Emilio Bustamante envía este comentario a "Las malas intenciones", de Rosario García Montero, que entra a su tercera semana de exhibición.
Cayetana es una niña solitaria, inteligente, sensible y asmática. Sus padres están divorciados y ella vive en una casa en Chaclacayo con su madre y su padrastro, además de la servidumbre. Los fines de semana espera la llegada de su padre para que la saque a pasear, pero él -a veces- se olvida de ir a recogerla. Su “persona favorita” es otra niña, su tía Jimena, y los héroes peruanos Grau, Bolognesi, Alfonso Ugarte y José Olaya, aparecen en su imaginación como fantasmas huidos de láminas escolares para hacerle compañía.
La vida de Cayetana da un giro cuando su madre le comunica que tendrá un hermanito. Cayetana siente que la quieren reemplazar y decide morir el día en que su hermanito nazca, aunque no descarta la posibilidad de matar al nuevo miembro de la familia. Todo alrededor de Cayetana parece alimentar sus pulsiones de muerte. Estamos a comienzos de la década de 1980, y Sendero Luminoso provoca apagones, pintarrajea paredes con lemas apocalípticos y cuelga cadáveres de perros en los postes de luz. La frágil tía Jimena se halla aquejada de una enfermedad grave, y la misma Cayetana experimenta –sin duda- la cercanía de la muerte en sus crisis asmáticas. La fotografía, con luz fría y matiz verdoso, da a los ambientes un aire de mausoleo, y los parlamentos sentenciosos (y en ocasiones susurrados) de la niña parecen pronunciados en un velorio.
El mundo de Cayetana, donde las familias habitan casas neo-coloniales y cantan antiguos villancicos criollos en Navidad entre muebles de madera tallada y mosaicos sevillanos, parece estar agonizando sin que sus residentes lo noten. Es un mundo de evidentes desigualdades sociales, que incluye muros divisorios, empleadas mestizas y un anciano chofer negro que escucha valses fúnebres como “El pirata”. Un mundo gobernado por seres fríos y pálidos, acosados por niños cobrizos en la playa de Ancón, pero que aún obtienen ganancias en épocas de atentados terroristas con oportunos negocios de vidrios y velas. Un mundo de muertos vivientes, y no es casual por ello que en los juegos entre Cayetana y Jimena, se acusen entre sí las niñas de vampiros. Ese mundo fastuoso y mortuorio, nostálgico y fantasmal que habita Cayetana no es otro que el de la clase social que fundó la nación criolla, aquella comunidad imaginada del primer siglo y medio republicano, la de los melancólicos héroes de guerras perdidas a quienes la niña levanta un altar.
Con excepción de Cayetana y la dulce y moribunda Jimena, todos los personajes que representan a la clase social creadora de ese mundo exhiben rasgos negativos. El padre es egoísta, ocioso e irresponsable; la madre es gélida y neurótica; la abuela Carmela –soberbia e indiferente- espera a la muerte mientras lee sentada en su cama; el padrastro es un deportista perdedor, un pintor atroz y un empresario que se aprovecha de los atentados terroristas para incrementar su riqueza. Los hijos de esa clase social son aludidos por las palabras del pescador que pasea a Cayetana en bote, quien menciona (provocando impresión en la niña) a unos peces de la selva que nacen ciegos por haberse acostumbrado a vivir en aguas turbias.
A la ceguera de clase sucede la confianza de que nada puede alterar el status quo. El abuelo de Cayetana, respondiendo a una pregunta de la niña por el cielo blanco de la capital, dice que en Lima siempre parece que va a llover, pero nunca llueve, y no es difícil interpretar su comentario como una alusión a los cambios sociales y políticos que constantemente se anuncian y jamás se concretan. No obstante, en contra de las palabras del abuelo, al final de la película, llueve. Algo –por fin- parece estar pasando, el cielo se está cayendo (o desatorando). La lluvia se encuentra justificada históricamente por el referente del Fenómeno del Niño que por entonces alteró el clima de Lima, pero aunada a los años liminares del conflicto armado interno en que se ambienta el filme, y a la vista de las transformaciones que se produjeron después en el país, es inevitable encontrarle un contenido simbólico: marca el fin de un ciclo y el inicio de otro, es desembalse y caos, pero también regeneración.[1]
La película no está estructurada a la manera clásica, es más bien episódica, pero hay un conflicto permanente que la articula entre las pulsiones de muerte de Cayetana (alentadas por su entorno) y sus pulsiones de vida. Cayetana renuncia finalmente a dejarse morir y a matar a su hermanito, llora el deceso del anciano chofer negro, salva la existencia de varios gatitos, libera a una mosca, proclama a los cuatro vientos que ella no es invisible cuando es encerrada en un vehículo de lunas polarizadas que semeja un ataúd, y recibe–acaso con esperanza- la nueva estación que anuncia el heladero allí donde antes esperaba la aparición de su padre los domingos. En Cayetana actúan pulsiones de vida, pero cada manifestación de ellas es resultado de un conflicto, de una lucha interior. Así, la niña se resiste inicialmente a verter lágrimas por el amable chofer a quien ella trataba con altanería; la mosca es liberada, pero ha sido la misma Cayetana quien antes la ha atrapado y encerrado en un frasco; y los soplos de vida que brinda a su hermanito son inmediatamente posteriores al intento que ha hecho de asfixiarlo.
