Con la cancelación del Festival Internacional de Cine Contemporáneo de México (FICCO), el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (BAFICI) queda como el único y el más valioso en América Latina (que siempre lo fue) en la propuesta de ser una vitrina para el cine más inquieto y curioso que se hace en el mundo.
Aunque este año se extrañaron varios títulos que pudieron estar en la muestra Trayectorias, que suele ofrecer lo último de los autores más reconocidos del cine mundial, la enorme oferta de más de 400 títulos (entre largos y una parte minoritaria de cortos) es realmente abrumadora.
Con relación al panorama internacional, que incluye a Trayectorias, lo deseable sería que el BAFICI se abriera a la mayor cantidad posible de películas destacadas vistas en los festivales de Berlin, Cannes, Locarno, Venecia y San Sebastián (que no se hayan estrenado en Buenos Aires, claro) del año anterior. Con ello, el BAFICI cubriría en parte esa función de "festival de festivales" que tiene, por ejemplo, el de Toronto, la mejor ventana en América del Norte para tomar contacto con lo más destacado del cine del último año. Y eso no significa perder para nada su propia identidad que consiste en ofrecer novedades en los programas competitivos y en las otras muestras y focos que, como las de este año, permitieron conocer la obra de realizadores totalmente desconocidos en nuestras tierras. Por ejemplo, la pareja Tiza Covi (italiana)y Rainer Frimmel (austriaco), el francés Alain Guiraudié, el alemán Bernard Sallman, el británico Chris Petit, entre otros, además del brasileño Rogerio Sganzerla, muy poco conocido o visto, a pesar de tener varios títulos que en su momento tuvieron cierta resonancia (por ejemplo, El bandido de la luz roja o Copacabana mi amor).
Sin ánimo de hacer una reseña algo desarrollada del Festival, quiero sí destacar algunas de las películas de mayor nivel o curiosidad que aprecié entre los casi 60 films que pude ver, y dejo de lado a los que ya conocía de otros festivales (La cinta blanca o Policia, adjetivo, por ejemplo) y que he mencionado en notas anteriores. Dejo también las películas latinoamericanas que deben ser parte del próximo Festival de Lima.
Mi preferida es Vincere, del italiano Marco Bellocchio, un acercamiento casi operático a la pasión amorosa de Ida Dalser, la amante temprana de Benito Mussollini, con una intensa interpretación de Giovanna Mezzogiorno. Destaco, también, a la portuguesa Morrer como un homen, de Joao Pedro Rodrigues, un melancólico (en el mejor sentido de la palabra) retrato de un transexual, impecablemente interpretado por Fernando Santos.
Ya no es una sorpresa encontrarse con una cinta rumana de enorme interés: en este caso fue Francesca, del debutante Bobby Paunescu. Hadewijch ratifica el valor de la obra del francés Bruno Dumont, cuya hosquedad personal y sus discutibles opiniones acerca de su propia obra llamaron la atención en Buenos Aires.
En las sombras, del alemán Tomas Arslan es un logrado thriller, de resonancias melvillianas (se entenderá que no por Herman sino por Jean-Pierre), así como también tiene interés el thriller El ladrón, de Benjamin Heisenberg, también alemán, lo que abre al cine de ese país a un género que no le ha sido ajeno en el pasado, pero que estaba muy descuidado en los últimos tiempos.
Una sorpresa: el film de animación australiano Mary y Max, de Adam Elliot, que venía de compartir con Coraline el premio mayor del Festival de Annecy. No una sorpresa, sino una confirmación fue la china Oxhide II, de Liu Jia Yin, un riguroso relato en pocos planos y continuidad de tiempo de la preparación de la comida y el acto de comerla a cargo de padre, madre e hijo en una habitación.
Un descubrimiento: el documental japonés El ejército desnudo del emperador sigue marchando, de Kazuo Hara del año 1987, una inquietante crónica que sigue los pasos de un veterano de la guerra que entrevista, cuestiona (e incluso agrede a dos de ellos delante de la cámara) a varios ex-oficiales del ejército nipón.
Dos decepciones: Rostros, del malayo-taiwanés, en parte un homenaje a Truffaut y a su actor-fetiche Jean-Pierre Leaud a cargo de Tsai Ming-liang, uno de los más importantes realizadores contemporáneos, y Kinatay, del filipino Brillante Mendoza, aunque hay que reconocerle a este último su capacidad para hacer del realismo sórdido un poderoso atractivo audiovisual. Una decepción parcial: Leyendo el libro del bloqueo, del ruso Alexander Sokurov, un documental de de factura televisiva bastante convencional para lo que cabría esperar del autor de El arca rusa.
