Entre El aviador (2004) y Los infiltrados (2006), Martin Scorsese realizó un documental personalísimo que no tuvo estreno comercial pero sí gran resonancia entre los melómanos del mundo: No Direction Home, Bob Dylan (2006). Luchando permanentemente contra el inmovilismo, Scorsese que no quería seguir aburguesándose, aceptó el encargo de Apple Inc. y desarrolló un extenso filme sobre la vida de Bob Dylan, el más importante cantautor norteamericano del siglo XX que con el poder de la palabra y el canto compaginó el show bussines a la medida de sus pulsaciones.
No Direction Home comienza con el ruidoso concierto de Dylan en Newcastle, Inglaterra, en 1966 -que dividió al auditorio- mostrando a un artista consolidado, en tránsito hacia espacios creativos inhóspitos, necesarios, distintos, contrarios al estereotipo "cantante de protesta": sin ningún lugar a donde ir, sin dirección a un hogar determinado, en una Europa que se rendía a sus pies y a los de los Beatles, lejos de Nueva York y mas lejos todavía de su natal Minessota. Los primeros versos de Like a Rolling Stone preludian un documental humanista, que integra distintos tonos y versiones sobre los hechos, con minuciosidad en la investigación, compilando decenas de filmaciones en directo, identificando los orígenes de la modernidad en la música y la poética de Dylan y lo más importante de todo reflexionando a veces de manera traviesa -con la distancia de los años- sobre las razones por las que el artista tuvo arraigo en una generación de hombres y mujeres.
Dylan es la encarnación viva de eso que John Lennon llamó un "héroe de la clase trabajadora". Desde las lejanas sesiones nocturnas de radio, en Hibbing, Minessota, con Johnny Ray, Hank Williams, Odetta, Jim Jacob Niles, Bobby Vee, The Claney Brothers sonando en el dial, influyendo en el Robert Allen Zimermman aquel, regordete niño que aporreaba el piano y rasgueaba las cuerdas de una vieja guitarra acústica y que al terminar la Secundaria, voló primero a la Universidad de Minneapolis, y luego a Nueva York, al corazón del Greenwich Village para inventarse una historia, un pasado, un motivo para cantar. Y rendir tributo a su idolatrado Woody Guthrie, el trovador del medio oeste norteamericano, que yacía abandonado en un manicomio a las afueras de Nueva Jersey.
El gran valor del documental es que a través de Bob Dylan, Scorsese también cuenta su propia historia y la de los Estados Unidos. Los momentos luminosos en la carrera de Dylan, dignos de los historiógrafos (sus primeros grandes discos, el Festival de Newport de música country de 1963, su discurso ante el Comité de Emergencia por la Acción Civil, la Marcha por los Derechos Civiles, verbigracia) tienen el mismo valor que su actitud irreverente frente al poder y la prensa, su renuencia a ser encasillado, su recusación a los hombres viejos o su espíritu indómito que lo llevo a dejar a Susie Rotolo, a renunciar al padrinazgo de Pete Seeger y a romper su sociedad-amor con Joan Baez. Como si Dylan, al igual que Scorsese, hubiera necesitado en algún momento de espacios mas amplios y confortables para deslizar su poética serena y cadenciosa a través de acordes electrificados; en el caso de Martin Scorsese todo consistía en expiar sus culpas, respirar más tranquilo y dar cuenta de las relaciones de poder y vicio en una comunidad como la ítalo-americana. La conclusión es que Scorsese es un moderno al retratar la primera etapa en la carrera de Dylan: hasta el accidente de motocicleta que le hizo perder la memoria por un tiempo y a refugiarse con The Band de Robbie Robertson en Woodstock. Finalmente, todo se resume en lo declarado por el poeta Allen Ginsberg no sin cierta afectación gay: Dylan (como Scorsese) hizo de su respiración sosegada una marca de personalidad. Por eso, la admiración mutua se intuye fácilmente.
Oscar Contreras
Oscar Contreras
1 comentario:
Ahora ha esperar ese proyecto que promete de forma casi virulenta: el documental de Scorsese sobre los Rolling Stones con fotografía de Emmanuel Lubezki.
kubrick_spielberg@hotmail.com
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