Esta es la primera de una serie de crónicas de John Campos Gómez, sobre Filmocorto, organizado por la Filmoteca de la Universidad Católica, que se realizó la semana pasada. Aquí va.
La condición del cortometraje en nuestra cinematografía es la de la calistenia previa a la aventura del largo. Un quehacer práctico pro aprendizaje, asimismo una forma idónea para hacer pinitos y ejercitar la teoría aprendida. Entonces, si el cortometraje es una actividad de principiantes en busca de bagaje y experiencia, se justificaría por ende las deficiencias técnicas que podrían detectarse en sus "borradores", ya que no son más que simples ensayos celosos. Paradójicamente el aspecto técnico es lo más plausible de los varios cortos mostrados en la segunda versión del festival capitalino Filmocorto, gracias a las expertas y recorridas manos de algunos profesionales del medio, como de algunos otros jóvenes duchos en sus materias. Medianamente lamentable, porque las historias en el écran, los argumentos y/o guiones de los concursantes dan para el comentario ácido, con cejas fruncidas y gesto desanimado. Seguimos con el trascendental problema de narrar, con mucha pompa, realismo soso con tufillo existencialista. Filmocorto seguirá siendo un festival mínimo porque su calidad así lo señala.
I.
La primera sesión (jueves 10) inició prometiendo calidad estimable con Conversations II, de Marianela Vega Oroza, que con montaje animado superpuso fotografías y gramas de acompañamiento a los testimonios de remembranza de la madre y abuela de la autora. Una conversación nostálgica entre mujeres que sonríen al pasado. En cambio, 18k, de Mikael Stornfelt, divierte por la chabacanería de sus protagonistas. El engaño y el timo a la orden del día sin distinción para con sus víctimas. Falsos: un anillo de oro, 100 soles y una estatua "antiquísima" de San judas Tadeo, manipulados por 4 figurantes que interactúan para burlarnos.
La primera sesión (jueves 10) inició prometiendo calidad estimable con Conversations II, de Marianela Vega Oroza, que con montaje animado superpuso fotografías y gramas de acompañamiento a los testimonios de remembranza de la madre y abuela de la autora. Una conversación nostálgica entre mujeres que sonríen al pasado. En cambio, 18k, de Mikael Stornfelt, divierte por la chabacanería de sus protagonistas. El engaño y el timo a la orden del día sin distinción para con sus víctimas. Falsos: un anillo de oro, 100 soles y una estatua "antiquísima" de San judas Tadeo, manipulados por 4 figurantes que interactúan para burlarnos.
Con dejo argentino se cuenta Hubo una vez dos días, de Renzo Vinatea Madueño, en la que una familia incomunicada vive sus problemas en soledad. Dos ajos, dos cebollas, una bofetada, bostezos -de parte mía- y the end. Los bostezos se repitieron y prolongaron gracias al pack experimental conformado por 1. Mantener el equilibrio, de Kiko Sánchez-Monzón, Las palabras no suenan, de Víctor Manuel Checa Belaunde y Purga, de Brenda Lack, con los cuales la teoría y la pretensión untaron la pantalla. La pureza que se reprime en el caos (en el de Kiko) y el paralelismo entre la redención y la culpa en el hombre (en de Lack), dan visos de exageración de las posibilidades, como en el caso de La chica del walkman, de Melina León, la cual fue una de las rarezas de la muestra. Una forma inusual de tratar la represión e incomprensión de un adolescente snob. Narrado en inglés, este cortometraje exagerado en lo simbólico extraña más de lo que manifiesta.
El reportaje se hizo presente con dos trabajos de distinta calidad. Los guardianes de barro, de Roger Neyra Luzuriaga, muestra a una familia de ceramistas, descendientes de los Mochica, hacer su artesanía en tiempos industriales. El discurso sensiblero de siempre sobre la preservación de nuestra ancestral cultura. Al rato, la página voltea hacia un ex delincuente, ya viejo, contando sus piruetas ilícitas frente a la cámara en La ruta de Perochena, de Miguel Villalobos Denegri. Vídeo animador de la noche por el florido verso de la jerga y la grosería del antes convicto, al narrar sus otrora delitos con sonrisa cachonda a pecho inflado. Orgulloso de sus hazañas, palabrea sobre lo que fue, cómo y por qué, aludiendo a su madre y centro de "estudios" como principales responsables. Siempre es simpático ver de cerca el rostro imperfecto de un variopinto personaje de superlativo trajín.
Miel, de Omar Gonzáles Pillado, es la mejor dirigida del grupo que abrió el encuentro. A Jimena Lindo, nunca antes vista más sensual desde distintos ángulos, se le percibe como víctima e inocente bajo el techo de un lujoso hotel limeño. Su regreso a la capital, junto a su marido, no le entusiasma a redescubrir los ambientes que antes la albergaron, pues reprimida en su miedo al pasado intenta distraerse en una cama espaciosa. Su hermana (Norma Martínez) y el whisky ahondan en su pesar para arrancarle lágrimas de melancolía y añoranza. Íntima y confortable.
Fin de sesión... Aún faltaban dos días, en los que esperaba un mejor saldo. Si la cosa mejoraba, chévere; si no, normal, pues sólo 5 soles fue el precio del riesgo. Además auto-comprometido ya estaba a escribir sobre esto.
Fin de sesión... Aún faltaban dos días, en los que esperaba un mejor saldo. Si la cosa mejoraba, chévere; si no, normal, pues sólo 5 soles fue el precio del riesgo. Además auto-comprometido ya estaba a escribir sobre esto.
John Campos Gómez
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