Hace poco, gracias al INC de Chiclayo, pude seguir un ciclo dedicado a Pasolini. La obra casi completa infunde una impresión de profunda unidad en un cine inquieto y dialéctico: el neorrealismo conmovedor de "Mamma Roma", cuya fatalidad grava a los seres humanos de una forma invencible que se depura, luego, en tragedias como "Medea" y "Edipo Rey", para luego ser sorteada o compensada en la celebración de los deleites terrenales en la Trilogía de la Vida (sobre los cuentos de Bocaccio, Chaucer y Las Mil y Una Noches), hasta acabar, finalmente, en la comprobación de que también estos consuelos pueden convertirse en objeto de dominio, en la materia de la más atroz de las deshumanizaciones. Éste es, me parece, el sentido de "Saló". En los 60, George Steiner había mencionado la afinidad entre la expansión de la pornografía (como exposición y banalización de la intimidad gozosa) y la lógica de los totalitarismos como usurpación de las privacidades y ejercicio de la violencia sobre las mentes y los cuerpos. De cualquier modo, "Saló", seguramente al lado de "La naranja mecánica", merecería una lista aparte entre las películas perturbadoras por su carácter ideológico y reflexivo. Desde luego, no pretende consentir las pulsiones secretas de los espectadores ni parece un ejercicio de exhibicionismo morboso. Quien busque erotismo en "Saló", encontrará amargura o repugnancia. Quien busque un espectáculo "gore", será incomodado por ideas demasiado fuertes e ineludibles, que tienen que ver con la abyección y la crueldad que suceden en el interior de un esléndido palacio, rodeado por una plácida campiña, entre tonalidades suaves y tangibles obras de arte. Algo inquietante en "Saló" es que, como en "El silencio de los inocentes" por ejemplo, la perversidad humana no es incompatible con cierta cultura artística (cuya función humanizadora, diría Steiner, que entonces en tela de juicio). 25 años después, ha circulado un cine más minuciosamente repulsivo, de forma que "Saló" resulta ahora menos impactante, menos perturbadora. No es difícil ver mermelada de naranjas y chocolate en lugar de excrementos a los que se acerca la boca de una adolescente esclavizada. Pero la intención de Pasolini no era un escrupuloso nivel de verismo, sino una exploración, crítica y valerosa, de las complejidades y retorcimientos de la condición humana y de la sociedad.
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Hace poco, gracias al INC de Chiclayo, pude seguir un ciclo dedicado a Pasolini. La obra casi completa infunde una impresión de profunda unidad en un cine inquieto y dialéctico: el neorrealismo conmovedor de "Mamma Roma", cuya fatalidad grava a los seres humanos de una forma invencible que se depura, luego, en tragedias como "Medea" y "Edipo Rey", para luego ser sorteada o compensada en la celebración de los deleites terrenales en la Trilogía de la Vida (sobre los cuentos de Bocaccio, Chaucer y Las Mil y Una Noches), hasta acabar, finalmente, en la comprobación de que también estos consuelos pueden convertirse en objeto de dominio, en la materia de la más atroz de las deshumanizaciones. Éste es, me parece, el sentido de "Saló". En los 60, George Steiner había mencionado la afinidad entre la expansión de la pornografía (como exposición y banalización de la intimidad gozosa) y la lógica de los totalitarismos como usurpación de las privacidades y ejercicio de la violencia sobre las mentes y los cuerpos. De cualquier modo, "Saló", seguramente al lado de "La naranja mecánica", merecería una lista aparte entre las películas perturbadoras por su carácter ideológico y reflexivo. Desde luego, no pretende consentir las pulsiones secretas de los espectadores ni parece un ejercicio de exhibicionismo morboso. Quien busque erotismo en "Saló", encontrará amargura o repugnancia. Quien busque un espectáculo "gore", será incomodado por ideas demasiado fuertes e ineludibles, que tienen que ver con la abyección y la crueldad que suceden en el interior de un esléndido palacio, rodeado por una plácida campiña, entre tonalidades suaves y tangibles obras de arte. Algo inquietante en "Saló" es que, como en "El silencio de los inocentes" por ejemplo, la perversidad humana no es incompatible con cierta cultura artística (cuya función humanizadora, diría Steiner, que entonces en tela de juicio). 25 años después, ha circulado un cine más minuciosamente repulsivo, de forma que "Saló" resulta ahora menos impactante, menos perturbadora. No es difícil ver mermelada de naranjas y chocolate en lugar de excrementos a los que se acerca la boca de una adolescente esclavizada. Pero la intención de Pasolini no era un escrupuloso nivel de verismo, sino una exploración, crítica y valerosa, de las complejidades y retorcimientos de la condición humana y de la sociedad.
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