Alguien preguntó a Clint Eastwood si consideraba “Invictus” como su segunda película de la era Obama, luego de “Gran Torino”, que muestra a un veterano de la guerra de Corea, conservador y racista, modificando su inicial intolerancia hacia sus vecinos de la comunidad Hmong. Eastwood negó que la apelación al personaje de Nelson Mandela, protagonista de “Invictus”, fuera consecuencia del entusiasmo por las posibilidades de cambio en su país que trajo consigo la elección del presidente Obama.
Eastwood dijo la verdad, ya que en sus películas nunca encontramos alusiones políticas directas, ni impugnaciones ni militancia por causa alguna. El viejo Clint no es Oliver Stone. Pero lo que no puede negar es que varias de sus cintas han tomado la temperatura de los climas de pesar o culpa extendidos al cabo de algunas administraciones de gobierno o decisiones políticas. ¿No son “Los imperdonables” y “Un mundo perfecto” retratos de la implacable confrontación por el poder y la supervivencia impulsada por las desregulaciones de la era Reagan? ¿No critican “Poder absoluto”y “Ejecución inminente” la corrupción y la frivolidad de las autoridades? ¿No es “Río místico” una reflexión sobre la impunidad y la venganza en los tiempos de Columbine y otros crímenes contra niños y jóvenes? ¿No cuestionan “La conquista del honor” y “Cartas desde Iwo Jima” la noción del patriotismo encarnado en la figura del “héroe conquistador”, en coincidencia con la guerra de Irak?
“Invictus” no tiene los claroscuros de otras películas de Eastwood. Es una cinta luminosa, directa, llana, afable, dirigida con funcional seguridad. Basada en “El factor humano” -apasionante libro de no ficción de John Carlin-, narra un episodio de la biografía política de Mandela, que usó al rugby -pasión de los afrikaners pero deporte odiado por los sudafricanos negros- como un recurso para lograr que unos y otros se unieran en una causa común: triunfar en el campeonato mundial de rugby del año 1995. El rencor dando paso a la reconciliación.
La película, por eso, tiene dos dimensiones. Una, íntima, va trazando el retrato de Mandela y su entorno inmediato. La otra, amplia y espectacular, presenta la preparación del equipo de rugby, capitaneado por Matt Damon, hasta la confrontación final. Eastwood acierta en la presentación de lo ordinario y lo inmediato. Lo íntimo supera, por mucho, a lo espectacular.
Y es que “Invictus” muestra el ejercicio del poder no como el resultado de la imposición de una investidura burocrática, sino como una suma de actos de una íntima y serena autoridad. La política de los “gestos bellos”, la amabilidad, la persuasión y la autoridad moral. El logro de la película consiste en dar cuenta de los detalles y actos mínimos que acompañan los actos que cambian la historia. Lo más vívido de la cinta son los gestos de galantería que intercambia Mandela con su asistente, las miradas que se cruzan los guardaespaldas, el primer encuentro con Pienaar, o la caminata nocturna del Presidente ante la alarma de los vigilantes. Eastwood encarna en los actos ordinarios de sus personajes el entramado de intereses en conflicto, tensiones ideológicas, desconfianzas nacidas de la historia pasada, rencores insatisfechos, y demás problemas que imposibilitaban una relación fluida entre blancos y negros en una Sudáfrica que salía del “apartheid”. Acierta también en la descripción de la desazón de los Springboks luego de perder un partido o de su irritación al tener que ir a exhibirse en zonas marginales de la ciudad. Los Springboks no son gladiadores heroicos sino perdedores que remontan su condición.
Eastwood dijo la verdad, ya que en sus películas nunca encontramos alusiones políticas directas, ni impugnaciones ni militancia por causa alguna. El viejo Clint no es Oliver Stone. Pero lo que no puede negar es que varias de sus cintas han tomado la temperatura de los climas de pesar o culpa extendidos al cabo de algunas administraciones de gobierno o decisiones políticas. ¿No son “Los imperdonables” y “Un mundo perfecto” retratos de la implacable confrontación por el poder y la supervivencia impulsada por las desregulaciones de la era Reagan? ¿No critican “Poder absoluto”y “Ejecución inminente” la corrupción y la frivolidad de las autoridades? ¿No es “Río místico” una reflexión sobre la impunidad y la venganza en los tiempos de Columbine y otros crímenes contra niños y jóvenes? ¿No cuestionan “La conquista del honor” y “Cartas desde Iwo Jima” la noción del patriotismo encarnado en la figura del “héroe conquistador”, en coincidencia con la guerra de Irak?
“Invictus” no tiene los claroscuros de otras películas de Eastwood. Es una cinta luminosa, directa, llana, afable, dirigida con funcional seguridad. Basada en “El factor humano” -apasionante libro de no ficción de John Carlin-, narra un episodio de la biografía política de Mandela, que usó al rugby -pasión de los afrikaners pero deporte odiado por los sudafricanos negros- como un recurso para lograr que unos y otros se unieran en una causa común: triunfar en el campeonato mundial de rugby del año 1995. El rencor dando paso a la reconciliación.
