domingo, 10 de junio de 2007

Filmoteca, entre Arcadia y realidad


112 películas asiáticas, que comprende la obra casi completa de Kurosawa y el primer ciclo que se pasa en el Perú de cintas de Mizoguchi, Ozu y Naruse, además de Visconti y Mastroianni. Es un desembalse de la Filmoteca y una maratón digna del Centro Pompidou; como si quisiera recuperar el ritmo de la programación cotidiana de tiempos atrás y que no puede ofrecer en el resto del año. Y se cobra cinco soles, por debajo de los precios habituales de la sala Azul, en el Centro Cultural de la Universidad Católica.

Lástima que eso no pueda ocurrir todo el año. Y no podrá ocurrir mientras la Filmoteca no cuente con un espacio propio.

La Filmoteca es de la Universidad Católica, pero las salas del Centro Cultural no son de la Filmoteca, como se piensa en un desinformado blog. Cuando la Sala Azul programa Elsa y Fred o Sophie Scholl, no está programando la Filmoteca, sino el Centro Cultural. Los ciclos de la Filmoteca son los que ella presenta con su nombre y logotipo, el de la mariposa de celuloide.

Un espacio propio para la Filmoteca, o varios. Esa es la alternativa para tener la posibilidad de ver ciclos orgánicos y muestras de largo aliento, como la asiática, pero programadas con repeticiones y dando posibilidades al público para elegir horarios diversos para ver la película que desee.

Pero no hay que hacerse ilusiones. Las épocas doradas no existen más.

Hay un grupo amplio de aficionados que aún recuerda como la Arcadia los días de la Filmoteca del Museo de Arte y sus programas diarios en 35 mm. Son los cinéfilos de los noventa, así como los de los setenta evocan la sala del Ministerio de Trabajo y el Cine Club de San Marcos; y los de los sesenta acumulan nostalgias con las funciones del Champagnat, el Santa Úrsula y, antes, el Cine Club de Bellas Artes; y los de los años cincuenta añoran el Cine Club de Lima.

Lamento tener que reconocer que los días del esplendor de las películas en 35 mm proyectadas en el circuito cultural cinematográfico han llegado a su fin, o agonizan sin posibilidad de reversión. Al menos, en países como los nuestros, sin archivos fílmicos acumulados a lo largo de los años y sin ingentes fondos privados o públicos destinados a la preservación de películas, propias o ajenas, nacionales o extranjeras.

No estoy hablando, entonces, de la Cinemateca Francesa, cuyo archivo es inmenso y con capacidad financiera para conservarlo.

¿Qué es lo que ha cambiado en estos años, mejor, en esta última década?

La forma en que el cine se vende, se compra, se importa y se consume. Esa ha sido la modificación sustancial y la que ha arrastrado todo.

La Filmoteca del Museo de Arte basaba su programación en muestras de películas “de repertorio”, esos clásicos que le encantan al público, como Nos habíamos amado tanto o Amadeus, y en ciclos de cine aportados por embajadas. También estaban las películas alquiladas a las distribuidoras comerciales, las que permitían completar esta o aquélla muestra dedicada a un género, a un actor, a un director o para completar la recopilación de las “mejores del año”.

Pues bien, las embajadas ya tiraron la esponja. Traer ciclos de cine en 35 mm les resulta carísimo en fletes y otros gastos de transporte, más aún si se puede echar mano al DVD, inexistente en los años de la Arcadia. Sólo los franceses mantienen la buena costumbre de la exhibición en copias de 35 mm, pero ya no con la frecuencia de antaño.

De pronto alguna embajada asiática se anima a dar un ciclo en fìlmico, o algunos europeos hacen el esfuerzo de traer películas como se debe, pero cada vez es más raro que ello ocurra. El DVD se infiltra hasta en el Festival de Cine de la Unión Europea.

El DVD es un soporte extraordinario, pero resulta inaceptable en un ciclo auspiciado por un país que presenta al cine como testimonio de su cultura nacional. El ahorro en ese caso se convierte en roñosería y la facilidad del DVD en prueba definitiva de la haragana burocracia de los servicios cultural de esa embajada.

Pero tampoco se cuenta ya con las películas de las distribuidoras comerciales. Es decir, la Filmoteca ya no se puede pasar los recordados y exitosos ciclos veraniegos de las “mejores del año”.

¿Por qué?