Son las pulsiones de vida, sin embargo, las que predominan. Cayetana no quiere ser invisible, desea existir para los otros (no solo para su distante madre), sobrevivir al derrumbe mas no como un vampiro. Pero es hija de su clase, aunque tenga los ojos abiertos. Si bien su mirada es implacable para con los suyos, le es difícil lograr empatía con los otros, en especial con los subalternos como las empleadas domésticas o los obreros que construyen la piscina de su casa.[2] Parece condenada a la soledad. Su destino se adivina semejante al de la mosca a la que libera advirtiéndole que sobrevivirá, pero lejos de su familia, es decir, en el exilio y el desarraigo.
La dirección de arte y la actuación de Fátima Buntinx son notables, y, como en pocas películas peruanas, se hace en ella un uso muy expresivo de la música; la propia directora deja escuchar su voz en varias de las canciones que contribuyen eficazmente a representar el mundo de la niña y la formación de su imaginario.[3] Es, no obstante, en esas canciones y en la configuración de los héroes donde la instancia narrativa del filme revela algo de afecto y añoranza por aquel universo que se desmorona: las canciones suenan tiernas, susurrantes y lejanas; los héroes lucen candorosos, valientes y fatigados.
Las malas intenciones de Rosario García-Montero es una opera prima honesta y conmovedora, que trasciende el relato de la experiencia infantil de una niña rica y nos invita a reflexionar sobre nuestro país y su historia, sobre la decadencia de una clase social y un modelo de nación. Su estreno es uno de los más importantes de este año.
Emilio Bustamante
[1] No parece arbitrario relacionar la lluvia de Las malas intenciones con la exposición del artista plástico Juan Javier Salazar titulada Parece que va a llover (1990), inspirada en el mismo Fenómeno del Niño de 1983. Emilio Tarazona ha dicho, analizando la obra de Salazar y respecto a la ausencia de lluvia en Lima, que esta es “casi la metáfora de la falta de circulación o distribución de la riqueza, concentrada permanentemente en la capital” (Tarazona, Emilio. “Sequías, precipitaciones, desbordes… Aspectos de la obra de Juan Javier Salazar vistos desde el cambio climático y socio-económico del Perú contemporáneo”. En: Cuauhtémoc Medina (Ed.) Sur, Sur, Sur, Sur. Séptimo Simposio Internacional de Teoría sobre Arte Contemporáneo (SITAC). México: Patronato de Arte Contemporáneo, 2010). Salazar ha hecho, además, una crítica a la nación criolla en sus muestras, y en una de sus pinturas más conocidas (“Perú, país del mañana”, basada en una lámina escolar) aparecen representados los gobernantes republicanos emitiendo la palabra “mañana” en globos de cómic. Una versión de esa lámina escolar que inspiró a Salazar aparece en el fondo del salón de clases de Cayetana.
[2] Es sugerente que el héroe preferido de Cayetana sea el pobre, oscuro y analfabeto José Olaya, y no Grau y Bolognesi; pero también lo es que Túpac Amaru ocupe un lugar secundario en su altar. Más cercano a ella se encuentra un mártir subalterno que un líder indígena. Túpac Amaru no es, precisamente, un héroe natural de la nación criolla.
