martes, 13 de septiembre de 2011

En el 93

John Campos Gómez envía este artículo sobre la película "En el 93", de Carlos Benvenuto, que se exhibirá mañana, miércoles, a las 7.30 de la noche, en Elgalpon.Espacio (LA MAR 949 - PUEBLO LIBRE)


“Una vez que el montador haya recorrido el plató para ver exactamente sobre qué se centra el interés de la escena, habrá dado entonces sus primeros pasos como cineasta”
Jean-Luc Godard

Quizás sin tener presentes las palabras de Godard, Carlos Benvenuto se arrojó al plató para, más que hacer, ser cine: abducido, devino él mismo materia de rodaje. De manera lúdica aunque temeraria, el mismo director decidió ser una película y responderse así lo que no quiere oír de un terapeuta. Cual feligrés del cine, crédulo, atendería la penitencia dada por el montaje.


Sin embargo, Benvenuto, lo que en tono ceremonioso no quería oír de un terapeuta, lo oirá severamente de los espectadores, que inalienables el cine lleva siempre consigo. Y es que En el 93 es un estriptís en medio de una plaza abarrotada de mirones acomodados en butacas, proclives a tantas reacciones cuanto les dé la tolerancia. El cine, como actividad de convocatoria masiva, somete al escrutinio popular las manifestaciones que mediante éste se proyecten. Hidalgo, el director accede voluntariamente al juicio porque respeta, si no ama, al cine.


Y lo puede amar, o adorar, porque lo reverencia cual oráculo, lo venera como divinidad que siempre acierta, sino por qué le sirve su vida ordinaria para que la arroje, tras el montaje, como un ensayo definitivo de lo que ha sido, es, y posiblemente, será si continúa siendo el personaje de esa película.


El rodaje, llevado a cabo por el plan del antojo y lo circunstancial, es el inicio de una peregrinación hacia un destino incierto, en busca de preguntas puntuales, primero. Benvenuto pretende que sus vivencias vistas a través de la “pupila de cristal de la cámara” sean objetivadas, purificadas, para su posterior reflexión en la edición. Reitero, la penitencia; la hora de las respuestas. Así, el debutante realizador suscribe los postulados de Bazin y Kracauer respecto de que la realidad difiere de su imagen fotográfica en medida de que el espectador contempla la realidad de manera diferente como contempla el cine. Ergo, Benvenuto reflexionará con rigor su propio yo cuando sea primero una película, un objeto de estudio.


La cámara inquieta, traviesa, emula el ánimo de quien la manipula. El director desenfoca la imagen, extravía su mirada a objetos impropios de la conversación o, también, se posa sobre otros objetos que mejor representan su estado emocional. Objetos que, en el ensayo que es la película, por supuesto son, además, los amigos, la familia, la ex enamorada y el material audiovisual ajeno que alterna en el metraje. Especialmente ese material ajeno, que son filmaciones caseras y el tráiler de un cortometraje bastante sugerente, funge de subtextos que Benvenuto apropia para complementar la perspectiva de su propio entorno. Una mirada plural, pero, al fin, unificada.


El pulposo cuestionario que dejó el rodaje sería respondido mediante el montaje. Es, pues, durante la edición cuando las imágenes capturadas definen su razón, motivando en el director reflexiones que antes de enfrentarse a ellas no consideraba. No sé ideológica, pero sí conceptualmente, En el 93 comulga con la teoría del cine-ojo impulsada por Dziga Vertov, pues su autor “organiza los fragmentos arrancados de la vida en un orden rítmico visual cargado de sentido”. Fue hasta la manipulación de los empalmes cuando la película no encontró solo coherencia sino la sensibilidad que la justificara y diera forma (abstracta)


Esta película conversa de temas comunes Reminiscencias, de Juan Daniel. Asentado en el presente, Benvenuto ya no regresa hacia sí mismo en pos de recuerdos como Fernández, más bien apela a que su contexto y personajes lo ayuden en la tarea de reconocerse. De igual manera, ambas películas recurren al cine como palestra, como campo terapéutico, y redefinen el yo de sus autores: Reminiscencias se lo demanda al pasado, por su parte, En el 93 a su entorno. La inclinación de Benvenuto a la manipulación –a la interacción interpersonal no solo para fines comunicantes- queda patente en su destreza para convertir imágenes disgregadas en diagnóstico psicológico.


No obstante, pese a los pretextos trascendentes del filme, la puesta en escena revoca cualquier atisbo de solemnidad; es más, se advierte un carácter lúdico que despeja la potencial densidad en la pesquisa. La cuenta regresiva de un videojuego en la escena final lo confirma, más bien lo redunda. Final obvio de un ejercicio de introspección promovido por el cine, incorregible infidente. Con En el 93, Carlos Benvenuto se hizo cine, devino una película desafiante, que provoca a sumirse en sus causantes. Como cineasta, más aún, invita a seguirle la pista.


John Campos Gómez

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