Cualquier persona peruana que posea por lo menos un mínimo de información sobre la evolución de la crítica de cine en el mundo no tiene que ser muy mayor para saber que ciertos críticos, desde hace muchísimos años, sí tomaron en cuenta el cine trash. En uno de los números de la desaparecida revista peruana de cine La gran ilusión se incluyeron los elogios que Bertrand Tavernier y Jean-Pierre Coursodon, en su libro 50 años de cine americano, le prodigaron a Edward D. Wood Jr. Incluso ahora, basta ver los extras de algunas ediciones en DVD de las películas de El Santo para saber que la crítica francesa de hace varias décadas tuvo un aprecio especial por ellas. Es una lástima que se tengan que inventar “prejuicios” o usar suposiciones cuando ya no se tiene nada que contestar o argumentar.
¿Cómo empezó mi contacto con ese cine? Desde mis años de estudiante universitario he tenido una fascinación por lo bizarro en las películas. Por la posibilidad de que los cánones del cine se vulneren, se alteren o se transformen en formas cinematográficas insólitas y alucinadas; sea ello originado por una propuesta consciente o por efecto de una realización defectuosa. Me encanta la posibilidad de que el cine encuentre siempre, producto del genio o del azar, nuevas vías expresivas.
Me gusta lo bizarro en Lynch, en títulos como Eraserhead, Terciopelo azul, Corazón Salvaje, Twin Peaks: Fire walk with me, Lost Highway o Mulholland Dr. Que use de manera siniestra géneros como el thriller o el road movie pero a partir de la iconografía de los cuentos de hadas, lo que otorga a sus héroes una dimensión ambigua y por eso mismo más humana. Pero también que convierta lo bizarro en enigma, en clave, en cripticismo, que devenga en un cine hipnotizante que convierte al espectador en un descifrador, que tenga que regresar, deslumbrado, una y otra vez, a sus películas para hallar más revelaciones sobre el sentido, casi inasible, de ellas.
Me gusta lo bizarro en Buñuel, en cintas como El Perro Andaluz, La edad de oro, El ángel exterminador, El discreto encanto de la burguesía y un largo etcétera. Aquellas películas que basan su absurdo en la interminable repetición de costumbres, en la incomprensible perversión de las prácticas sociales, en el sacrilegio más humorístico y provocador. En el fondo, el cineasta español demuestra a través de varias de sus películas que no hay más grande sinsentido que la propia “lógica”, “cordura”, “sensatez”, que pregona Occidente.
Me gusta lo bizarro en Jodorowsky, a través de filmes como El Topo, The holy mountain o Santa Sangre. Que haya escrito con las visiones y melodías más inimaginablemente alucinógenas una poesía espiritual sobre la materia. Que emplee la violencia de géneros exploitation como el spaghetti-western y el slasher movie como insumo para hacer arte.
Me gusta lo bizarro en Cronenberg, por medio de cintas como Videodrome o Scanners, que retratan las fusiones en su tiempo más impensables del cuerpo humano con el video, la máquina y las experimentaciones científicas. Muchas de las películas más antiguas del canadiense consiguieron una estética espeluznantemente visionaria, que auguraba metafóricamente las perversiones actuales de la Internet y el mundo virtual.
