“Temple de acero” es un western con todos los ingredientes del género puestos en su lugar. Dirigen los hermanos Joel y Ethan Coen, que adaptan una novela llevada al cine con el mismo nombre en 1969, con John Wayne como protagonista y Henry Hathaway como director. No fue, ni de lejos, la mejor cinta de Hathaway, ni el mejor de sus westerns: los aficionados al género deben revisar “Rawhide”, con Jack Elam haciendo de un villano excepcional. La versión de los Coen no es mejor ni peor. Es menos elegíaca y no está volcada a celebrar a un actor legendario en su vejez. Jeff Bridges es una presencia formidable, pero carece de la densidad mítica y el relieve icónico de Wayne en la etapa final de su carrera. Por eso, los Coen organizan con austera determinación su parábola sobre el crecimiento, la madurez, el deber, la lealtad, la gratitud, pero también sobre las débiles fronteras que separan el caos de la civilización: el “territorio indio” al que fugan los villanos se contrasta con las salas de los tribunales que dilucidan pleitos entre los nuevos hombres del Oeste, prestamistas, banqueros y constructores de ciudades.
Presencia del pasado, dinosaurio, hombre del viejo Oeste, Rooster Cogburn (Bridges) se lanza a una misión que lo distrae del embotamiento crónico provocado por el alcohol, a instancias de una niña de dicción anacrónica (notable Hailee Steinfeld) La trama de “Temple de acero” es elemental y su resolución un tanto apresurada y esquemática, pero lo que de verdad interesa es la fluencia de la acción, el talante de la aventura, la belleza invernal de los paisajes, los peligros que acechan en el territorio indio, la tensión física del pasaje que muestra a la niña y su caballo cruzando un río, y el humor de los diálogos, dichos con arcaísmos en los que se complacen los directores. Pero destaca, sobre todo, la estrategia visual que construyen los Coen para mostrar enfrentamientos y emboscadas a la distancia: sentido del paisaje y del plano abierto, profundidad de campo, tensión creada por las distancias relativas de los personajes en el horizonte, y hasta ahí va el tiro certero.
En “Temple de acero” asistimos a la última aventura de un héroe, pero ello no es motivo de sentimentalismo. A lo más, la descripción de su esfuerzo tiene un toque sombrío, de contenida tristeza, resumido en el comentario que hace la protagonista, con gesto enjuto y desengañado, 25 años después: el tiempo es inclemente para todos. Por eso, tal vez lo más apreciable de la película sea su seca determinación de no ceder a las retóricas al uso en el western desde los años sesenta: la acentuación crepuscular, el manierismo de la nostalgia, el patetismo, el lamento por la llegada de los nuevos tiempos, la recreación paródica o irónica de las situaciones y personajes típicos o la mirada altiva y suficiente a las convenciones del género. Nada de eso hay aquí.
En “Temple de acero” no cabe la complacencia al evocar el pasado. Al Gallo Cogburn, viejo vaquero, le pesan los años y los miles de whiskies que lleva dentro, pero es un profesional. Y asume su tarea no con el desgano de un “has been” ni con el dolor del cuerpo añoso, sino con la persistencia, el empeño y la inteligencia de un guerrero curtido. Por eso, lo mejor de esta película está en la nitidez con que presenta el encuentro entre el viejo y la adolescente sabelotodo, y el modo en que ambos se internan en ese territorio indio de donde salen distintos: uno más curtido aún, si cabe, y la muchacha transformada y marcada para siempre.
Presencia del pasado, dinosaurio, hombre del viejo Oeste, Rooster Cogburn (Bridges) se lanza a una misión que lo distrae del embotamiento crónico provocado por el alcohol, a instancias de una niña de dicción anacrónica (notable Hailee Steinfeld) La trama de “Temple de acero” es elemental y su resolución un tanto apresurada y esquemática, pero lo que de verdad interesa es la fluencia de la acción, el talante de la aventura, la belleza invernal de los paisajes, los peligros que acechan en el territorio indio, la tensión física del pasaje que muestra a la niña y su caballo cruzando un río, y el humor de los diálogos, dichos con arcaísmos en los que se complacen los directores. Pero destaca, sobre todo, la estrategia visual que construyen los Coen para mostrar enfrentamientos y emboscadas a la distancia: sentido del paisaje y del plano abierto, profundidad de campo, tensión creada por las distancias relativas de los personajes en el horizonte, y hasta ahí va el tiro certero.
En “Temple de acero” asistimos a la última aventura de un héroe, pero ello no es motivo de sentimentalismo. A lo más, la descripción de su esfuerzo tiene un toque sombrío, de contenida tristeza, resumido en el comentario que hace la protagonista, con gesto enjuto y desengañado, 25 años después: el tiempo es inclemente para todos. Por eso, tal vez lo más apreciable de la película sea su seca determinación de no ceder a las retóricas al uso en el western desde los años sesenta: la acentuación crepuscular, el manierismo de la nostalgia, el patetismo, el lamento por la llegada de los nuevos tiempos, la recreación paródica o irónica de las situaciones y personajes típicos o la mirada altiva y suficiente a las convenciones del género. Nada de eso hay aquí.
En “Temple de acero” no cabe la complacencia al evocar el pasado. Al Gallo Cogburn, viejo vaquero, le pesan los años y los miles de whiskies que lleva dentro, pero es un profesional. Y asume su tarea no con el desgano de un “has been” ni con el dolor del cuerpo añoso, sino con la persistencia, el empeño y la inteligencia de un guerrero curtido. Por eso, lo mejor de esta película está en la nitidez con que presenta el encuentro entre el viejo y la adolescente sabelotodo, y el modo en que ambos se internan en ese territorio indio de donde salen distintos: uno más curtido aún, si cabe, y la muchacha transformada y marcada para siempre.
Ricardo Bedoya
5 comentarios:
Un pregunta señor Bedoya: ¿Por qué considera que la película posee una "resolución un tanto apresurada y esquemática"? ¿Cómo podemos notarlo? ¿Hay alguna escena o escenas que nos lleven a concluir eso? Gracias
Señor Bedoya, porque no hace un post sobre las nominadas al oscar, nos interesa conocer sus favoritas. Saludos
Al señor Ordaya
Me refiero al modo en que se trata al personaje de Matt Damon -casi se le despacha al final- y a cierta inflexión dramática en la escena del enfrentamiento final. Baja la tensión y los "villanos" tienen presencia, agresividad y hasta locura, pero motivaciones vagas.
Es lograda, sí, la aparición de la muchacha -perdón, de la mujer- varias décadas después, en otro Oeste, en el ocaso de un mundo, convertido ya en un show de feria. Un mundo que quedó separado de su esncia, la aventura, el espìritu pionero o el riesgo, así como ella perdió el brazo.
Al señor Vicente:
No hago un post sobre el Oscar, porque en verdad no me mueve mucho el premio ni las candidatas. La mejor de las nominadas me parece Toy Story 3, que ganará el premio de animación pero no el de mejor película del año.
De las nominadas, mis preferencias son, de mejor a peor:
Toy Story 3
Red social
Temple de acero
Lazos de sangre
El discurso del rey
Ni Inception ni El cisne negro me interesan. En todo caso, prefiero la primera.
Creo que ganará El discurso del rey, así como Colin Firth y Natalie Portman.
Coincido con usted Sr. Bedoya, en sus preferidas. A pocos les gusta Red Social pero es un retrato de la sociedad en que vivimos y lo interesante radica en la creación del Facebook. La ceremonia del Oscar bastante aburrida y los ganadores ya estaban cantados.
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