“Kukuli” (1961) es el primer largometraje realizado por los cusqueños Luis Figueroa, Eulogio Nishiyama y el huancaíno César Villanueva. La cinta se filma en 16mm., ampliándose para su exhibición pública. El proyecto se plantea como culminación y paso lógico al largometraje luego de la experiencia documentalista de los realizadores, iniciada en 1955 en el seno del Cine Club del Cuzco.
Kukuli es como un cuento de los orígenes, ofrecido desde un deslumbramiento contemplativo que le debe a los contrapicados embellecedores de Eisenstein, pero también al documentalismo de los italianos Enrico Grass y Mario Craveri, que había impactado a los cineastas cusqueños con El imperio del sol.
La ficción narrativa de Kukuli es tenue y la cinta apela al recurso del relato en off pronunciado por un narrador para aclarar el sentido de los ritos y las fiestas por las que atraviesa Kukuli en su viaje hacia Paucartambo. El texto, responsabilidad de Sebastián Salazar Bondy, es explícito, redundante y está redactado en un castellano de acentos anacrónicos que contrasta con el quechua hablado por los personajes de la cinta. Kukuli es la primera película peruana dialogada en quechua. La música de Armando Guevara Ochoa resulta melodiosa, sinfónica y omnipresente.
Kukuli explota sin pausas las virtudes fotogénicas del cielo serrano y la contundente expresividad de las siluetas de los camélidos desplazándose entre los eucaliptos recortados contra los picos de nieve, con lo que busca dar un toque de grandeza al encuadre y sublimar las situaciones del guión. La iconografía colorida y deslumbrante de los vestidos, las máscaras y múltiples polleras, los atavíos espejeantes de hilos de oro y lentejuelas del cementerio inca de Ninamarca y la salida llameante del sol de Tres Cruces son las materias primas transfiguradas o exaltadas en su intensidad por la película Anscochrome.
Hay patetismo, hieratismo y culto por la leyenda de la “fatalidad de la raza” en esta recreación de una fábula originaria en la que el gesto humano se congela para convertirse en pose y en la que las sombras y los perfiles tienen pretensiones de fresco y monumento. Los persistentes contrapicados, el sinuoso seguimiento de la cámara a danzas y festividades, la deliberada composición, la mirada que embellece, exalta y estetiza, la intención de redondear una obra de inconfundibles valores estéticos, impregnan a Kukuli de una cualidad idealista y sentimental. Cualidad que es resultado de incorporar un modo de sensibilidad ingenua que convierte los atavíos, los rostros, las máscaras, los animales y los paisajes en objetos de contemplación deslumbrada y a los conflictos propios de la leyenda y el mito en oposiciones esenciales, primarias, arquetípicas.
Pocas películas peruanas como Kukuli aluden en su disposición formal y en su modo de acercarse a la realidad, a la tradición de los cines occidentales y europeos. Los planos estáticos, cargados de intensidad lírica, destinados a hacernos apreciar el paisaje o crear las homologías entre la apariencia grácil y sensual de los camélidos y la de la protagonista, o aquellos que se insertan de pronto – para simbolizar el encuentro sexual entre Kukuli y Alako, o la muerte de Kukuli – logran multiplicar los tropos, las figuras, la metonimia, como modos de significar la omnipresente simbología celebratoria de las bodas entre hombre y naturaleza, como en Ucrania filmada por Dovjenko. O acaso rendían tributo al cine escandinavo, pródigo en la elaboración de cosmogonías y siempre dispuesto a hallar equivalencias antropomórficas en las fuerzas naturales. A su turno, la impronta de Eisenstein se percibe en la imaginería religiosa y vindicativa del final, con el cura barbado, crucifijo en mano, que celebró Georges Sadoul.
No es casual que el encuentro de los cineastas de la Escuela del Cusco se produjera en un cine club. El cine nórdico y el soviético fueron en los años cincuenta el sustento cotidiano de la programación de instituciones culturales como el Cine Club Cusco. No olvidemos que el principal importador peruano de películas de "arte" fue el cusqueño Luis Bolaños, conductor de la Distribuidora Libertad, distribuidor de Kukuli y vinculado de modo amical con algunos de los integrantes del Cine Club Cusco.
Kukuli fue exhibida en diversos festivales (Sestri Levante en Italia, Berlín, Moscú) y países. Al proyectarse en Barcelona, el periodista Juan Francisco Lasa publicó la siguiente opinión en el diario La Vanguardia:
" ...Desde el punto de vista técnico, la cinta peruana revela cierta preocupación esteticista, repleta de ingenuidades del más puro cine amateur (lo cual no es un reproche). Pero junto a sus lagunas formales -entre las que señalamos las deficiencias del sistema Anscocolor-, hay en ella una serie de magníficas secuencias de gran interés dramático, con las que una tierra rica en leyendas ha sabido reflejarse a sí misma con toda la grandeza de lo incaico y, al propio tiempo, con el primitivismo del alma aborigen.
