Este artículo de Emilio Bustamante fue publicado originalmente por la revista Nexos, una publicación del área de periodismo de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Lima.
Motor y motivo llevaría implícita la propuesta de un tipo de cine que aspiraría a ser a la vez comercial, popular y masivo. No se trataría, en principio, de nada nuevo.
El gran cine comercial norteamericano se nutrió de lo popular. Chaplin se inspiraba en el circo y la pantomima, Griffith en el melodrama. La película que dio inicio a la era sonora (El cantor de jazz) tenía como protagonista a un cantante popular (Al Jolson). Los filmes de género estaban dirigidos a un público de obreros y amas de casa, y pretendían establecer con él un código común sobre la base de su propia cultura. Aquellas películas inventaron un lenguaje, y lo perfeccionaron hasta constituir un gran arte. Varias (las películas de serie B, los film-noir) convirtieron a las limitaciones técnicas y las carencias de producción en estímulos para la creación de un estilo.
En el cine mexicano de la edad de oro, cantantes como Pedro Infante y Jorge Negrete, y cómicos como Cantinflas y Tin Tan, participaron en películas que tuvieron gran audiencia en el mundo de habla hispana. Algunas de ellas, como las muy entretenidas y sin pretensiones Ahí está el detalle (Cantinflas) y El rey del barrio (Tin Tan), o las “populacheras” Nosotros los pobres y Ustedes los ricos (Pedro Infante), lucían no pocas virtudes de ritmo y puesta en escena, aparte del talento de sus protagonistas.
Películas con cantantes y grupos musicales que recrean sus propias trayectorias, en clave cómica o melodramática, son también numerosas en diversas cinematografías. Entre las más destacadas están, por supuesto, las que hizo Richard Lester con The Beatles.
Todo ello me lleva a pensar que ni las intenciones crematísticas, ni la recurrencia a lo popular, ni el mero objetivo de entretenimiento, ni las limitaciones técnicas y de producción, ni la celebración del grupo musical protagónico, justifican el pobrísimo nivel de Motor y motivo. El filme combina torpemente escenas de registro documental de tono “realista” con otras inspiradas en algún programa cómico de televisión de fin de semana; intenta manejar nada menos que cuatro líneas narrativas sin conocimiento de la acción dramática, resolviendo arbitrariamente todas; desconoce por completo la sutileza cuando busca hacer propaganda indirecta a las firmas que lo auspician; incluye coreografías de género musical con una calidad de imagen deplorable; emplea formas de transición en el montaje que parecen dictadas por el entusiasmo de un adolescente que acaba de comprar un programa de edición y no por el buen criterio de un experimentado profesional; ignora la dirección de actores.
¿Por qué es tan mala Motor y motivo? Se podría aventurar dos respuestas, alternativas o complementarias. La primera, porque sus productores no han pretendido hacer una buena película; en tal caso, estaríamos hablando de empresarios mercantilistas que han pensado que el público hacia el cual se dirigen llenará las salas de todas maneras, atraído por la presencia del grupo musical protagónico sin reparar en la calidad del producto fílmico. La segunda, por ignorancia o falta de pericia de sus realizadores; no les vendría mal acaso estudiar cursos de guión, convenciones genéricas y lenguaje audiovisual, ver más películas y llevar a cabo ejercicios de grabación y edición más seguido; claro, si lo que les interesa en verdad es hacer cine, porque la impresión que deja Motor y motivo es que, para quienes lo han perpetrado, la cultura popular y el cine poco o nada importan.
El gran cine comercial norteamericano se nutrió de lo popular. Chaplin se inspiraba en el circo y la pantomima, Griffith en el melodrama. La película que dio inicio a la era sonora (El cantor de jazz) tenía como protagonista a un cantante popular (Al Jolson). Los filmes de género estaban dirigidos a un público de obreros y amas de casa, y pretendían establecer con él un código común sobre la base de su propia cultura. Aquellas películas inventaron un lenguaje, y lo perfeccionaron hasta constituir un gran arte. Varias (las películas de serie B, los film-noir) convirtieron a las limitaciones técnicas y las carencias de producción en estímulos para la creación de un estilo.
En el cine mexicano de la edad de oro, cantantes como Pedro Infante y Jorge Negrete, y cómicos como Cantinflas y Tin Tan, participaron en películas que tuvieron gran audiencia en el mundo de habla hispana. Algunas de ellas, como las muy entretenidas y sin pretensiones Ahí está el detalle (Cantinflas) y El rey del barrio (Tin Tan), o las “populacheras” Nosotros los pobres y Ustedes los ricos (Pedro Infante), lucían no pocas virtudes de ritmo y puesta en escena, aparte del talento de sus protagonistas.
Películas con cantantes y grupos musicales que recrean sus propias trayectorias, en clave cómica o melodramática, son también numerosas en diversas cinematografías. Entre las más destacadas están, por supuesto, las que hizo Richard Lester con The Beatles.
Todo ello me lleva a pensar que ni las intenciones crematísticas, ni la recurrencia a lo popular, ni el mero objetivo de entretenimiento, ni las limitaciones técnicas y de producción, ni la celebración del grupo musical protagónico, justifican el pobrísimo nivel de Motor y motivo. El filme combina torpemente escenas de registro documental de tono “realista” con otras inspiradas en algún programa cómico de televisión de fin de semana; intenta manejar nada menos que cuatro líneas narrativas sin conocimiento de la acción dramática, resolviendo arbitrariamente todas; desconoce por completo la sutileza cuando busca hacer propaganda indirecta a las firmas que lo auspician; incluye coreografías de género musical con una calidad de imagen deplorable; emplea formas de transición en el montaje que parecen dictadas por el entusiasmo de un adolescente que acaba de comprar un programa de edición y no por el buen criterio de un experimentado profesional; ignora la dirección de actores.
¿Por qué es tan mala Motor y motivo? Se podría aventurar dos respuestas, alternativas o complementarias. La primera, porque sus productores no han pretendido hacer una buena película; en tal caso, estaríamos hablando de empresarios mercantilistas que han pensado que el público hacia el cual se dirigen llenará las salas de todas maneras, atraído por la presencia del grupo musical protagónico sin reparar en la calidad del producto fílmico. La segunda, por ignorancia o falta de pericia de sus realizadores; no les vendría mal acaso estudiar cursos de guión, convenciones genéricas y lenguaje audiovisual, ver más películas y llevar a cabo ejercicios de grabación y edición más seguido; claro, si lo que les interesa en verdad es hacer cine, porque la impresión que deja Motor y motivo es que, para quienes lo han perpetrado, la cultura popular y el cine poco o nada importan.
Emilio Bustamante
2 comentarios:
Completamente de acuerdo con lo señalado por Bustamante. Cualquiera no puede hacer cine. Además las cifran no resultaron espectaculares como se creía.
ese es mi profe, que churro está!!!
Publicar un comentario