La película, por eso, tiene dos dimensiones. Una, íntima, va trazando el retrato de Mandela y su entorno inmediato. La otra, amplia y espectacular, presenta la preparación del equipo de rugby, capitaneado por Matt Damon, hasta la confrontación final. Eastwood acierta en la presentación de lo ordinario y lo inmediato. Lo íntimo supera, por mucho, a lo espectacular.
Y es que “Invictus” muestra el ejercicio del poder no como el resultado de la imposición de una investidura burocrática, sino como una suma de actos de una íntima y serena autoridad. La política de los “gestos bellos”, la amabilidad, la persuasión y la autoridad moral. El logro de la película consiste en dar cuenta de los detalles y actos mínimos que acompañan los actos que cambian la historia. Lo más vívido de la cinta son los gestos de galantería que intercambia Mandela con su asistente, las miradas que se cruzan los guardaespaldas, el primer encuentro con Pienaar, o la caminata nocturna del Presidente ante la alarma de los vigilantes. Eastwood encarna en los actos ordinarios de sus personajes el entramado de intereses en conflicto, tensiones ideológicas, desconfianzas nacidas de la historia pasada, rencores insatisfechos, y demás problemas que imposibilitaban una relación fluida entre blancos y negros en una Sudáfrica que salía del “apartheid”. Acierta también en la descripción de la desazón de los Springboks luego de perder un partido o de su irritación al tener que ir a exhibirse en zonas marginales de la ciudad. Los Springboks no son gladiadores heroicos sino perdedores que remontan su condición.
Morgan Freeman entiende el sentido de ese acercamiento al lado cotidiano del personaje y lo construye a partir del control de su físico: la meticulosidad al pronunciar, al moverse, al caminar, al señalar con los dedos. Pero “Invictus” no está entre lo mejor de la obra de Eastwood. El partido de rugby se alarga, pierde potencia y, por ratos, se siente el esquematismo de la exposición didáctica de ciertas ideas, como en la secuencia de la espectral representación del esfuerzo de Mandela preso ante un Matt Damon que entiende al fin el destino de su país.
Ricardo Bedoya
8 comentarios:
Hola... siendo una de las más flojas de Eastwood, es una grandiosa película. Increíble pero cierto.
Enhorabuena, es una crítica muy acertada y elogiosa pero no entiendo demasiado bien su conclusión. El partido de rugby, como todo lo que vemos está bajo el punto de vista de Mandela, hasta cuando no sale, su presencia se siente (y no hay que olvidar que está vivo y la habrá visto. Eastwood se dirige a él, con respeto y admiración) y la verdad, creo que no sabía gran cosa de rugby. La coreografía hubiese estado de más y la épica está en esos pequeños detalles que citas y no en las grúas que captan el juego. Hasta el diseño del personaje de Piennar, tosco y lento para entender la transcendencia de lo que está pasando, es admirable. Escucha y habla poquito, no arenga con palabras que no le pertenecen.
Para mí si está entre sus grandes films, pero hay tantos y tan recientes muchos de ellos que ya parece que deba sorprender por obligación y no creo que eso esté entre sus prioridades ni nunca lo estuvo.
Bedoya hablando de Reagan y la guerra de Irak???? increible, los milagros que produce el Wikipedia, jajajaja.
Eastwood plantea, una forma poética de jugar con el enemigo y no contra el. Nos presenta la controversia, no sólo social y político por el que pasa Sudáfrica, sino el conflicto humano que tiene el país con las sombras que ha dejado el Apartheid. En una metáfora Eastwood nos presenta a un Mandela y un Pienaar comprensivos el uno del otro, y que además provocan que su pueblo enfrente sus miedos y sus inseguridades, mediante lo que es común en los seres humanos; las emociones, empleando el deporte cómo una herramienta política. Como en un laboratorio, Eastwood crea ambientes y personajes lógicos de enfrentamiento emocional, miedo e incertidumbre donde el desconocimiento y las expectativas para con el otro, ya sea de raza blanca o negra son desconocidas y en donde cabe muy bien la estrategia política y la visión de Mandela; haciendo que cada detalle en la película tenga un discurso, como “un equipo un pais” y donde ganar la copa de rugby, trasciende profundamente su significado.
Lo importante de este gran filme de Eastwood es que hoy los negros y los blancos se tratan en el día a día, en la calle o en el trabajo con un respeto y una cordialidad inimaginables hace veinte años. No se odian y no se están matando. Y cuando Sudáfrica ganó de nuevo en 2007 el Mundial de rugby (esta vez a los aregentinos) todos salieron a la calle a celebrarlo de nuevo. como la última vez. El filme de Eastwood, cuyo punto más sobresaliente es la gran interpretación que hace Morgan Freeman como Mandela, es una historia emotiva y bien contada, con un final feliz casi ideal para Hollywood, pero por momentos excesivamente lineal. Confirma que, por más bien filmada que esté, la mejor escena deportiva, es la escena real.