Me gusta lo bizarro en Cocteau, con películas como Orfeo o La bella y la bestia, quien convierte historias de hechizos y encantamientos más que en relatos feéricos en experiencias lindantes con el sueño. Y mi lista de películas favoritas en lo que se refiere a lo bizarro en el cine de autor continúa (no voy a ahondar en dichos filmes, dado que la mayoría de ellos ya los he comentado –o los comentaré próximamente- en este blog o en otros medios de comunicación, como El dominical de El comercio o la revista Tren de Sombras): Los ojos sin rostro de Franju, Alice de Svankmajer, Canto de amor de Genet, La princesa Mononoke de Miyazaki, Tetsuo de Tsukamoto, Corpus Callosum de Snow, Roma de Fellini, Pink Flamingos de Waters, algunos cortos de Stan Brahkage o Maya Deren (su Meshes of the afternoon es todo un clásico), La bestia ciega de Masumura, W.R. Misterios del organismo y Blue movie de Dusan Makavejev, La Bestia de Walerian Borowczyk…
¿Cómo empezó mi contacto con ese cine? Desde mis años de estudiante universitario he tenido una fascinación por lo bizarro en las películas. Por la posibilidad de que los cánones del cine se vulneren, se alteren o se transformen en formas cinematográficas insólitas y alucinadas; sea ello originado por una propuesta consciente o por efecto de una realización defectuosa. Me encanta la posibilidad de que el cine encuentre siempre, producto del genio o del azar, nuevas vías expresivas.
Me gusta lo bizarro en Lynch, en títulos como Eraserhead, Terciopelo azul, Corazón Salvaje, Twin Peaks: Fire walk with me, Lost Highway o Mulholland Dr. Que use de manera siniestra géneros como el thriller o el road movie pero a partir de la iconografía de los cuentos de hadas, lo que otorga a sus héroes una dimensión ambigua y por eso mismo más humana. Pero también que convierta lo bizarro en enigma, en clave, en cripticismo, que devenga en un cine hipnotizante que convierte al espectador en un descifrador, que tenga que regresar, deslumbrado, una y otra vez, a sus películas para hallar más revelaciones sobre el sentido, casi inasible, de ellas.
Me gusta lo bizarro en Buñuel, en cintas como El Perro Andaluz, La edad de oro, El ángel exterminador, El discreto encanto de la burguesía y un largo etcétera. Aquellas películas que basan su absurdo en la interminable repetición de costumbres, en la incomprensible perversión de las prácticas sociales, en el sacrilegio más humorístico y provocador. En el fondo, el cineasta español demuestra a través de varias de sus películas que no hay más grande sinsentido que la propia “lógica”, “cordura”, “sensatez”, que pregona Occidente.
Me gusta lo bizarro en Jodorowsky, a través de filmes como El Topo, The holy mountain o Santa Sangre. Que haya escrito con las visiones y melodías más inimaginablemente alucinógenas una poesía espiritual sobre la materia. Que emplee la violencia de géneros exploitation como el spaghetti-western y el slasher movie como insumo para hacer arte.
Me gusta lo bizarro en Cronenberg, por medio de cintas como Videodrome o Scanners, que retratan las fusiones en su tiempo más impensables del cuerpo humano con el video, la máquina y las experimentaciones científicas. Muchas de las películas más antiguas del canadiense consiguieron una estética espeluznantemente visionaria, que auguraba metafóricamente las perversiones actuales de la Internet y el mundo virtual.
Me gusta lo bizarro en Cocteau, con películas como Orfeo o La bella y la bestia, quien convierte historias de hechizos y encantamientos más que en relatos feéricos en experiencias lindantes con el sueño. Y mi lista de películas favoritas en lo que se refiere a lo bizarro en el cine de autor continúa (no voy a ahondar en dichos filmes, dado que la mayoría de ellos ya los he comentado –o los comentaré próximamente- en este blog o en otros medios de comunicación, como El dominical de El comercio o la revista Tren de Sombras): Los ojos sin rostro de Franju, Alice de Svankmajer, Canto de amor de Genet, La princesa Mononoke de Miyazaki, Tetsuo de Tsukamoto, Corpus Callosum de Snow, Roma de Fellini, Pink Flamingos de Waters, algunos cortos de Stan Brahkage o Maya Deren (su Meshes of the afternoon es todo un clásico), La bestia ciega de Masumura, W.R. Misterios del organismo y Blue movie de Dusan Makavejev, La Bestia de Walerian Borowczyk…
José Carlos Cabrejo
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