martes, 2 de octubre de 2012

Octavio Getino: un testimonio personal

Conocí a Getino en el célebre Festival de Cine de Viña del Mar de 1969, en el que La hora de los hornos produjo una verdadera conmoción y en el que se instaló la noción del nuevo cine latinoamericano, muy ligada ya no a un cine de denuncia, sino a uno de lucha y confrontación políticas.


Junto a Fernando Solanas, con quien co-realizó ese film emblemático de lo que parecía ser un movimiento a nivel continental, Getino fue una de las figuras más notorias y aplaudidas en ese encuentro, de una efervescencia que probablemente no se ha repetido nunca.

Luego de los dos largos documentales centrados en el peronismo y en su gestor histórico, el general Juan Domingo Perón, Getino, responsable del Ente de Calificación Cinematográfica durante el gobierno peronista, permitió que se exhibieran comercialmente varios títulos valiosos antes prohibidos por la censura argentina. El golpe militar de 1976 lo forzó al exilio, así como a otros cineastas, entre ellos, claro, Fernando Solanas. Aunque me parece recordar que no fue su primera parada, Octavio, junto con su esposa Susana Velleggia, se instaló en Lima, donde trabajó en el Centro de Teleducación de la Universidad Católica y en la Universidad de Lima durante unos cuatro años.

Coincidimos en la docencia de la Facultad de Comunicación, donde se ganó el aprecio de colegas y alumnos. Cierto, entre el primer Getino que conocí en 1969 y el que traté con cierta frecuencia y de manera muy amistosa en Lima había una notoria diferencia. Las posiciones radicales de los tiempos de La hora de los hornos no podían ya sostenerse y, sin duda, los golpes y los reveses políticos modificaron su perspectiva.
La hora de los hornos

Por cierto, se mantuvo fiel a sus principios justicialistas, a la defensa de un latinoamericanismo activo y, en consecuencia, de espacios cinematográficos y audiovisuales propios y no atados a los intereses transnacionales. Dejó de hacer cine pero, en cambio, investigó y escribió mucho. Es verdad que sus preocupaciones centrales apuntaban a los procesos de producción, distribución y exhibición, y no tanto a las películas como tales. Getino era un hombre que manejaba cifras, que apelaba a los cuadros y a las estadísticas, así como a los aspectos infraestructurales del cine y del audiovisual, temas, sin duda importantes, que a muchos nos comprometen menos que otros, aquellos que un blog como Páginas del diario de Satán pone en evidencia. A propósito, casi hasta el final, Getino escribió para su blog, en la misma línea en que orientó sus pesquisas en las últimas décadas.

Por esas circunstancias de la vida, a comienzos de este año terminé de escribir un libro que tenía planeado hacer desde hace mucho y que se titula Entre el mito político y la modernidad fílmica. El nuevo cine latinoamericano de los años sesenta. El libro está actualmente en proceso de edición y será objeto de una mesa de debate en el próximo BAFICI, el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires. Yo tenía el deseo de queOctavio asistiera a esa mesa porque el libro es muy crítico de las tesis del Tercer cine y la ausencia de una autocrítica que nunca le leí o le escuché formular. La muerte arrebata la posibilidad de ese encuentro que, estoy seguro, no hubiese salido de los cauces de la amistad franca y directa que tuve con Octavio, a pesar de las diferencias que allí se iban a exponer. Lamento enormemente que así sea, como lamento aún más, desde luego, su partida. Ignoraba su enfermedad y, no sé por qué, siempre imaginé, tal vez por un físico que lo hacía parecer por debajo de los años que contaba y su actitud jovial, que Octavio tenía mucho tiempo por delante.

No ha sido así. De cualquier manera, el nombre de Getino queda para siempre ligado a una de las etapas más tempestuosos del cine y de la historia socio-política de nuestros países.

Isaac León Frías

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