sábado, 21 de noviembre de 2009

Tarata


Emilio Bustamante escribe sobre Tarata. El texto se publicó originalmente en la revista Nexos.

Se ha objetado, con razón, la estructura narrativa y la construcción de personajes de la película de Fabrizio Aguilar; sin embargo, Tarata tiene también virtudes de concepto y puesta en escena que creo necesario destacar.

Hay en Tarata una acertada recreación de época que no se limita a lo ilustrativo. La dirección de arte y la fotografía en clave baja contribuyen a rememorar los tiempos oscuros y la atmósfera de guerra que ya se respiraba en la capital antes del estallido de la bomba en la calle miraflorina. El caos y el agobio se notan en los espacios estrechos, las líneas cruzadas y las paredes pintarrajeadas de la universidad pública donde trabaja Daniel (Miguel Iza). El deterioro de la calidad de vida de la clase media se observa en los muebles y los vestidos gastados de la familia protagónica, y en los rostros de Daniel y Claudia (Gisela Valcárcel), quienes en distintos momentos de la trama examinan sus arrugas como comprobando el paso del tiempo y el estancamiento de las ilusiones. La pérdida de la fe en la educación como fuente de progreso se evidencia en las carpetas viejas y arrumadas en la azotea del pabellón universitario desde donde se descuelga la banderola de Sendero Luminoso; y la inutilidad del autoengaño de un sector de los limeños se hace patente en la fiesta de toque a toque, donde imperan el aburrimiento, el cansancio y la melancolía.


Si bien los personajes son más conceptos que seres animados, en tanto portadores de significados guardan coherencia con la puesta en escena. Cada uno de los miembros de la familia representa una reacción a la guerra de baja intensidad que se vive en la capital. Tenemos así la búsqueda de explicación del padre, la furia de la madre, la evasión de la hija y la paranoia del hijo. Todos se hallan afectados por la violencia política antes del atentado. Mediante la representación de esta familia alterada y el aire malsano que la rodea, el filme de Fabrizio Aguilar cuestiona un lugar común: aquel según el cual los limeños de clase media no se percataron de lo que estaba sucediendo en el país hasta que estalló la bomba en Tarata.

El filme decae notablemente a partir de la secuencia de la explosión, pero Tarata tiene un final apreciable. La guerra ya ha alcanzado a Claudia (su amiga ha muerto, su esposo está preso), pero en el encuentro con Rosa asume una postura de superioridad, que se expresa en la actuación de Valcárcel, el diálogo, y el ángulo bajo de la cámara que la enfoca. Claudia acepta que la desaparición del hijo de Rosa es algo que puede suceder a personas inocentes, pero no admite que la prisión de su esposo pueda durar mucho tiempo. Claudia niega la posibilidad de hallarse en una situación equivalente a la de su ex empleada, después del atentado de Tarata. Para ella, ambas son víctimas, mas no iguales. La cinta sugiere de este modo los límites de la “toma de conciencia” que supuestamente el acto terrorista produjo en ciertos sectores de la clase media limeña. Ni completamente ajenos a la guerra antes; ni resueltamente solidarios con las otras víctimas después.

Más allá de sus obvios defectos, Tarata nos invita a revisar nuestros recuerdos y la retórica sobre el atentado.

Emilio Bustamante

4 comentarios:

Carlos Esquives dijo...

