jueves, 22 de diciembre de 2011

Un novio para tres esposas



“Un novio para tres esposas” es el absurdo título que lleva entre nosotros “La versión de Barney” o “El mundo de Barney”, una película canadiense de Richard J. Lewis, que adapta una novela de Mordecai Richler, escritor judío canadiense, autor también de la novela que dio origen a “El gran canalla” (1974), una de las mejores películas de Richard Dreyfuss.


La cinta retrata a Barney Panofsky (Paul Giamatti), productor de televisión, bebedor impenitente, fanático del hockey, impulsivo romántico, insatisfecho crónico, a veces brutal, depredador e irresponsable, fino estratega de sus propias derrotas. El arco temporal que traza esta biografía de un hombre como cualquiera abarca tres décadas y se traslada de Europa a América, de la bohemia e ilusionada Roma a la pragmática Montreal, al ritmo de sus entusiasmos y decepciones. La estructura es retrospectiva y se organiza en torno a las relaciones que establece Barney con tres mujeres encarnadas por Rachelle Lefevre, Minnie Driver y Rosemund Pike.


Son tres historias de amor que no se presentan con dosis similares de sutileza ni de gracia. La primera historia es confusa e irrelevante; la segunda carga las tintas hasta la caricatura; la tercera es la más atractiva, desarrollada y verosímil. En el vaivén laberíntico de los tiempos que articulan la vida de Barney, el director Lewis se las agencia para aportar cuotas diversas de costumbrismo para lucir el color local del mundo de la cultura judía de Montreal. De ahí, salta a la descripción picaresca de personajes excéntricos y bohemios que son el coro vital de la juventud de Barney y culmina en una catarata sentimental vinculada con el mal de Alzheimer.


Pero no solo eso. También traza apuntes satíricos sobre el mundo de la televisión basura y abunda en reflexiones sobre el abandono de las ilusiones y los ideales de la juventud. Como una pista suelta, o una historia desgajada, encontramos la trama criminal de la desaparición de Boogie, el mejor amigo del personaje principal, lo que lo convierte en presunto autor de su muerte. Queda apuntada la hipótesis de Barney como asesino imaginario del amigo talentoso, casi genial: Barney eliminando lo que nunca llegó a ser. La película está marcada por un humor paródico y autoindulgente, pero también por dosis de un cinismo que nunca juzga las canalladas del personaje, porque son, al fin y al cabo, las de un hombre como todos.


El director Lewis también ofrece oportunidades para que los actores se luzcan, sobre todo a un Dustin Hoffman patriarcal, deslenguado y truculento. Pero lo más interesante de la película es la presencia del actor Paul Giamatti, el de “Entre copas” y “Esplendor americano”. Giamatti posee esa presencia opaca, malhumorada, de tintes patéticos, que anula cualquier posibilidad de encanto o glamur para su personaje. Barney es un antihéroe, un perdedor, un hombre que cultiva el arte de equivocarse hasta echar a perder lo que más quiere. El actor impone una relación horizontal con el espectador y no le lanza guiños altivos o de superioridad a la manera de las “estrellas de cine”. Por eso, Barney-Giamatti atraen hacia el personaje, de modo alternativo, el enojo, la comprensión, el desprecio y la piedad final.


Ricardo Bedoya

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanto ver a Dustin Hoffman, en el papel del padre de Giamatti.

Todos esos sentimientos encontrados que despierta Giamatti en el espectador es lo mejor de la pelicula.