martes, 27 de enero de 2009

Eastwood: en la frontera de lo clásico


Esta es una versión ampliada del artículo publicado en la sección Luces de El Comercio del 25 de enero


Clint Eastwood se mantiene en el centro de la atención. A su edad, 78 años, otros directores del cine norteamericano del pasado estaban ya en la jubilación forzosa al no recibir el aval de las compañías de seguros, temerosas de cubrir rodajes de cintas dirigidas por hombres mayores.

El prestigio de Eastwood, y su poder en la industria, le permiten embarcarse en dos proyectos cada año: luego de “El sustituto” veremos “Gran Torino” y prepara ya “El factor humano”, con Morgan Freeman en el papel de Nelson Mandela asumiendo el poder en Sudáfrica.

Se ha dicho muchas veces que Clint Eastwood es el último de los cineastas norteamericanos clásicos. Es decir, el exponente de una época clausurada del cine de los Estados Unidos en la que importaba sobre todo narrar con economía de recursos y claridad expositiva historias atractivas y emocionantes conducidas por personajes capaces de generar la identificación del público con sus afectos y peripecias. Tiempo de narraciones fuertes, enérgicas, ordenadas, armónicas en su composición, de ritmos seguros, serenas en la actitud y equilibradas en la mirada. Confiadas en su poder comunicativo. Si revisamos las películas dirigidas por Eastwood veremos que esa identificación con lo clásico sólo en parte es cierta.

Todos sus filmes son relatos fluidos, claros y lógicos pero su tersura expositiva no logra ocultar un costado perturbador, inquietante, oscuro, crítico y disolvente que está en el centro de la mirada del realizador.

Los personajes de las películas de Eastwood pueden ser vaqueros, guerreros, astronautas, un músico célebre (Charlie Parker), policías y hasta una boxeadora, pero nunca aspiran a convertirse en emblemas, ni héroes ni antihéroes: son seres de ficción que plantean enigmas que el director explora como un modo de conocer lo que fueron e hicieron, luego de despejar las brumas de la leyenda y del relato mítico.

Eastwood no parte de seguridades ni de certezas. Sus películas se asientan sobre vestigios, huellas a punto de desaparecer: los documentos que deja como herencia la mujer enamorada en “Los puentes de Madison”; la foto de los soldados clavando la bandera en el monte Suribachi de Iwo Jima en “La conquista del honor”; las figuras espectrales de los vaqueros de su cine, siempre jinetes pálidos. En todos los casos, desmonta la idea que concibe la Historia como una sucesión de episodios legendarios. Como el John Ford de la vejez, cuando encuentra un conflicto entre la verdad histórica y su versión legendaria sabe que la visión mistificada es la que triunfará, pero no deja de mostrar la cierta, por dura que sea. “Los puentes de Madison” puede ser la más romántica de las historias, pero Eastwood recuerda que en su resolución hubo un momento de duda, conformismo y cobardía.

En “El sustituto”, por ejemplo, descubre el pasado de Los Ángeles, capital del oropel y fábrica de sueños en el siglo XX, ciudad que alojó a Hollywood, máquina volcada a convertir lo falso en creencia verdadera, aun con métodos impositivos. No es casual, por eso, que la película trate ese asunto: la imposición vertical de una creencia y la administración de una verdad oficial que desafía la lógica. Es la imagen de un niño que se impone como auténtica a pesar de ser falsa, como la foto de Iwo Jima desmontada en “La conquista del honor”.

A diferencia de los clásicos, no se encuentra en sus filmes ningún espíritu asertivo o tónico. La presencia de vaqueros en paisajes legendarios o de soldados librando batallas cruciales nunca es conmemorativa. Es una evocación sin ceremonias porque no hay nada que celebrar. En “Los imperdonables”, el viejo hombre del oeste no es más que un asesino sin escrúpulos; en “Cartas desde Iwo Jima”, los soldados japoneses son muertos en vida que hacen gestos fulgurantes pero inútiles. La inocencia de las figuras originales y los líderes se ha perdido y hasta los niños son pasibles de sospecha y desconfianza: en “Río Místico” y “El sustituto” la imagen de la niñez, mancillada desde su origen por el abuso de los mayores, es la base de un malestar social profundo.

