin!
III Sobrevaloradas en debate
José Carlos Cabrejo
La rosa púrpura del Cairo, de Woody Allen, es rehén de una buena idea de guionista, pero su tratamiento es opaco, ilustrativo, literal, poco fantástico. Nunca entendí cómo Mia Farrow puede ilusionarse y salir de la realidad de la Depresión contemplando esa película tan sosa, mal hecha y aburrida que proyectan en el cine. Y que, para colmo, tiene un protagonista con sombrero de explorador de Las minas del Rey Salomón y modales tan desabridos como el personaje de alguna película de Ron Howard. Además, esa “Rosa púrpura...” en blanco y negro es una versión mediocre del estilo visual del cine de Hollywood, que tenía una apariencia satinada y plana, pero viva e intensa, producto de un estilo de iluminación particular (el high key típico de la era de los estudios) y el uso de lentes que privilegiaban sólo el uso de dos términos del encuadre y, por ende, el gesto expresivo y la pose de los actores. En 1924 se hizo una obra maestra sobre la relación entre la vida y el cine, o entre la vigilia y el sueño, que bate a La rosa púrpura del Cairo: en Sherlock Jr, Buster Keaton derrocha la fantasía que le quedó corta a Allen.
Alejandro Jodorowsky es el Paulo Coelho de la deriva lisérgica; el vendedor de cebo de culebra de la cultura de los hongos y el peyote; el embaucador de los misticismos orientales de los sesenta y setenta; el lector de un tarot de signos fijados en poses estáticas y estetizantes. Con la excepción de un par de escenas de La montaña sagrada y Santa Sangre, la sobreestimación de Fando y Lis, El topo o Tusk, linda con la beatería esotérica y con el extendido neo-esnobismo por lo extremo y lo raro.
No hay más espacio para seguir y, además, soy seguidor de la convicción del viejo Jean Douchet, que sostiene que la crítica es un “arte de amar”, por lo que es preferible y saludable hablar de las películas que uno estima y de los cineastas preferidos. Pero ya que estamos en este enojoso punto final , no puedo resistir la mención de otros títulos inflados como globos aerostáticos: Brazil, de Terry Gilliam; Performance, de Donald Cammell y Nicolas Roeg; Gummo, de Harmony Korine; Un hombre de suerte, de Lindsay Anderson; Portero de noche, de Liliana Cavani, y otras. ¡Ah, me olvidaba, La muralla verde, de Robles Godoy, un gran zeppelin!
III Sobrevaloradas en debate
José Carlos Cabrejo
Afirmar que una película es sobrevalorada, no implica decir necesariamente que sea mala. Sólo plantea que un filme es objeto de un elogio desmedido por parte de numerosos aficionados, críticos o festivales. Varias de las cintas que listo, salvo excepciones, me han agradado en mayor o menor medida, pero a la vez presentan, en mi opinión, defectos que me hacen afirmar que han sido aclamadas de una manera excesiva.
Unos apuntes adicionales: He sido el último en entregar mi lista. Discrepo con la opinión de Ricardo y Mónica sobre ciertas películas. Me gustaron filmes como La delgada línea roja, Volver o El padrino.
Mi apreciación del cine de Jodorowsky (especialmente por El Topo, La montaña sagrada y Santa Sangre) es antagónica a la de Ricardo. Creo que fuera del contexto y de la sensibilidad del movimiento de la Contracultura norteamericana, el arte cinematográfico de este realizador sigue teniendo vigencia. Sus mejores películas reflejan, con imágenes de una crudeza hipnotizante, esa tensión aún viva en Occidente entre un materialismo brutal y una espiritualidad agonizante.
