martes, 21 de febrero de 2012

La invención de Hugo Cabret



Hubiera sido difícil imaginar, hace unos años, ver una fantasía placentera y celebratoria firmada por Martin Scorsese. “La invención de Hugo Cabret” lo es. Pero es también un cuento lleno de paradojas. Es triste y exaltante; tenso y melancólico; oscuro y luminoso a la vez.


Se ambienta en un París mental, de pura ilusión. Es la ciudad imaginaria con la que soñamos los lectores de la literatura francesa y los aficionados a las películas de los años treinta, como aquellas que interpretaban Jean Gabin y Arletty. El París de Marcel Carné, pero mirado luego de aceptar los guiños de falsedad que lanzan sin pudor la era digital, las imágenes virtuales y los efectos de tercera dimensión. Aunque, después de todo, el París del cine francés de los años treinta, el de las escenografías de Trauner y los diálogos de Prévert, no era menos falso que el vemos aquí.


Ahí encontramos a Hugo Cabret, el huérfano que vive en una estación de trenes que parece resumir los primeros años de la historia del cine: ahí se cruzan la llegada del tren con un personaje que parece extraído de algún filme mudo burlesco (Sacha Baron Cohen), que amenaza y corretea al “Kid”.


Hugo trabaja controlando la exactitud del tiempo. Vigila el funcionamiento del engranaje del gran reloj de la estación. La gran ilusión de su vida es encontrar la llave que le permita poner en marcha el autómata que le dejó su padre fallecido.


La travesía de Hugo Cabret es la del niño que trata de acceder al legado paterno y, en el camino, halla un mundo nuevo. La llave para activar al autómata le conduce a unas imágenes perdidas. Es decir, a los vestigios, la memoria, los recuerdos de una persona desaparecida, a sus fantasías, a la evocación del “Viaje a la luna” (1902), la película amada por su padre. Compartir esa preferencia con el padre muerto establece una comunicación inefable entre ellos. La trayectoria de Hugo Cabret recuerda a la del Cristo de “La última tentación…”. Aquí también el hijo trata de cumplir el designio del padre y, en el camino, enfrenta una representación ilusoria que lo fascina y transforma.


Pero las imágenes no son suficientes. Hugo es un experto en máquinas que registran el tiempo. De pronto, en su aventura, encuentra una máquina que también lo hace, aunque de otra forma: la cámara cinematográfica es el aparato que atrapa el tiempo para actualizarlo una y otra vez. Lo convierte en materia ilusoria (lo embalsama o lo momifica, diría André Bazin)


Y junto con esa máquina que cambió la percepción del siglo XX, Hugo encuentra al mago que posee la llave buscada y encarna la infancia del arte: Georges Méliès, pionero de los trucajes, las maquetas, los efectos visuales, la parafernalia de la ilusión en el cine.


Y es en este punto que el empleo de la estereoscopía encuentra su justificación en la película. Una leyenda pertinaz cuenta que “La llegada del tren a la estación de la Ciotat”, de los hermanos Lumière, provocó el pánico de unos espectadores que hasta entonces solo acudían a los espectáculos públicos para contemplar los telones pintados y escenografías convencionales de la ópera o el teatro. Scorsese, con el 3D, juega a provocar la magia original, la que espantó a los espectadores de la “Llegada del tren…”: las imágenes móviles vuelven a franquear el horizonte visual para asaltar la percepción, jugando con el espectador, que reemplaza la ingenuidad de otrora por la complicidad que propone el dispositivo tecnológico.

Así, “La invención de Hugo Cabret” expone su línea genealógica e informa de su filiación. A través de la fábula de Hugo, el huérfano que encuentra en el cine y en Georges Méliès a una familia y a un padre de sustitución, la película de Scorsese declara con orgullo su con la vertiente del cine como fantasía y espectáculo popular.


Se ha dicho que en “Hugo Cabret” no se reconoce nada de la obra previa de Scorsese. No es verdad. La aparición del cineasta caracterizado como un camarógrafo de Méliès, documentando el rodaje del “Reino de las hadas”, recuerda sus cintas celebratorias del cine que prefiere: sus recorridos personales por el cine italiano y por el de su país. Pero no solo eso. El motivo del laberinto, el engranaje y la duplicidad virtual de la imagen están presentes en filmes como “El rey de la comedia”, “After hours”, “Vidas al límite”, “Los infiltrados”, “La isla siniestra”, aunque con tratamientos fílmicos distintos.

Ricardo Bedoya

7 comentarios:

Anónimo dijo...

La parte de Melies le resta fuerza a la pelicula. No me gustó. Lo del autómata es mejor.

Anónimo dijo...

Poco a poco Hugo y el espectador van descubriendo a George Melies, pionero con mas de 500!! peliculas.

Anónimo dijo...

...no era menos falso que el que* vemos aquí.

miguel moreno dijo...

"hugo cabret" es una gran pelicula y como muy pocas veces la tecnologia se pone al servicio del buen cine . Scorsese demuestra tambien lo gran cineaste q es , pues como ud dice sr bedoya , quien pudiera pensar q scorsese despues de dirigir peliculas tan sordidas como "mean streets" , "taxi driver", "el toro salvaje" , etc halla dirigido "hugo cabret" q es practicamente la antitesis de sus anteriores films . El amor por el cine se impone en scorsese en esta pelicula y eso lo demuestra en mostrarnos fragmentos de "viaje a la luna" (la obra de arte mas famosa de melies) en 3D!! , de antologia .
PD.- para mi "la invencion de hugo cabret" deberia ganar el oscar a mejor pelicula si no fuera por "El artista" .

Anónimo dijo...

"El Artista" me emociono mas que "Hugo" sobre todo por el gran trabajo del actor, que a mi parecer es mas seductor que Clooney, y porque el color en blanco y negro le da un plus al homenaje a los origenes del cine.
Es cierto la pelicula de Scorsese es mas completa, la decision es dificil, cual es la mejor.

A. M. Canessa dijo...

Me pareció aburridísima. Deberían advertir eso en la crítica. Aburrida aburrida, no aburrida como Barry Lyndon cuya estética clásica salva el conjunto, sino aburrida aburrida(y eso que la vi en 3D y subtítulos, en una sala en la que durante un silencio escuché varios ronquidos). Amo a Scorsese pero creo que está película la dirigió a control remoto en medio de sus múltiples compromisos. Es que no tiene una pizca de personalidad la película. Técnicamente es impecable, indudablemente, pero ni los personajes se salvan, ni las actuaciones como la del niño que está más para hacer comerciales de cereales que para protagonizar este film. Soso es poco. Sólo la preciosa Chloë Grace Moretz salva el elenco. Sres, adviertan un poco mejor a la gente de lo que van a ver. Es Scorsese y es un grande entre los grandes, pero en esta película ha estado planísimo, tedioso, falto de ritmo. No me resulta difícil imaginar que si esta película estuviera dirigida por otro director sin tanto background, hubiera sido criticada duramente.

Manuel Prendes G dijo...

Disiento del paralelismo con aquella primitiva proyección del tren que hizo saltar a los espectadores: Scorsese aquí tiene la prudencia de no utilizar el 3D (salvo, quizá, la caída de cierta herramienta) para arrojar objetos a la cara al espectador, única gracia para algunos de esa técnica cinematográfica.