Kukuli es como un cuento de los orígenes, ofrecido desde un deslumbramiento contemplativo que le debe a los contrapicados embellecedores de Eisenstein, pero también al documentalismo de los italianos Enrico Grass y Mario Craveri, que había impactado a los cineastas cusqueños con El imperio del sol.
La ficción narrativa de Kukuli es tenue y la cinta apela al recurso del relato en off pronunciado por un narrador para aclarar el sentido de los ritos y las fiestas por las que atraviesa Kukuli en su viaje hacia Paucartambo. El texto, responsabilidad de Sebastián Salazar Bondy, es explícito, redundante y está redactado en un castellano de acentos anacrónicos que contrasta con el quechua hablado por los personajes de la cinta. Kukuli es la primera película peruana dialogada en quechua. La música de Armando Guevara Ochoa resulta melodiosa, sinfónica y omnipresente.
Kukuli explota sin pausas las virtudes fotogénicas del cielo serrano y la contundente expresividad de las siluetas de los camélidos desplazándose entre los eucaliptos recortados contra los picos de nieve, con lo que busca dar un toque de grandeza al encuadre y sublimar las situaciones del guión. La iconografía colorida y deslumbrante de los vestidos, las máscaras y múltiples polleras, los atavíos espejeantes de hilos de oro y lentejuelas del cementerio inca de Ninamarca y la salida llameante del sol de Tres Cruces son las materias primas transfiguradas o exaltadas en su intensidad por la película Anscochrome.
Hay patetismo, hieratismo y culto por la leyenda de la “fatalidad de la raza” en esta recreación de una fábula originaria en la que el gesto humano se congela para convertirse en pose y en la que las sombras y los perfiles tienen pretensiones de fresco y monumento. Los persistentes contrapicados, el sinuoso seguimiento de la cámara a danzas y festividades, la deliberada composición, la mirada que embellece, exalta y estetiza, la intención de redondear una obra de inconfundibles valores estéticos, impregnan a Kukuli de una cualidad idealista y sentimental. Cualidad que es resultado de incorporar un modo de sensibilidad ingenua que convierte los atavíos, los rostros, las máscaras, los animales y los paisajes en objetos de contemplación deslumbrada y a los conflictos propios de la leyenda y el mito en oposiciones esenciales, primarias, arquetípicas.
Pocas películas peruanas como Kukuli aluden en su disposición formal y en su modo de acercarse a la realidad, a la tradición de los cines occidentales y europeos. Los planos estáticos, cargados de intensidad lírica, destinados a hacernos apreciar el paisaje o crear las homologías entre la apariencia grácil y sensual de los camélidos y la de la protagonista, o aquellos que se insertan de pronto – para simbolizar el encuentro sexual entre Kukuli y Alako, o la muerte de Kukuli – logran multiplicar los tropos, las figuras, la metonimia, como modos de significar la omnipresente simbología celebratoria de las bodas entre hombre y naturaleza, como en Ucrania filmada por Dovjenko. O acaso rendían tributo al cine escandinavo, pródigo en la elaboración de cosmogonías y siempre dispuesto a hallar equivalencias antropomórficas en las fuerzas naturales. A su turno, la impronta de Eisenstein se percibe en la imaginería religiosa y vindicativa del final, con el cura barbado, crucifijo en mano, que celebró Georges Sadoul.
No es casual que el encuentro de los cineastas de la Escuela del Cusco se produjera en un cine club. El cine nórdico y el soviético fueron en los años cincuenta el sustento cotidiano de la programación de instituciones culturales como el Cine Club Cusco. No olvidemos que el principal importador peruano de películas de "arte" fue el cusqueño Luis Bolaños, conductor de la Distribuidora Libertad, distribuidor de Kukuli y vinculado de modo amical con algunos de los integrantes del Cine Club Cusco.
Kukuli fue exhibida en diversos festivales (Sestri Levante en Italia, Berlín, Moscú) y países. Al proyectarse en Barcelona, el periodista Juan Francisco Lasa publicó la siguiente opinión en el diario La Vanguardia:
" ...Desde el punto de vista técnico, la cinta peruana revela cierta preocupación esteticista, repleta de ingenuidades del más puro cine amateur (lo cual no es un reproche). Pero junto a sus lagunas formales -entre las que señalamos las deficiencias del sistema Anscocolor-, hay en ella una serie de magníficas secuencias de gran interés dramático, con las que una tierra rica en leyendas ha sabido reflejarse a sí misma con toda la grandeza de lo incaico y, al propio tiempo, con el primitivismo del alma aborigen.
A pesar de la pintura exacerbada y dura del sacerdote y de todas esas concesiones a la fórmula del "salvaje feliz" impuestas por ciertas concepciones sociales y políticas, en esta primera muestra del arte cinematográfico peruano, hay un admirable mensaje estético que alcanza a la banda sonora, con la que Armando Guevara Ochoa ha logrado transmitirnos antiquísimos acentos incaicos, y también a los deliciosos diálogos en lengua quechua, muchas veces tan musicales como las mismas canciones populares..."
Ricardo Bedoya
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