Tarata es más la historia sobre una familia dentro de un contexto convulsionado por la violencia política que la misma historia del atentado ocurrido en Tarata, ello nada desdeñable, pero si es importante aclararlo debido a que Fabrizio Aguilar estructura su estrategia narrativa partiendo de la descripción de dicha familia para dar paso al entendimiento contextual. Hablar de cada miembro de la familia es hablar sobre cómo el Perú, en general, ha ido asumiendo un estado de conciencia. Está claro que para cuando ocurrió el atentado en Tarata ya podíamos asegurar que el terrorismo era una crisis nacional en donde cada uno de sus individuos sociales o regionales ya había convivido o experimentado con el enemigo. El Perú sabía entonces con quien estaba tratando. Nos ubicamos entonces a un antes del atentado. ¿Qué pensaba el Perú antes de este? Un esquema aproximado podemos encontrarlo en la familia constituida por un padre positivista a una posible alianza entre los entes gubernamentales y los terroristas, una madre concentrada en su vida laboral e inclusive banal, una joven adolescente encerrada en su propio mundo y un niño inmerso, efectivamente, en un estado de paranoia producto de los anuncios que va asimilando de los circuitos mediáticos. A partir de eso entonces podemos asegurar que si bien se encuentran afectados cada miembro de la familia este no necesariamente apunta a un síntoma que responde a los sucesos contextuales, esto debido a que las dos mujeres, madre e hija, poseen un desinterés e inclusive hasta una ignorancia por lo que pasa afuera. Muy a diferencia de los hombres que no solamente observan su entorno sino que además poseen un estado de juicio o postura. Por un lado el padre es positivo, neutral a ambos bandos, mientras que el niño se encuentra en un estado de resignación situacional, o sea sus reflejos estarán a la defensiva. Creo que ha habido un desacierto en la construcción de sus personajes y más aún de reunirlos en calidad de familia ya que cada uno está alejado el uno del otro, aunque por otro lado esto se puede observar como una crítica a una sociedad escindida y despegada a su realidad. Creo que desde ese sentido es meditable la propuesta de Aguilar. Me parecía muy arriesgado de crear un menor en un estado de tensión muy elevado (hay una madurez muy prematura en este sujeto), pero se podría tomar esto desde el punto de vista de que tan fuertes son los enunciantes mediáticos; discutible. El final creo también que fue un punto que elevó el filme, aunque asumo la idea que la madre, por su mismo carácter, fue uno de los personajes que se observó claramente una evolución y esto provocado por el encierro de su marido. Esto ha creado en Claudia una necesidad de asumir un interés por lo que está fuera de ella, por lo tanto ya no observamos a un mujer ausente, víctima de sus propias necesidades o decisiones, es más bien una mujer más comprometida y trae esto de por medio una conciliación, es por eso que dudo haya una resistencia de parte de Claudia por asemejarse a Rosa, su empleada. No hay motivos del porqué asumir o dicha idea. Una escena en que Claudia se acerca a Rosa, dicha acción ya prueba que hay una conciliación, un reconocimiento de lo que está pasando alrededor, y que no es cuestión de clases o razas, es algo que afecta a todo el Perú. El hecho que tengan ambas mujeres distintas heridas que les ha dejado la guerra no significa que haya un abismo entre ellas. Ambas se encuentran en el mismo campo y Claudia se percata de ello al haberse encontrado en la misma comisaría con Rosa. Las dos mujeres se resisten a enviudarse de sus familiares.

Anónimo dijo...

Muy bien, Emilio.

Anónimo dijo...

Perdonen el off topic, pero como este sitio se ocupa de asuntos siniestros, serian tan amables de hacer una nota sobre la calificacion que le ponen a las peliculas los distribuidores. Acabo de ver que la cinta "Instintos siniestros" esta calificada como para mayores de 14 años. Es esto posible? Es una cinta terrible, inapropiada para un chico de esa edad. En todas partes del mundo civilizado esa cinta es para mayores.

Aqui la calificacion en el mundo
France:-16 | USA:R (cut) | USA:NC-17 (orginal rating) | Japan:R-18 | Finland:K-18 (self applied) | Argentina:18 | Mexico:C | Germany:(Banned) (cut) | UK:18

Agradecere una nota sobre la barbaridad que estan haciendo los distribuoidores con los chicos del Peru, acercandolos a experiencias visuales y tematicas muy por encima de su conocimiento natural de las cosas.

Emilio Bustamante dijo...

En torno al comentario de Carlos Esquives:

1. La resistencia por parte de Claudia a identificarse con Rosa está expresada con recursos de lenguaje audiovisual: el ángulo de toma no es el mismo para Claudia y Rosa. Claudia es tomada en un ligero contrapicado, que resalta su soberbia subsistente. El tono de voz empleado por Claudia establece, asimismo, una cierta distancia respecto de su interlocutora, igual que la postura de su cuerpo. El diálogo, por otro lado, tiene un subtexto: “el caso de mi esposo es diferente al de tu hijo”. Claudia ha cambiado (ahora sí pone cintas adhesivas a los vidrios de la ventana, y se aleja cautelosamente de coches estacionados); pero no totalmente.
2. Si los personajes lucen afectados, es a causa de algo. Ese algo es la guerra. La atmósfera de guerra los envuelve y afecta. Las reacciones son distintas. La negación, en este caso, es también una reacción. Si el personaje de Claudia es el mejor de la película, ello se debe a que posee una complejidad de la que los otros personajes carecen. Y también coherencia. Claudia no ignora la guerra, no puede ignorarla, pues la rodea: ha habido un atentado a un banco cerca de su casa, sufre los apagones, y hasta resuelve crucigramas con su amiga en donde se alude al terrorismo. Pero Claudia no huye ni se recluye, ni toma medidas de cautela, ni intenta buscarle una explicación a los hechos; sino emprende un negocio. Eso supone hacer frente a una situación desmoralizadora como la que se vive, pero también negar parcialmente su magnitud. Claudia hasta se aprovecha de la situación, tratando de revertirla a su favor: así, se apropia de un mueble del banco atacado. Todo ello lo hace con energía, y hasta con furia ante la pusilanimidad de su esposo. Después del estallido de la bomba en la calle Tarata, Claudia no cambia sustancialmente. Sigue enfrentando con vigor a los acontecimientos, ahora toma más precauciones, es verdad; pero mantiene su cuota de negación: su esposo no puede estar mucho tiempo preso, eso no puede pasarle a ella. Claudia acepta en parte las condiciones en que está viviendo, y las enfrenta; pero para luchar requiere de una negación parcial de la magnitud de las mismas. Antes y después de Tarata y de la prisión de su esposo, Claudia sigue el mismo patrón de comportamiento.