viernes, 18 de julio de 2008

Filmocorto: tercera parte

III.

Los sábados son días misceláneos para cualquier mortal común o vago de a pie. Así que para hacer respetar la condición bandolera del fin de semana, jugué una pichanga perdedora el 13 en la tarde en San Borja. Sucio, sudado y rasguñado pagué mi apuesta de una Pepsi de 3 litros antes de energizarme con unas cuantas botellas marrones con dorado y espeso líquido. Cuando mis ganas bohemias estaban en franco ascenso, mi visión se topa con un reloj muy grande que marcaba las 19 horas. ¿Acaso la última jornada de Filmocorto no empieza a las 20? -me preguntó mi razón-. Yo, como responsable con mi oficio, dejé atrás la música bailable y las mesas de chingana para dirigirme al paradero más cercano y al bus con menos gente para intentar llegar a tiempo para el último lote de vídeos. Cuando aún seguía debatiendo en mi decisión de descansar en casa o finalizar mi encargo, me encontraba en el cruce de las avenidas Javier Prado y Camino Real, a diez cuadras del recinto, de la Filmoteca. Ya eran las 19:30. No obstante, había ya decidido por la opción que más vergüenza podría acarrearme, pues después del desgaste físico se recomienda un duchazo por higiene, además de una botella con Gatorade que sí portaba en mi mano, no una sesión cinéfila. Ya no importaba mucho, ya que estaba con varias onzas de licor en mi sangre, lo que me ayudaba a decidir rápido y mal, tal vez. El tiempo se alió conmigo esa noche, pues pasaba tan lento como mi andar en la oscura pero pasiva Av. Libertadores. Luego de varios pasos andados ví a la medianía las luces fulgurantes de mi paradero: Av Camino Real 1075, donde acaecería la última jornada del encuentro de cortos peruanos y no tan peruanos. 19:55 y logré llegar a tiempo.

Con poco Gatorade en la botella me acomodé en la butaca más lejana posible para no incomodar a alguien con el hedor que posiblemente emanaba. Estaba listo, con los ojos bien abiertos y con nada de sueño como amenaza para visionar y opinar con los sentidos al cien por cien. La Oroya, aire metálico, de Álvaro Sarmiento, el de arranque, fue el trabajo de mayor duración de todo el certamen. Casi 28 minutos de casos penosos de contaminación de plomo, arsénico entre otros gases metálicos, especialmente en niños, por el aire contaminado de la zona. Es un llamado de atención alarmante para la preservación de nuestro propio ecosistema, que se viene a menos por nuestras propias manos destructivas.

Si el viernes me molestaron Coma y La ausencia, el sábado dio lo suyo con Invierno limeño, de Ernesto Barraza, Esperado amanecer, de Josué Miguel Chávez Guerrero, y de distinta manera, Todos y nadie, de Margarita Cobilich Rizo Patrón y Papá, de Mauricio Godoy. Tanto la de Barraza como la de Chávez buscan hondura en el dilema de enfrentar a la vida, en cómo hacerle un cambio de tuerca. Invierno limeño muestra a una pareja en crisis sentimental, de perfil lacónico y de miradas perdidas, que desquebrajan su costumbre y sumisión cuando aceptan que el romanticismo entre ellos se quedó en el tiempo. Llana y sosa, en sus 14 minutos no se muestra nada que dé nostalgia extrañar, mas bien parecen 40 largos minutos de vaivenes lentos e intrascendentes. Por su parte, Esperado amanecer pretende un drama mucho mayor con la sana intención de polemizar con la imagen pervertida o "humanizada" de un sacerdote, que colabora con el suicidio de su amigo de infancia, a cuestas que esté yendo contra sus propias normas del clero. Intento infructuoso de manipulación por la ubicación forzada de un individuo imperturbable (un cura) ante una situación límite.

Todos y nadie posee todos los elementos necesarios como para simpatizar con el público. Su mayor problema radica en la 0 originalidad de su directora, quien cogió el manual llamado Pulp fiction del que siguió hasta las comas con la sola variación de los rostros acholados de los figurantes. A Tarantino se le huele hasta en los fades. Distinto y menos resaltante es el caso de Papá, el cual comprende de sólo 4 min en los que se alternan paisajes naturales y fotografías montadas de quien parece ser el padre del autor (¿?).

Junto a La chica del walkman, Jacinta y su sangre, de Gonzalo Ladines, es de las mayores rarezas en toda la muestra. Un chico con el libido al ciento por ciento desea a su hermana para procrear hijos. Este mismo maniobra un chuchillo largo y afilado contra quienes intenten seducir a su hermana, motivado por sus celos incestuosos. No esperaba final más hilarante que el que se dio, con un beso apasionado y calentón entre los hermanos sobre un sofá a vista y paciencia de sus orgullosos padres. Una familia tan cariñosa que amedrenta.