[3] Ricardo Bedoya se ha referido al ingenuo racismo que contiene una de esas canciones (“La familia Cucharón”). Otra (“La Catalina”) se escucha durante una de las mejores secuencias del filme: la del arribo a la playa y la liberación de la mosca condenada al extravío; sus versos adquieren resonancias disociativas y fantasmagóricas: “- Usted no ha visto a mi marido que a la guerra un día fue / -Yo no he visto a su marido, ni siquiera sé cómo es / - Mi marido es alto y rubio, tan buenmozo como usted / y en la punta del sombrero lleva escrito San Andrés / Calla, calla, Catalina; calla, calla de una vez / que estás hablando con tu marido y no lo sabes reconocer)
La vida de Cayetana da un giro cuando su madre le comunica que tendrá un hermanito. Cayetana siente que la quieren reemplazar y decide morir el día en que su hermanito nazca, aunque no descarta la posibilidad de matar al nuevo miembro de la familia. Todo alrededor de Cayetana parece alimentar sus pulsiones de muerte. Estamos a comienzos de la década de 1980, y Sendero Luminoso provoca apagones, pintarrajea paredes con lemas apocalípticos y cuelga cadáveres de perros en los postes de luz. La frágil tía Jimena se halla aquejada de una enfermedad grave, y la misma Cayetana experimenta –sin duda- la cercanía de la muerte en sus crisis asmáticas. La fotografía, con luz fría y matiz verdoso, da a los ambientes un aire de mausoleo, y los parlamentos sentenciosos (y en ocasiones susurrados) de la niña parecen pronunciados en un velorio.
El mundo de Cayetana, donde las familias habitan casas neo-coloniales y cantan antiguos villancicos criollos en Navidad entre muebles de madera tallada y mosaicos sevillanos, parece estar agonizando sin que sus residentes lo noten. Es un mundo de evidentes desigualdades sociales, que incluye muros divisorios, empleadas mestizas y un anciano chofer negro que escucha valses fúnebres como “El pirata”. Un mundo gobernado por seres fríos y pálidos, acosados por niños cobrizos en la playa de Ancón, pero que aún obtienen ganancias en épocas de atentados terroristas con oportunos negocios de vidrios y velas. Un mundo de muertos vivientes, y no es casual por ello que en los juegos entre Cayetana y Jimena, se acusen entre sí las niñas de vampiros. Ese mundo fastuoso y mortuorio, nostálgico y fantasmal que habita Cayetana no es otro que el de la clase social que fundó la nación criolla, aquella comunidad imaginada del primer siglo y medio republicano, la de los melancólicos héroes de guerras perdidas a quienes la niña levanta un altar.
Con excepción de Cayetana y la dulce y moribunda Jimena, todos los personajes que representan a la clase social creadora de ese mundo exhiben rasgos negativos. El padre es egoísta, ocioso e irresponsable; la madre es gélida y neurótica; la abuela Carmela –soberbia e indiferente- espera a la muerte mientras lee sentada en su cama; el padrastro es un deportista perdedor, un pintor atroz y un empresario que se aprovecha de los atentados terroristas para incrementar su riqueza. Los hijos de esa clase social son aludidos por las palabras del pescador que pasea a Cayetana en bote, quien menciona (provocando impresión en la niña) a unos peces de la selva que nacen ciegos por haberse acostumbrado a vivir en aguas turbias.
A la ceguera de clase sucede la confianza de que nada puede alterar el status quo. El abuelo de Cayetana, respondiendo a una pregunta de la niña por el cielo blanco de la capital, dice que en Lima siempre parece que va a llover, pero nunca llueve, y no es difícil interpretar su comentario como una alusión a los cambios sociales y políticos que constantemente se anuncian y jamás se concretan. No obstante, en contra de las palabras del abuelo, al final de la película, llueve. Algo –por fin- parece estar pasando, el cielo se está cayendo (o desatorando). La lluvia se encuentra justificada históricamente por el referente del Fenómeno del Niño que por entonces alteró el clima de Lima, pero aunada a los años liminares del conflicto armado interno en que se ambienta el filme, y a la vista de las transformaciones que se produjeron después en el país, es inevitable encontrarle un contenido simbólico: marca el fin de un ciclo y el inicio de otro, es desembalse y caos, pero también regeneración.[1]
La película no está estructurada a la manera clásica, es más bien episódica, pero hay un conflicto permanente que la articula entre las pulsiones de muerte de Cayetana (alentadas por su entorno) y sus pulsiones de vida. Cayetana renuncia finalmente a dejarse morir y a matar a su hermanito, llora el deceso del anciano chofer negro, salva la existencia de varios gatitos, libera a una mosca, proclama a los cuatro vientos que ella no es invisible cuando es encerrada en un vehículo de lunas polarizadas que semeja un ataúd, y recibe–acaso con esperanza- la nueva estación que anuncia el heladero allí donde antes esperaba la aparición de su padre los domingos. En Cayetana actúan pulsiones de vida, pero cada manifestación de ellas es resultado de un conflicto, de una lucha interior. Así, la niña se resiste inicialmente a verter lágrimas por el amable chofer a quien ella trataba con altanería; la mosca es liberada, pero ha sido la misma Cayetana quien antes la ha atrapado y encerrado en un frasco; y los soplos de vida que brinda a su hermanito son inmediatamente posteriores al intento que ha hecho de asfixiarlo.
