viernes, 27 de enero de 2012

Habemus Papam

El distribuidor le ha puesto un título que provoca vergüenza ajena y traiciona el sentido de la película. “Habemus Papam”, de Nanni Moretti, no es una comedia a la italiana, ni una farsa, ni una sátira al Vaticano y sus rituales. Es una fábula más bien serena y hasta melancólica que retrata a un hombre, un anciano, de apellido Melville, que un buen día, en medio de extraordinaria pompa y ceremonia, recibe un encargo para el que no se siente preparado porque lleva consigo un peso que lo excede, que le sofoca. Debe asumir un liderazgo, el de suceder a Pedro y representar a Cristo, que preferiría no aceptar. El Cardenal Melville se convierte en una encarnación del eterno, ejemplar, silencioso y mínimo Bartleby -el escribiente del maravilloso cuento de Melville justamente-, el hombre que prefiere mantenerse en el umbral.

Y todo ocurre ahí, en el umbral, porque “Habemus Papam” transcurre siempre en espacios de frontera, zonas liminales. Lugares que el sacerdote Melville no puede traspasar para asumir el mandato que todos esperan de él. El balcón Vaticano convoca su miedo escénico, mientras que el escenario teatral donde se representa a Chejov solo puede ser para él un espacio para su memoria y su nostalgia porque otros viven ahí la vocación histriónica que él frustró en su juventud.


El grito primal del Cardenal Melville es el de un hombre que está atrapado en el umbral. No se ve representando en ninguno de los papeles que le tocan en la inesperada obra que se le ofrece. El Cardenal Melville, ese actor aspirante en su juventud, recibe de pronto el rol de su vida y no sabe si tratarlo en clave de drama o en clave de comedia.


No quiere encarnar a un Sumo Pontífice mayestático porque no halla espacio para él en el mundo ceremonial e histriónico del Vaticano. Después de todo, su fantasía de la teatralidad perfecta se vincula con los silencios, ternura, esperas y frágil cotidianeidad de una obra de Chejov. Alguien que ame a Chejov debe detestar la pompa y el boato ritual de los inciensos.


Pero el Cardenal tampoco encuentra lugar en las calles de la Roma de hoy, pobladas de turistas y llenas de bullicio, acostumbrado como está al retiro y la contemplación. Es decir, tampoco puede jugar el rol cómico de un Papa fugitivo, de un Papa en apuros.


Moretti filma el drama de una identidad esquiva, y su actor, el francés Michel Piccoli (el gran actor de Buñuel, Godard, Ferreri y Manoel de Oliveira, entre tantos otros), lo acentúa al pronunciar un italiano modulado, pensado antes que recitado.

Como contraparte, está el propio Nanni Moretti encarnando al psicoanalista ilustre, el representante de Freud frente al fallido vicario de Cristo. El navegante del inconsciente frente al pastor de las almas. El drama contrasta entonces con la ironía. La fe no se cuestiona y la supremacía planteada por un cardenal del alma sobre el inconsciente queda en un hipotético “Veremos”, contestado con gesto profesional por el psicoanalista. ¿Qué es lo que vamos a ver?


Un juego de objetos y asuntos trocados. El diván es reemplazado por un sillón papal. La soledad de la sesión se altera con los cardenales testigos. El encierro vaticano del Papa se convierte en travesía romana, mientras que el cosmopolitismo laico del psicoanalista acepta la forzosa prisión vaticana. Un papa en fuga y un psicoanalista prisionero.

Los mejores momentos de la película son los que mezclan el humor y la angustia, o hablan con autenticidad, gracia o ingenuidad de las utopías que siempre persiguió Moretti, libertario desde los años setenta. Los cardenales juegan voleybol saltando para tocar la pelota como si quisieran alcanzar el cielo que nunca conseguirán de otra manera; el guardia suizo mueve las cortinas de la habitación papal porque al partiquino le ha tocado reemplazar al primer actor en ese gran teatro vaticano donde todos “performan”, incluidos los Cardenales en el Cónclave que se encomiendan al Espíritu santo pero rezan para no ser elegidos y quedar atrapados en los engranajes de la burocracia vaticana; un actor demente llega a tiempo para cumplir con su papel en la obra de Chejov y para que el Papa repita con él las líneas de la obra que aman los dos; los cardenales del mundo entero bailan el “Todo cambia” de Mercedes Sosa, cuya melodía viene de la habitación del Papa, como si se tratara de música celestial y acaso de la prefiguración de un cambio institucional: la utopía de Moretti.
Ricardo Bedoya

7 comentarios:

Fernando dijo...

No es una comedia. es muy triste. La cara de Piccoli resume toda su melancolía. Hay que ser muy tonto para cambiarle el título a Un papa en apuros.

Carlos dijo...

Es una película muy interesante, pero lamentablemente fallida en su tramo final. El personaje de Piccoli no evoluciona. Es exactamente el mismo al inicio que al final. Todo lo que sabemos de él, ya lo conocemos desde el inicio de la película. Está derrotado desde la primera vez que lo vemos por el peso de su pequeñez.

Ronald dijo...

De hecho, al leer el título en el afiche, obvié automáticamente los demás detalles. Por este blog me entero que es una película de Moretti del cual solo he visto La Habitación del Hijo. Por qué mejor no le pusieron '¿Y donde está el Papa?'.

Anónimo dijo...

Pero al final, es capaz de declarar en el balcon su incapacidad para asumir el cargo papal,es un buen final.
El actor esta muy bien y sobre todo la secuencia del partido de voley. Es un retrato particular de Moretti sobre los representantes de DIOS en la tierra.

Anónimo dijo...

¿No cambia el psicoanalista? Empieza como el príncipe de Freud y acaba en el fracaso.

Anónimo dijo...

Estimado sr Bedoya:

Disculpe que use este espacio no para comentar la película sino para pedirle un favor:

Hace unos años (6 o 7 quizá) vi en "El placer de los ojos" ,lo que creo yo que era, una especie de cortometraje-documental cuyo tema era las antiguas salas de cine de Lima ,con un locutor en off que daba cuenta del esplendor que tuvieron en su moemento y su decadencia actual.Era un trabajo bastante bien realizado, con imagenes de apoyo(de peliculas clasicas,que supuestamente se proyectaban en esas salas) . La obra estaba hecha en formato cine y parecia ser de los años 80 . Nunca mas la volvi a ver pero siempre me quedo una gran impresion .
Le agradeceria infinitamente si me diera algun alcance sobre este meaterial.
Saludos.
Fernando.

Ricardo Bedoya dijo...

Respuesta para Fernando

El corto se llama Canción para un cine cerrado y lo dirigió Nelson García Miranda en 1988.