Los últimos párrafos están dedicados a dos de los mejores del encuentro: la simpática y animada Ceda el paso, de María Gracia Bisso Céspedes, y Rey de Londres, de Valeria Ruiz Salas. La primera es una apología al buen humor y a la paciencia, protagonizada por un gordo y calvo carretillero quien con su melodioso y alegre silbido incomoda a los estresados transeúntes y choferes a su paso. Tras varias cuadras de enojos y reclamos el protagonista sigue su camino hacia el horizonte mientras sus detractores son víctimas de un (no) accidente automovilístico. Melodía que hasta ahora me ayuda a dormir y sonreír.

Rey de Londres retrata la soledad y sacrificio de un emigrante búlgaro en la capital inglesa. Su trabajo, su rutina, su melancolía, su pesar. El límite de su tolerancia se traspasa cuando ve trunco su progreso, lo que dilata el reencuentro con su familia y plenitud emocional. Los planos cerrados de su rostro deprimido más la ausencia de música incidental post producción ambientan la obra de intimismo, reforzado por las afligidas comunicaciones por teléfono (habladas en búlgaro) con su esposa, que marcan la pauta de sus acciones en el después. ¿Qué tanto se puede sacrificar por lo que es querido? o -mejor- ¿qué tanto se puede aguantar para no parecer un mediocre?

La soberanía del Rey de Londres se extendió hasta Filmocorto sin amenazas de dictadura, cogió los premios que se le vino en gana con la justicia que sus dotes le confirieron y regresó a su trono. A pesar de que fue proyectada hace regular tiempo, todavía recuerdo a todo color y textura el rostro ambivalente entre terquedad y orgullo del lloroso Tony. No fue el último en programarse, pero poco recuerdo después de este. Tan sólo mi regreso a casa.

Al día siguiente en el calendario me informé por un popular medio on line sobre la lista de ganadores dictaminada por el sensato jurado, que tuvo la no muy difícil tarea de entregar los premios a los obvios merecedores. En futuro a corto plazo una buena medida correctiva sería la de reducir las ternas, pues la Mención honrosa termina siendo mucho premio para "ejercicios con cámara" presentados como competidores.

De los 26 cortos en competencia, la gran mayoría pasó el control de calidad con 11 y otros se inmiscuyeron por la puerta trasera. La competencia, o mejor dicho la repartición de premios, se realizó entre pocos títulos (máximo 6) de importante superioridad al cúmulo. A tan alarmante situación, se tomó la inteligente decisión de prometer en la tercera edición mayor variedad, no sólo en temáticas sino también en idiomas y razas. Paradójicamente los mejores trabajos, Rey de Londres y Por mis hijos, no fueron ideados, producidos ni filmados en Perú, sino por chicos paridos aquí. Entonces, ¿qué tan poco podemos esperar de los made in Perú?

Acepto que mi error inocente fue esperar en los de corta duración lo que no hallé en los de larga. Mi optimismo fue infundado y la actualidad se encargó de centrarme y aclararme de que la situación del corto y largo(metraje) en nuestro territorio patrio son análogas, de calidad poco estimable. Y es que el problema alarmante, demostrado está, no se encuentra en los recursos -al menos en el sector capitalino- sino en la carencia de ideas capaces de formar industria o tramas de mediano interés.

John Campos Gómez

2 comentarios:

John Campos-Gómez dijo...

Rostros conocidos como los de Paul Vega, Jimena Lindo, Alberto Ísola, Hernán Romero y Giovanni Ciccia embozan la verdadera calidad de los trabajos mostrados. Sus constantes apariciones no harán que la obra eleve su categoría de malo a bueno, sino que sirve para el regodeo de la gente de producción. Si Leonidas Zegarra contrata a De Niro ¿algo cambiará?. No cuestiono el profesionalismo de los emisores sólo que denuncio el desproporcional empeño en los detalles (reparto, indumentaria, etc) en relación al tema de guionización, que es fundamental para la atracción de una obra. Se requiere de autores con menos idiosincrasia hollywoodense que de los que se encontró en el concurso.

Anónimo dijo...

Bueno John, eso tambien nos dice el pesimo estado de la educacion en cine y comunicaciones en el Peru.

Pero por supuesto eso no es culpa ni responsabilidad de nadie, o mejor dicho solo de los alumnos porque no nacieron iluminados.