Buenas tardes señor Bedoya: Hablar de Eastwood es someterse al narrador de historias más prolijo y transparente de los últimos 25 o 30 años. INVICTUS no es la excepción a la regla Eastwood y el mayor exponente del estilo cinematográfico clásico logra recrear con suma simpleza un hecho de la vida real que significó la unión perdurable de un pueblo plagado de rencores y dominado por el racismo. Pero aunque sea un suceso verdadero y trágico, nadie llora ni amaga hacerlo en el cine y se escucha mucha tranquilidad. Eastwood controla a su antojo el mundo de sensaciones de dramatismo y melancolía que el mismo construye y quiere transmitir. Sabe hasta que punto de emotividad es necesario llevar la película. Cual sería entonces el límite entre contar una historia cruda o una extremadamente lacrimógena. Yo creo que mucho de la fuerza dramática del filme recae en la neutralidad, es decir, cuando una se da cuenta que no quiere llorar ni de tristeza ni de felicidad sino que logra comprender perfectamente el contexto en que se sitúa la tragedia del país y lo internaliza como propio. En el fondo el hace de Mandela, Freeman lo interpreta. Es incuestionable que se está ante una propuesta seria y sensible que es muy dura pero que supera las barreras de la cinematografía normal. No es de manera alguna una obra menor de Eastwood aún con sus equivocaciones. Hasta cualquier momento.
Las dos grandes columnas que elevan este homenaje-monumento de quien se autodenomina dueño de su destino y capitán de su alma, son Clint Eastwood y Morgan Freeman. Ellos, junto a Carlin (autor de El factor humano), Eastwood y Freeman son el relato, el ritmo y el rostro de Invictus. Mandela, el ganador simbólico. Pero ¿qué nos aguarda en este filme? Un poema deportivo, una metáfora conciliadora y una apología sin titubeos. Esperar que además aquí respire una gran película, sería algo excesivo. Y en efecto, Invictus queda lejos de los mejores aprontes fílmicos de un Eastwood que se ha convertido en ese puente de encuentro entre sectores enfrentados de crítica y público. La clave del cine del autor de la notable Gran Torino descansa en un estilo sobrio y en una acusada querencia por los relatos clásicos. Su lado más débil reside en una molesta inclinación por recalcar, acentuar o subrayar, un barniz populista en el que lo simple y lo sencillo se confunden dando lugar a algunos innecesarios toques demagógicos. ¿Su lado poderoso?, una claridad expositiva capaz de hacer legible incluso aquellos comportamientos humanos más depravados, oscuros y retorcidos.
En Invictus nada se debe a la oscuridad. Todo obedece a la exaltación de un hombre bueno, a la loa de una víctima de la injusticia que entre la venganza y el perdón optó por lo segundo. Esa base fundamental, Nelson Mandela, se reconstruye en el film de Eastwood como uno de los últimos símbolos de la humanidad de nuestro tiempo. En algún modo, Mandela carga con la antorcha de Gandhi y, para alimentar ese fuego, Carlin edifica un templo en el que el ser humano y la leyenda conviven a través de la metáfora de un deporte, el rugby. Invictus desarrolla en clave exaltada y con tintes impresionistas, es decir, con escaso detalle y sin penetrar en los recovecos de lo real, cómo Mandela hizo del equipo nacional de rugby, un símbolo del poder blanco y racista de quienes lo encarcelaron durante años, el orgullo de toda una nueva nación refundada sobre el perdón y el encuentro entre blancos y negros.
Eastwood y Freeman ponen todo al servicio de la alegoría convencidos de que lo hacen por una buena causa. La hazaña de ese equipo de rugby sudafricano es el pretexto. Lo que importa, se llama Mandela, y lo que se trasmite, responde a ese neo-humanismo que caracteriza la actitud de Eastwood. La prosa de Carlin deja poca opción de movimiento a Eastwood que, maniatado por el acontecer en el terreno de juego y sin posibilidad de acercarse al hombre que le aguarda tras la imagen del mito, alterna reflexión con patada, convención con intención. Si no existiera el peso-culto a Mandela, es evidente que Invictus no pasaría de ser un correcto filme deportivo. Sin embargo, motable película, sin duda alguna.
Estimado Ricardo,
coincido en que Invictus no está entre lo mejor de Eastwood, pero no le resta mérito a lo que esta logra en el espectador. Eastwood apela a la formula que le da resultados: dramatismo y emotividad. La cinta gana por el tema tratado y las implicancias socioculturales de la época. Invita a una reflexión muy interesante acerca de cómo lo político influye en lo sociocultural. El asunto del perdón y la superioridad moral sobre los agresores es tb digno de destacarse.
La actuación de Damon me pareció floja, falta de intensidad. Ademas de Freeman me quedo con las de su jefe de seguridad: transmitio mas energia a su personaje.
Saludos
Arturo C.
Publicar un comentario