Porque las distribuidoras no se quedan con las copias. Desde hace unos años, las películas entran al país con los derechos aduaneros suspendidos. Para evitar el pago de la internación definitiva, los importadores de las películas las vuelven a sacar del país luego de explotarlas. Así que el noventa por ciento de las películas estrenadas en el Perú ya no están disponibles a los seis meses de su estreno. Si las quieres ver, consíguelas en DVD y olvídate para siempre de la pantalla grande.

No logro entender el porqué una película es tratada como una maquinaria que se importa, con suspensión de derechos, para favorecer un proceso de producción temporal y cuyo destino es regresar a su país de origen. Una película es una mercancía que se consume en su explotación en las salas y termina hecha tiras por el desgaste físico, salvo que haya sido un fracaso comercial y tenido escasos pases. La internación temporal de una película sólo se justifica si llega para una exhibición cultural o para mostrarse en un festival de cine.

Es difícil comprender la lógica que permite que decenas de copias de El hombre araña o Piratas del Caribe, por ejemplo, entren al país con derechos aduaneros suspendidos.

Mejor dicho, sí se puede entender. Es la estrategia de la Motion Pictures Association of America (MPAA) de hacer la programación blitzkrieg, entrando con decenas o centenares de copias para copar pantallas y propiciar el consumo veloz, urgente, masivo del blockbuster de turno antes que llegue el siguiente, y luego el siguiente. ¿Se imaginan cuánto se tendría que pagar de derechos aduaneros por los rollos acumulados por las copias de cada uno de los Shrek y compañía?

Estreno monopólico, consumo veloz, digestión instantánea y si te vi, aduana, ni me acuerdo.

Todo es funcional para los planes de la MPAA: desde la tolerancia aduanera hasta el 20 pirata del niño; desde la prensa que no establece linderos entre la información y la publicidad, hasta las multisalas que se multiplican sin que aumente la oferta de películas.

Como ven, la Filmoteca se afecta también con las tácticas de la MPAA. Y es que junto con el capitán Sparrow se van Scorsese y Burton, entre muchos otros.

¿Y las películas de repertorio en 35 mm? Allí están, claro, pero cada pase las gasta sin posibilidad de reposición. ¿Cuánto costaría adquirir una copia nueva, con subtítulos en español, en 35 mm, de Nos habíamos amado tanto o Amadeus?

Añorar los días del pasado, los del Museo de Arte, tal vez gratifique la memoria, pero nada más. A estas alturas, y en las condiciones descritas, resulta casi reaccionario.

Pero pensar en un espacio propio, gestionado por la Filmoteca, no es nada reaccionario.

Un espacio donde se alternen las copias en 35 mm que aún se consigan con ciclos indispensables en otros soportes, como el asiático que se está ofreciendo hoy.

Un espacio que mantenga, además, las tareas de preservación y restauración, invisibles para el público, pero que son la razón de ser de una Filmoteca.

Y un espacio de la Filmoteca donde se piense ya en la Alta Definición como norma de proyección para sus ciclos de novedades y de películas de repertorio. En el futuro, los clásicos –que son ya hasta las películas de antes de ayer- serán exclusividad de la Alta Definición. Pero también lo serán las películas independientes de todo el mundo, como se aprecia en festivales recientes.

Ricardo Bedoya

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo quiero ver las pelas pero es imposible con los horarios y aunque cueste 5 soles, si uno suma sale un montón de plata. Esas películas debieron programarse de a pocos y no como un vómito negro.

Anónimo dijo...

No se quejan de algo que es bueno y que antes no había. Mejor es que se pasen así las películas a que den las mismas películas durante meses, y peeor si son asi nomas.

Anónimo dijo...

La filmoteca del museo de arte no solo era las peliculas, también atraia el ambiente. Recuerdo que con mis amigos ibamos a fumar al parque y veiamos las peliculas relajados y lo mejor era la parte de arriba que se movia como si hubiera terremoto. Alli vi Cafè bagdad, El festín de Babete y París Texas y las recuerdo todavái porque la Filmoteca empezó a caer cuando modificaron el parque y se abrieron las salas de cine multiples.

Anónimo dijo...

Los tiempos en que íbamos a la Filmoteca nunca volverán..por qué..porque ahora es propiedad de la PUCP y esta universidad JAMÁS permitirá que el costo por ver una película sea 5 ó 6 soles (como era en la Filmo)..mínimo sus 10 lucas, y de paso así se evita tener que soportar a los pobretones en sus salas!!..así son las cosas amigos, así es y será siempre la PUCP.