Los fantasmas de dos grandes películas rondan sobre “Partir”, de la francesa Catherine Corsini. Por un lado está “La mujer infiel”, ese retrato al vitriolo del adulterio que firmó Claude Chabrol en 1968. Por el otro, “La mujer de al lado”, de François Truffaut, su película más pasional, cual hielo seco, fría y ardiente.
En “Partir”, el personaje de Kristin Scott Thomas, casada con un médico, madre de dos hijos adolescentes, kinesióloga que intenta retomar su oficio luego de haberse dedicado a la vida doméstica, pasados los cuarenta años de su edad, se enamora de un obrero catalán que trabaja en las obras de habilitación de la nueva consulta. La directora Corsini narra los hechos en tiempo retrospectivo. La primera escena de la película nos ofrece una información decisiva que resta suspenso a la acción y nos convierte a los espectadores en testigos de lo ineluctable.
Por eso, todo en la película es escueto y está marcado, acotado, de un modo casi informativo. En el inicio aparecen las escenas de la vida conyugal. Mejor, las rutinas inamovibles de la vida burguesa. Mejor aún, los retratos en interiores de la molicie provinciana, filmados con luminosa transparencia por la fotógrafa Agnès Godard. Todo parece marchar sobre las ruedas de la satisfacción y la abundancia pero también del malestar o la infelicidad. Esa es la sensación que activa el recuerdo de Claude Chabrol, pero también el que lo mitiga. Porque aquí no hay furia ni sátira. Corsini se limita a constatar la frialdad de las relaciones familiares expresadas en el rictus de tristeza esbozado en la expresión de Kristin Scott Thomas.
Y luego sigue la fría conmoción del descubrimiento del amor. Todo es súbito y no requiere de preámbulos ni de mayores desarrollos. Corsini resuelve los encuentros con el notable Sergi López como un repertorio de cuadros pasionales separados por fundidos en negro. Más que carnalidad, hay en ellos contención y un sentimiento de precaria melancolía. Es una relación erótica que nace de un desgarro físico, de un accidente, y que continúa marcada por esa herida.
De la economía de la pasión se pasa a la administración de la crisis: el drama del cambio de estatus, de la modificación de las rutinas, de la desarticulación de la vida familiar. La acomodada burguesa se encuentra de pronto en estado de necesidad y Corsini altera entonces, solo por unos momentos, el equilibrio de su tratamiento fílmico, para filmar la histeria y el enfrentamiento físico. Son los mejores momentos de Kristin Scott Thomas, que lleva el peso de toda la película. El retrato de su personaje, esa mujer “poseída” por el amor, es el que evoca “La mujer de al lado”. Pero Corsini es menos radical que Truffaut. Es decir, es más prudente, más racional, más sensata y trata de ubicarse siempre en el justo medio, evitando los alardes, los estallidos, los efectos melodramáticos.
“Partir” está hecha con los insumos del folletín, con las materias primas con la que se han fabricado centenares de historias de infidelidad y pasión, pero Corsini sabe mantener un centro de interés poderoso, el rostro y la personalidad de su actriz principal. La mirada de Kristin Scott Thomas aporta el desgarramiento y la vulnerabilidad de la adúltera que es también amante enceguecida, esposa despojada, madre repudiada o reconocida, persona violenta, trabajadora ocasional, acaso delincuente, mujer humillada y ofendida.
Ricardo Bedoya
En “Partir”, el personaje de Kristin Scott Thomas, casada con un médico, madre de dos hijos adolescentes, kinesióloga que intenta retomar su oficio luego de haberse dedicado a la vida doméstica, pasados los cuarenta años de su edad, se enamora de un obrero catalán que trabaja en las obras de habilitación de la nueva consulta. La directora Corsini narra los hechos en tiempo retrospectivo. La primera escena de la película nos ofrece una información decisiva que resta suspenso a la acción y nos convierte a los espectadores en testigos de lo ineluctable.
Por eso, todo en la película es escueto y está marcado, acotado, de un modo casi informativo. En el inicio aparecen las escenas de la vida conyugal. Mejor, las rutinas inamovibles de la vida burguesa. Mejor aún, los retratos en interiores de la molicie provinciana, filmados con luminosa transparencia por la fotógrafa Agnès Godard. Todo parece marchar sobre las ruedas de la satisfacción y la abundancia pero también del malestar o la infelicidad. Esa es la sensación que activa el recuerdo de Claude Chabrol, pero también el que lo mitiga. Porque aquí no hay furia ni sátira. Corsini se limita a constatar la frialdad de las relaciones familiares expresadas en el rictus de tristeza esbozado en la expresión de Kristin Scott Thomas.
Y luego sigue la fría conmoción del descubrimiento del amor. Todo es súbito y no requiere de preámbulos ni de mayores desarrollos. Corsini resuelve los encuentros con el notable Sergi López como un repertorio de cuadros pasionales separados por fundidos en negro. Más que carnalidad, hay en ellos contención y un sentimiento de precaria melancolía. Es una relación erótica que nace de un desgarro físico, de un accidente, y que continúa marcada por esa herida.
De la economía de la pasión se pasa a la administración de la crisis: el drama del cambio de estatus, de la modificación de las rutinas, de la desarticulación de la vida familiar. La acomodada burguesa se encuentra de pronto en estado de necesidad y Corsini altera entonces, solo por unos momentos, el equilibrio de su tratamiento fílmico, para filmar la histeria y el enfrentamiento físico. Son los mejores momentos de Kristin Scott Thomas, que lleva el peso de toda la película. El retrato de su personaje, esa mujer “poseída” por el amor, es el que evoca “La mujer de al lado”. Pero Corsini es menos radical que Truffaut. Es decir, es más prudente, más racional, más sensata y trata de ubicarse siempre en el justo medio, evitando los alardes, los estallidos, los efectos melodramáticos.
“Partir” está hecha con los insumos del folletín, con las materias primas con la que se han fabricado centenares de historias de infidelidad y pasión, pero Corsini sabe mantener un centro de interés poderoso, el rostro y la personalidad de su actriz principal. La mirada de Kristin Scott Thomas aporta el desgarramiento y la vulnerabilidad de la adúltera que es también amante enceguecida, esposa despojada, madre repudiada o reconocida, persona violenta, trabajadora ocasional, acaso delincuente, mujer humillada y ofendida.
Ricardo Bedoya
1 comentario:
Buena película pero no la ve nadie
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