jueves, 19 de febrero de 2009

Los fantasmas nunca olvidan


Es una cuestión de formas, gestos y apariencias. En el cine oriental, los fantasmas se exponen de frente y suelen tener los rasgos delicados y modales frágiles de pálidas mujeres. Largos cabellos lacios esconden partes de sus caras. A pesar de su apariencia vaporosa y hasta evanescente, las fantasmas del cine japonés no ocultan la corporalidad que tuvieron en el pasado, cuando aún vivían, manteniendo su capacidad de seducción. Por eso sus apariciones no tienen el resplandor del ectoplasma, como en el terror gótico europeo, ni su naturaleza asexuada, sino la sólida consistencia de una presencia intrusa que irrumpe allí, frente a su aterrorizada o fascinada víctima, con las facciones netas y las manos extendidas, como clamando por algo perdido.
“Los fantasmas nunca olvidan” ("Sakebi" o "Retribution", 2006), de Kiyoshi Kurosawa, que entró de modo inesperado a la cartelera, ilustra esa vertiente singular del cine de horror japonés que es el filme de fantasmas. En realidad, es una modalidad muy antigua del filme de terror de ese país, llamada “Kaidan”, que cuenta con películas célebres. Una de las cintas más bellas y emocionantes que se hayan hecho, “Ugetsu Monogatari” (“Cuentos de la luna pálida después de la lluvia”), de Kenji Mizoguchi, se asimila al “Kaidan”, como también “Kwaidan”, de Masaki Kobayashi, y “Kuroneko”, de Kaneto Shindo, entre muchas otras.

En ellas vemos el dominio de mujeres que llegan del más allá para cumplir la tarea que truncó la muerte, o para vengarse de los que las maltrataron, o para ejercer una seducción que también es una maldición: sellan el fatal destino del hombre que se enamore de una muerta. El pasado vuelve para aprobar la asignatura pendiente.
“Los fantasmas nunca olvidan” es una película singular, desequilibrada, extraña, pero muy atractiva. Kiyoshi Kurosawa (que no tiene parentesco con Akira Kurosawa, el viejo maestro del cine japonés) es un especialista en el género del terror y aquí mezcla el thriller con las apariciones fantasmales. Es decir, las técnicas del suspenso al que conduce la investigación sobre las huellas de unos asesinatos con la atmósfera inquietante que crea la aparición de una pálida mujer vestida de rojo que reclama algo y no se desvanece con un exorcismo cualquiera.

Lo interesante es el modo en que la tradición del horror japonés se infiltra en las disciplinas del policial de pesquisa criminal. El espectro es un ser que coloca frente al espejo al protagonista. El policía va descubriendo en el camino pruebas que conducen a su propia participación en el delito. Pero más que eso, la fantasma lo interpela, lo hace dudar de su propia inocencia, lo confronta con su pasado, le hace recordar historias terribles y le cambia la vida. El investigador resulta investigado y descubre su propia vida limitada y opaca, sin atributos. El actor Kôji Yakusho lo interpreta con gesto de malhumor y desconcierto.

La escenografía muestra paredes descascaradas y carcomidas por la humedad, paisajes devastados, depósitos abandonados, una morgue desolada, una sala de interrogatorios policiales que se abre al espacio habitado por los espectros, charcos de agua salada convertidos en lugares temibles. Hay una dimensión física que pugna por salir y expresarse, como el agua del mar constreñida que brota en los charcos o las fuerzas de la tierra que se sacuden en temblores provocando una dimensión adicional del miedo. Revancha física y pulsional que rechaza los paisajes de una modernidad levantada sobre los viejos lugares del crimen y la tortura.
"Los fantasmas nunca olvidan" demuestra la capacidad perturbadora de los temblores cuando se convierten en piezas del cine de horror, aunque hay que reconocerle a Wes Craven la idea original: en "La nueva pesadilla de Wes Craven" los terremotos eran más potentes que las incursiones de Freddy Kruger.

Los efectos especiales están reducidos al mínimo; sólo vemos algunos cuerpos flotar por el aire gracias a trucajes rudimentarios. Más que escalofríos, la película provoca una sensación de extrañeza e incomodidad. Tal vez porque está recorrida por un sentimiento de fracaso y melancolía, una sensibilidad distinta a la del cine de terror de otras latitudes. El mundo de los muertos es desolador, triste, insatisfactorio y asfixiante. Expulsa a sus habitantes obligándoles a vengarse de los vivos o a restablecer el orden de un pasado que no es mejor ni más deseable que el desorden del presente.

Cada cierto tiempo aparece en la cartelera una película asiática de terror tan atractiva como “Los fantasmas nunca olvidan”. Son pequeñas y bienvenidas sorpresas que aparecen sin avisos o publicidad previa, como espectros. Hay que estar atentos a ellas.

Ricardo Bedoya

1 comentario:

Anónimo dijo...

y la crìtica de Solo un sueño?