En "La doble vida de Walter", de Jodie Foster, es una película extraña que no logra encontrar un tono definido, pero ese rasgo es la base de su singularidad. Por ratos, es un drama familiar cargado y hasta violento. En otros momentos, parece una comedia absurda. Hay secuencias en las que se desliza la interpretación siquiátrica del extraño caso del hombre y la marioneta del castor que habla por él.
Por un lado, luce como el retrato de una disfuncionalidad familiar que hace crisis. Por otro lado, parece un vehículo al servicio de Mel Gibson. A lo que se suman apuntes propios de un manual de autoayuda y escenas de una inquietud que queda ahí, apuntada, sin desarrollo mayor.
Jodie Foster es una directora de oficio y consigue crear un clima de incertidumbre y malestar. Eso es lo interesante de esta película de perfil bajo, frustrante e imperfecta. Sabe mirar a los perdedores sin condenarlos. Trata de entender las causas del dolor íntimo sin recetar fórmulas de redención. Apuesta a representar la depresión en un medio que exalta sin cesar hasta el triunfo más banal.
Jodie Foster es una directora de oficio y consigue crear un clima de incertidumbre y malestar. Eso es lo interesante de esta película de perfil bajo, frustrante e imperfecta. Sabe mirar a los perdedores sin condenarlos. Trata de entender las causas del dolor íntimo sin recetar fórmulas de redención. Apuesta a representar la depresión en un medio que exalta sin cesar hasta el triunfo más banal.
Ricardo Bedoya
No hay comentarios:
Publicar un comentario