Por otro lado, hay que tomar en cuenta que se sigue hablando de Jodorowsky (en la foto) a pesar que su obra es clandestina, de difícil acceso, debido a un problema legal con el productor Allen Klein (que recién se está solucionando, después de décadas de enfrentamiento). No obstante, el cineasta y escritor aún llama la atención en diversos festivales, como en el de Cannes, donde dos de sus películas fueron recientemente exhibidas en la sección Classics. Creo que Jodorowsky, por el contrario, merece una valoración aún mayor de la que tiene. Ya me explayaré sobre él en nuestro siguiente especial, que estará dedicado a las películas que nos parecen subvaloradas. De cualquier forma, las opiniones distintas sobre ciertos filmes o directores generarán una intensa y atractiva polémica no sólo entre nosotros, sino con ustedes, los lectores.
Mi lista tiene un orden de carácter temporal. De las más nuevas a las más antiguas.
1. La conquista del honor (Clint Eastwood, 2006)
Prefiero empezar con una película reciente como ésta. Que se alarga y aburre. La conquista del honor elabora un discurso sobre esas realidades maquilladas, trastocadas, que presenta el Estado norteamericano en tiempos de guerra. El problema es que este discurso se repite sin cesar a lo largo del filme, una y otra vez, de manera enfática y sin que el drama de sus protagonistas evolucione con fuerza. Ese drama, por el contrario, se estanca y se exhibe de manera reiterativa. Eso sin contar algunas actuaciones poco convincentes. Lo más flojo de Eastwood en años. Cartas desde Iwo Jima es una cinta de lejos mucha más inspirada.
2. Spider (David Cronenberg, 2002)
Pocas veces el gran director de títulos como Dead Ringers o Una historia violenta se ha mostrado tan mecánico como en este soso y psicoanalíticamente predecible filme, que intercala el presente y el pasado de su atormentado protagonista sin ton ni son. Cronenberg no llega a darle a la trama o a la puesta en escena algún giro novedoso o sorprendente.
3. Traffic (Steven Soderbergh, 2000)
A veces siento que en algunas de las películas de este director norteamericano, se alteran las formas convencionales de narración arbitrariamente, de manera injustificada, sólo porque Soderbergh se la quiere dar de realizador independiente y nouvelle vague. Eso pasa con Traffic, sobre todo cuando la representación de algunas escenas tiene un tratamiento fotográfico radicalmente distinto con relación a las demás, por un uso singular de la exposición de luz y de los filtros. ¿Cuál fue el fundamento estético de ello? Ninguno. Puro efectismo.
4. Amores perros (Alejandro González Iñárritu, 2000)
Es innegable el talento de este realizador mexicano, y Amores perros es una cinta que me gusta. Pero sólo por partes. Razón por la cual no entiendo los elogios desmedidos a su primer largo. Lo más flojo de esta película es el relato de la modelo que queda inválida. González Iñárritu tiene problemas cuando le quiere entrar a lo retórico. Sus metáforas terminan siendo demasiado cursis. Como aquella de la perrita perdida bajo el piso del apartamento, como reflejo del estado de encierro que siente la protagonista. Ni siquiera la idea de colocar a la japonesa desnuda con su padre en Babel, resulta tan pretenciosamente gratuita.
5. La eternidad y un día (Theo Angelopoulos, 1998)
Hay momentos poderosos y emotivos en varios pasajes de esta cinta del realizador griego. Pero otros son insoportablemente pomposos. Como cuando de pronto los protagonistas se topan con un poeta del pasado que pronuncia frases rimbombantes. Instantes que parecen el equivalente cinematográfico de los afectados versos del peruano José Santos Chocano.
6. Carácter (Mike van Diem, 1997)
Más que sobrevalorada, Carácter me parece una película malísima. Un bodrio arty. Se esconden las motivaciones de los personas porque sí. La cámara lenta se utiliza como una insignia para darle al filme el empaque de objeto de arte. Todo es gratuito en este largometraje holandés ganador del Oscar, que tuve la mala suerte de ver en uno de mis cumpleaños por pedido expreso de mi pareja.