Por último, a diferencia de los grandes clásicos de Hollywood (desde Raoul Walsh hasta Anthony Mann, pasando por Henry King y otros), que preferían la eficacia del relato antes que la evidencia de una escritura cinematográfica notoria, Eastwood es un notable aunque discreto estilista. Su amor por el jazz y el blues lo convierten en un maestro de la fluencia lenta y la languidez melancólica. La parsimonia, base de una forma de ser introspectivo, es el rasgo central de un estilo que evita los brillos y huye de la saturación del color, los movimientos vertiginosos de la cámara o los guiños del montaje acelerado y vistoso. En “El sustituto” todo el horror de los crímenes descubiertos está dado por un cambio de textura de la imagen, más densa y granulada mientras se excava el área de los crímenes. Eso es todo. Para Clint el cine es un arte de relajada modulación y eso lo convierte en un director excepcional en el cine norteamericano de hoy.


Ricardo Bedoya

7 comentarios:

Anónimo dijo...

El sustituto insiste mucho con la tesis y el mensaje y el sufrimiento de Angelina. No me gustó.

Anónimo dijo...

Y Alonso Cueto, que piensa que Lombardi es un cineasta non plus ultra, sostiene que El sustituto es una de las peores de Eastwood... el mundo de cabeza, la verdad...

Anónimo dijo...

Pues sin duda es un placer siempre tener a mano la producción de un vestigio lúcido de la época clásica de Hollywood. Eastwood ha sabido ser sólido a lo largo de las décadas y aportar con cada film no sólo recursos y estructura sino complejas reflexiones acerca de su sociedad. Felicitaciones Ricardo por tan valiosas palabras y, en general, por la mirada minuciosa, a veces controvertida, pero siempre sincera sobre la cartelera que llega y la que debería llegar. Un gran abrazo,

Antonio

Tanque de Casma dijo...

Hola, Ricardo
Nadie niega los méritos que tiene Eastwood. Sin embargo, esta cinta no creo que sea de sus mejores. Como señala el primer anónimo, se recalca de forma tosca en el sufrimiento de la madre. Angelina Jolie sale llorando en tantas escenas que ya casi pierde sentido.
Un abrazo

Anónimo dijo...

¿Cómo debe sufrir una madre? No sé. La mía, no podría decir que sería diferente a la actuación de Jolie. Decir, tosco, está de más. ¿Sentido? No veo sentido dónde podría estar.

Anónimo dijo...

pues creo que te equivocas Eastwood dentro de su vision fatalista recurre a un inusual heroe que justamente sea quien convoque a esa identificacion , aunque como dices eso solo transmita la invocacion a un mundo que solo vive para perecer en el olvido. A Eastwood le falta la pasion y el atrevimiento para hacer de esta cronica policial lo que de alguna manera delineo, una interesa nte posibilidad aboratada en sus manos de la recurrencia de la tragedia griega, la madre que recorre los niveles de el hades para recuperar a su hijo perdido , la capacidad de la redencion de sus culpas en ese ultimo acto heroico de la expiacion . la pelicula queda en acciones e intenciones inacabadas por la falta de creatividad de un narrador muchas veces unilineal.
la opacidad del blanco y negro que nunca termina de ser sepia es la simbolizacion de la opacidad de una cinta que pudo demostrar garra criterio y pasion.

Anónimo dijo...

Buenod días, señor Bedoya.
Puesto que están hablando de Clint Eastwood, uno de mis directores preferidos, quisiera saber su opinión acerca de "Los puentes de Madison", película que me genera sentimientos encontrados. Por un lado, la historia de amor entre la ama de casa y el fotografo es inmejorables y por otro la historia de los hijos de la ama de casa que genera ganas de adelantar la pelicula, ya que tienen dialogos muy predecibles e incluso muy ridiculos. Quisiera saber su apreciacion sobre este filme. Gracias.