Son las pulsiones de vida, sin embargo, las que predominan. Cayetana no quiere ser invisible, desea existir para los otros (no solo para su distante madre), sobrevivir al derrumbe mas no como un vampiro. Pero es hija de su clase, aunque tenga los ojos abiertos. Si bien su mirada es implacable para con los suyos, le es difícil lograr empatía con los otros, en especial con los subalternos como las empleadas domésticas o los obreros que construyen la piscina de su casa.[2] Parece condenada a la soledad. Su destino se adivina semejante al de la mosca a la que libera advirtiéndole que sobrevivirá, pero lejos de su familia, es decir, en el exilio y el desarraigo.
La dirección de arte y la actuación de Fátima Buntinx son notables, y, como en pocas películas peruanas, se hace en ella un uso muy expresivo de la música; la propia directora deja escuchar su voz en varias de las canciones que contribuyen eficazmente a representar el mundo de la niña y la formación de su imaginario.[3] Es, no obstante, en esas canciones y en la configuración de los héroes donde la instancia narrativa del filme revela algo de afecto y añoranza por aquel universo que se desmorona: las canciones suenan tiernas, susurrantes y lejanas; los héroes lucen candorosos, valientes y fatigados.
Las malas intenciones de Rosario García-Montero es una opera prima honesta y conmovedora, que trasciende el relato de la experiencia infantil de una niña rica y nos invita a reflexionar sobre nuestro país y su historia, sobre la decadencia de una clase social y un modelo de nación. Su estreno es uno de los más importantes de este año.
Emilio Bustamante
[1] No parece arbitrario relacionar la lluvia de Las malas intenciones con la exposición del artista plástico Juan Javier Salazar titulada Parece que va a llover (1990), inspirada en el mismo Fenómeno del Niño de 1983. Emilio Tarazona ha dicho, analizando la obra de Salazar y respecto a la ausencia de lluvia en Lima, que esta es “casi la metáfora de la falta de circulación o distribución de la riqueza, concentrada permanentemente en la capital” (Tarazona, Emilio. “Sequías, precipitaciones, desbordes… Aspectos de la obra de Juan Javier Salazar vistos desde el cambio climático y socio-económico del Perú contemporáneo”. En: Cuauhtémoc Medina (Ed.) Sur, Sur, Sur, Sur. Séptimo Simposio Internacional de Teoría sobre Arte Contemporáneo (SITAC). México: Patronato de Arte Contemporáneo, 2010). Salazar ha hecho, además, una crítica a la nación criolla en sus muestras, y en una de sus pinturas más conocidas (“Perú, país del mañana”, basada en una lámina escolar) aparecen representados los gobernantes republicanos emitiendo la palabra “mañana” en globos de cómic. Una versión de esa lámina escolar que inspiró a Salazar aparece en el fondo del salón de clases de Cayetana.
[2] Es sugerente que el héroe preferido de Cayetana sea el pobre, oscuro y analfabeto José Olaya, y no Grau y Bolognesi; pero también lo es que Túpac Amaru ocupe un lugar secundario en su altar. Más cercano a ella se encuentra un mártir subalterno que un líder indígena. Túpac Amaru no es, precisamente, un héroe natural de la nación criolla.
[3] Ricardo Bedoya se ha referido al ingenuo racismo que contiene una de esas canciones (“La familia Cucharón”). Otra (“La Catalina”) se escucha durante una de las mejores secuencias del filme: la del arribo a la playa y la liberación de la mosca condenada al extravío; sus versos adquieren resonancias disociativas y fantasmagóricas: “- Usted no ha visto a mi marido que a la guerra un día fue / -Yo no he visto a su marido, ni siquiera sé cómo es / - Mi marido es alto y rubio, tan buenmozo como usted / y en la punta del sombrero lleva escrito San Andrés / Calla, calla, Catalina; calla, calla de una vez / que estás hablando con tu marido y no lo sabes reconocer)
4 comentarios:
Como una acotación quisiera mencionar una idea sobre estos héroes, personajes que dentro de la naturaleza del filme comparten dos mundos: uno real y otro imaginario. En el primero se hace referencia al espacio histórico (pasado) donde si bien no lo mencionó uno de los profesores (Gonzalo Torres) diría que según la Historia los héroes son aquellos que fueron partícipes de una lucha en pos de la LIBERTAD nacional, sea en la lucha por la Emancipación o en nuestra etapa ya como República independiente.