7. Tres colores (Krysztof Kieslowski, 1993-1994)
El polaco resultó siendo un cineasta extraordinario cuando utilizaba una narración seca y libre de manierismos, en películas tan inolvidables como Amator o algunas de su gran decálogo, como No matarás o No amarás. En cambio, la saturación del color y el juego con lo sugerido, lo no dicho, son códigos que en el caso de los Tres colores, más que compenetrarnos con sus personajes, nos distancian. Kieslowski, lamentablemente, hacia el final de su carrera, articuló una retórica sólo útil para un orgullo snob; pero no para sumergirnos en los mundos creados en sus filmes.
8. Naked Lunch (David Cronenberg, 1991)
Videodrome, esa obra maestra de culto hecha por el canadiense en los años ochenta, tenía una vena alucinógena que fascinaba. Sobre todo por su multiplicidad de lecturas y su inventiva estética, que tanto ha influido en el fantástico contemporáneo; principalmente en el que se hace en Japón. Naked Lunch, a diferencia, es una galería de imágenes extrañas (extraídas como sabemos de la célebre obra de William Burroughs), no tan estimulantes; tanto en lo sensorial como en lo intelectual.
9. Los Sueños de Akira Kurosawa (1990)
El japonés es uno de esos directores escogidos que supieron retratar lo humano con una fuerza emotiva inusitada. Ese es justamente uno de los problemas que tienen algunos de los relatos de esta película. No buscan hacer un esbozo de la humanidad, sino, por encima de todo, dar un gran mensaje a la humanidad. Por ello, Los sueños resultan, por momentos, explicativos, obvios y poco sugerentes.
10. Casablanca (Michael Curtiz, 1942)
Es un relato clásico correcto. Ciertamente emotivo. Pero nada más. Al verla, sólo basta recordar los excelentes filmes que ha dado el Hollywood clásico para no llegar a entender del todo su status de gran película.
12 comentarios:
Nada con Wes Anderson, ni con Tarkovski, Sokurov ni el tostón de David Lynch
Los sueños es una película que contiene varias partes y chotearla en bloque, como hace cabrejo, es un abuso. A mi me gustan Van Gogh y la tormenta que sepulta a los expedicionarios y además Kurosawa estaba preocupado en esa época con el holocausto atómico que repite en la que hizo con Richard Gere.
En realidad no la choteo en bloque, porque puse lo siguiente:
"Por ello, Los sueños resultan, POR MOMENTOS, explicativos, obvios y poco sugerentes" (J.C.C.).
No creo que haya imposibilidades en Nos habíamos amado tanto, que sólo es una historia romántica que va ocurriendo en un tiempo largo, y que es como la vida que se alarga y en la que ocurren cosas. No es imposible que las parejas se enamoren, cambien y se traiciones porque eso ocurre siempre. No es imposible que las personas cambien su pensar político y que las generaciones más jóvenes sean conservadoras y contrarias a lo que pensaron sus padres y hasta sus abuelos.
Clara Bernuy
A los criticos hay que meterlos a todos en un barco , meterlo en alta mar y hundirlo.
Estimado anónimo. Esa película ya la vimos: se llama Titanic y no sabemos aún si fue sobrevalorada o subestimada.
"Regard art critics as useless and dangerous"
Manifesto of the Futurist Painters
Muchos futuristas se pusieron luego la "camicia nera" y cantaron Giovinezza.
Los "art critics" dan opiniones y considerar las opiniones como "dangerous" ya sabemos hacia dónde conduce. Y como además son "useless", nada impide acallarlos o fondearlos en el mar.
Interensantísimo artículo (o conjunto de ellos). Varios desacuerdos con la opinión de este humilde escribidor. Pienso que Kubrick es, tal como se le describe en esta parte de blog, uno de los directores con menos humor; pero sucede que, aún así, nos entregó una de las mejores comedias de todos los
tiempos: "Dr. Strangelove".