Isaac León Frías
Aunque este año se extrañaron varios títulos que pudieron estar en la muestra Trayectorias, que suele ofrecer lo último de los autores más reconocidos del cine mundial, la enorme oferta de más de 400 títulos (entre largos y una parte minoritaria de cortos) es realmente abrumadora.
Con relación al panorama internacional, que incluye a Trayectorias, lo deseable sería que el BAFICI se abriera a la mayor cantidad posible de películas destacadas vistas en los festivales de Berlin, Cannes, Locarno, Venecia y San Sebastián (que no se hayan estrenado en Buenos Aires, claro) del año anterior. Con ello, el BAFICI cubriría en parte esa función de "festival de festivales" que tiene, por ejemplo, el de Toronto, la mejor ventana en América del Norte para tomar contacto con lo más destacado del cine del último año. Y eso no significa perder para nada su propia identidad que consiste en ofrecer novedades en los programas competitivos y en las otras muestras y focos que, como las de este año, permitieron conocer la obra de realizadores totalmente desconocidos en nuestras tierras. Por ejemplo, la pareja Tiza Covi (italiana)y Rainer Frimmel (austriaco), el francés Alain Guiraudié, el alemán Bernard Sallman, el británico Chris Petit, entre otros, además del brasileño Rogerio Sganzerla, muy poco conocido o visto, a pesar de tener varios títulos que en su momento tuvieron cierta resonancia (por ejemplo, El bandido de la luz roja o Copacabana mi amor).
Sin ánimo de hacer una reseña algo desarrollada del Festival, quiero sí destacar algunas de las películas de mayor nivel o curiosidad que aprecié entre los casi 60 films que pude ver, y dejo de lado a los que ya conocía de otros festivales (La cinta blanca o Policia, adjetivo, por ejemplo) y que he mencionado en notas anteriores. Dejo también las películas latinoamericanas que deben ser parte del próximo Festival de Lima.
Mi preferida es Vincere, del italiano Marco Bellocchio, un acercamiento casi operático a la pasión amorosa de Ida Dalser, la amante temprana de Benito Mussollini, con una intensa interpretación de Giovanna Mezzogiorno. Destaco, también, a la portuguesa Morrer como un homen, de Joao Pedro Rodrigues, un melancólico (en el mejor sentido de la palabra) retrato de un transexual, impecablemente interpretado por Fernando Santos.
Ya no es una sorpresa encontrarse con una cinta rumana de enorme interés: en este caso fue Francesca, del debutante Bobby Paunescu. Hadewijch ratifica el valor de la obra del francés Bruno Dumont, cuya hosquedad personal y sus discutibles opiniones acerca de su propia obra llamaron la atención en Buenos Aires.
En las sombras, del alemán Tomas Arslan es un logrado thriller, de resonancias melvillianas (se entenderá que no por Herman sino por Jean-Pierre), así como también tiene interés el thriller El ladrón, de Benjamin Heisenberg, también alemán, lo que abre al cine de ese país a un género que no le ha sido ajeno en el pasado, pero que estaba muy descuidado en los últimos tiempos.
Una sorpresa: el film de animación australiano Mary y Max, de Adam Elliot, que venía de compartir con Coraline el premio mayor del Festival de Annecy. No una sorpresa, sino una confirmación fue la china Oxhide II, de Liu Jia Yin, un riguroso relato en pocos planos y continuidad de tiempo de la preparación de la comida y el acto de comerla a cargo de padre, madre e hijo en una habitación.
Un descubrimiento: el documental japonés El ejército desnudo del emperador sigue marchando, de Kazuo Hara del año 1987, una inquietante crónica que sigue los pasos de un veterano de la guerra que entrevista, cuestiona (e incluso agrede a dos de ellos delante de la cámara) a varios ex-oficiales del ejército nipón.
Dos decepciones: Rostros, del malayo-taiwanés, en parte un homenaje a Truffaut y a su actor-fetiche Jean-Pierre Leaud a cargo de Tsai Ming-liang, uno de los más importantes realizadores contemporáneos, y Kinatay, del filipino Brillante Mendoza, aunque hay que reconocerle a este último su capacidad para hacer del realismo sórdido un poderoso atractivo audiovisual. Una decepción parcial: Leyendo el libro del bloqueo, del ruso Alexander Sokurov, un documental de de factura televisiva bastante convencional para lo que cabría esperar del autor de El arca rusa.
Isaac León Frías
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