El segundo es uno creado por Cayetana, un lugar donde los héroes son más bien antihéroes, sujetos que están al nivel de cualquier humano víctima de una NO LIBERTAD. A inicio Cayetana observa a los héroes tal como la Historia o sus láminas le cuentan, seres idealistas, perseverantes, con un semblante positivo, son heroicos. Más adelante sin embargo retornan con aires de derrota y pesimismo, uno ha caído mientras que los otros sufren de graves heridas; todos han sido privados de la libertad, sea las de vivir como el de ser emancipados o no siendo dominados. Incluso Olaya no ha tenido esa libertad de ser educado como podría estarlo uno distinto de su raza.
Cayetana a través de su imaginación promueve un cuestionamiento entre el pasado y el presente, sobre qué tanto ha cambiado el país y su misma sociedad. Si bien la imaginación es una realidad ficticia (no real), las evocaciones de los héroes de Cayetana no dejan de ser el manifiesto tanto del pasado como del presente. Imaginar viene de ficcionalizar, es decir, modificar una realidad, fingir o reinventar, sea un evento del pasado o del presente. Imaginación viene además de “imaginario” que se llama al pensamiento colectivo de un grupo el cual implica asuntos tanto culturales, sociales e incluso coyunturales. La imaginación de Cayetana es nada menos que el imaginario de la sociedad limeña, una fragmentada, llena de apatías y semblantes autodestructivos. La Lima de entonces estaba llena de pulsiones de muerte.
Esta imaginación de los héroes es por lo tanto una versión muy franca que podría ofrecerse tanto del pasado como del presente limeño. La mirada de Cayetana o del infante es más una apreciación que una interpretación, aquella que podría cargar con prejuicios o razonamientos propios de una aglomeración de ideas preconcebidas como la diferencia del color de la piel o la bonanza económica a costas del terrorismo, he ahí la franqueza, la neutralidad que solo la mirada de Cayetana podría refractar, libre de culpa o delito, más sí expuesta a esto.
Dadas las buenas criticas de esta película fui a verla y puedo decir que realmente era lo que esperaba y tal vez un poco más, me agrado mucho; lo curioso es que en la sala donde se proyectaba este film, no había mucha gente, y es que realmente concuerdo con un grupo de chicos que iban a otra sala: "la gente esta harta del tema marginal-social", "los directores peruanos quieren hacer la película para ganar el Oscar", la verdad no es una mala meta pero seamos francos, el cine es hoy una industria y como tal tiene que generar dinero si quiere sobrevivir, lamentablemente se siguen haciendo películas cuyo contenido ha sido el mismo durante casi más de 20 años, me temo que poco a poco el cine peruano será un arte de aficionados y se reducirá solo a documentales de comida y cortos de tipo B.
Hace algún tiempo leía un articulo en el comercio sobre el cine en provincia, la gran acogida y taquilla que tenia el cine de otros géneros, digo yo: - ¿porqué los cineastas más logrados de nuestro cine peruano no optan por realizar películas de generó aventura?, tenemos una cultura tan rica en términos mitológicos y místicos, hay tanto material para explotar allí, recordemos que personajes como Indiana Jones nacieron como inspiración de Hiram Bingham y sus exploraciones aquí en Perú, ¿no creen que es momento de algunos cambios en la forma de ver esta industria?, el cine es cultura, arte, industria pero también puede ser diversión, consideren que no todos somos cinefilos especializados, la gente paga por entretenimiento y si el cine peruano no ofrece ello, difícilmente puede ser rentable.
Esta película se ve muy buena, me refiero a que es una película que trata de algunos hechos que se ven en la vida real, como la falta de atención en los hijos, un miembro mas que llega a la familia para obtener toda la atención ETC.
Gracias
Un enlace al cuadro “Perú, país del mañana” de Juan José Salazar, referido en la crítica de Emilio
http://latorredemarfil.lamula.pe/2010/07/27/pais-de-las-oportunidades-perdidas/EduardoGonzalez
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