CHRYSTOF
kubrick_spielberg@hotmail.com
PARA LA INFORMACION DEL MUNDO...:
TODO EL CINE ESTA SOBREVALORADO, ahora el hacer, realizar una pelicula de cine correctamente, es decir ya que ¨se trata de un genio ¨, q ¨ es un peliculon¨,etc.etc.
A mi parecer de eso se encarga el cine y sus negociantes q lucran con este ¨divertimento¨, porue mas alla q el 7mo arte y q es cultura, etc.. es solo PASATIEMPOS, q si bien pueden casi marcar una vida, no son mas q pasatiempos, como un buen libro, son solo historias de Otras gentes, de Otros lados,etc.etc.Subestimadas seguro q hay pero sobrevaloradas son casi todas.hora se ´idolatra ¨ y se le llama Genio a los q simplemente hacen Buen cine, como deberian ser todas las peliculas , osea TARANTINO, SCORSESE, CRONENBERG,etc, son solo Buenos realizadores de buenas historias PERO NO GENIOS, ni tampoco o fue KUBRICK, WELLES O HITCHCOCK... son solo Buenos realizadores...
Tiburon, Naranja mecanica, Et, etc, son solo historias bien contada, pero no GENIALIDDES...DESMITIFIQUEMOS YA.
ok, ok... me estan ya cuestionando, pero vamos,,, es Mi opinion...
gracias...
AlFoNsO
Ufff, yo podria poner un monton de peliculas con las que perdi mi tiempo y que segun criticos –de aca, fuera- eran “muy buenas”. Incluso estaban en los rankings de las top del siglo pasado. Pongamos el caso de Renoir con "La Gran Ilusion" (# 7 en l ranking) y "Las Reglas del Juego" (#2, sí #2!).
"La Gran Ilusión" tiene un guión tan ingenuo pero tan ingenuo que si la pones en un colegio para niños de 11 años te pegarian por tratarlos tan poco inteligentemente: como –como!- se van a tragar que puedan tratar tan bien a unos prisioneros de guerra?, (y todavía franceses en manos de alemanes: un general alemán “sentimental”? ), y todavía, luego de que ya se habían escapado anteriormente del cuartel de ese mismo oficial (y de otros 7 que dicen al comienzo)?,... un absurdo! (por no hablar de las escenas fijas, casi de teatro, de no mostrar ninguna “acción”, etc).. “El Ciudadano Kane” o hasta “Duro de Matar” le dan una paliza en cuanto al uso de recursos cinematográficos…
"Las reglas del juego": es una comedia?, me debi emocionar con el tema de “el vacio de la vida de la gente aristócrata”?, (o quizás debi reflexionar sobre ello?). Y que hay de esa historia secundaria del rapido enamoramiento del criado con la esposa del oficial?... ahondaba en la “historia mayor”? había una “historia mayor” que justifique la trascendencia de esta película?... “Cuando Harry conoció a Sally” se la lleva en escenas, emoción, estructura, y reflexión sobre experiencias de vida…
Yo creo que estas películas si están sobrevaloradas por estar MUY arriba en la tradicion de los criticos. De aquí yo no creo que nazcan vocaciones, convenga a un chico llevar a su enamorada al cine, mostrarla a tus amigos un sabado en la tarde, entusiasmar a una persona deprimida, etc, etc, y como ya dije, para estudiarla como técnicas audiovisuales… ¿podrá un chibolo que pone videos en YouTube sacar algo de estas películas?
Yo vi por recomendacion de critica "La dolce vita" (la vida feliz?) de Fellini y "Blow Up" de Antonioni. Dos directores de Italia, Italia!, supuestamente la tierra del futbol, de las chicas bellas, de la gente apasionada, de los que gritan cuando habla. Resultado 2 peliculas muy aburridas. "La dolce vita" trata sobre el vacio de la vida en la aristocracia y "Blow up" sobre ¿quien sabe?... sucedio todo en la imaginacion del protagonista?...
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