miércoles, 30 de noviembre de 2011

El fin de una era

En 2015, solo el 17 % de las proyecciones en las salas serán en soporte fílmico. Lean este artículo:

http://www.isuppli.com/Media-Research/News/Pages/The-End-of-an-Era-Arrives-as-Digital-Technology-Displaces-35-mm-Film-in-Cinema-Projection.aspx

viernes, 25 de noviembre de 2011

Un cuento chino



“Un cuento chino” es una película argentina de cuya presencia en la cartelera pocos deben haberse enterado. Son las reglas del negocio del cine en el Perú: las películas que escapan al perfil de “Crepúsculo: amanecer, parte 1” están condenadas a la clandestinidad, a la ausencia de publicidad, a un estreno desairado.

Lástima, porque “Un cuento chino”, de Sebastián Borensztein, es una cinta apreciable. Tiene el aspecto de una fábula construida en torno al personaje de Roberto, que encarna Ricardo Darín, un ferretero misántropo, solitario, malhumorado, que pasa sus interminables días coleccionando las noticias absurdas que aparecen en los diarios de todo el mundo. Anécdotas bizarras que –según él- son la prueba fehaciente de la carencia de sentido de la vida. El personaje evoca aquellos que encarnaba Nino Manfredi en el cine italiano de los años sesenta: terco y obstinado en sus manías pero con algún flanco débil a punto de quedar expuesto. Es el sujeto impenetrable al que, un día, le alcanza lo inesperado o, acaso, lo que está programado por un azaroso destino: un joven chino, maltratado y perdido en Buenos Aires, se cruza de modo casual en su camino. Empieza una extraña historia de convivencia, acaso forzada, acaso voluntaria, tal vez indispensable para él y su vida futura.

El mérito de la película es saber mover los hilos de una historia que se afilia a toda una tradición genérica de la comedia, la de la pareja dispar, obligada a permanecer unida aunque la circunstancia resulte insoportable y la incomunicación se imponga. La situación hilarante, por eso, adquiere por momentos el acento de lo enojoso e incluso de lo angustioso. En paralelo, se dibuja el entorno del pequeño barrio y se traza el retrato de los clientes de la ferretería y de la paciente vecina enamorada de Roberto, redondeándose un clima de discreto costumbrismo. De pronto, se apuntan episodios fantásticos, escenas imaginarias y situaciones grotescas que no siempre se resuelven con gracia o corrección. O la comedia se airea con episodios de humor físico e incluso burlesco, como ocurre en las secuencias de la comisaria y de la Embajada de la China Popular.

Y en el centro de todo está Ricardo Darín. La cámara lo registra hasta en sus mínimos gestos y estallidos de furia y lo muestra contemplando el derrumbe de sus rutinas. Lo escuchamos murmurando, soltando interjecciones, refunfuñando. Los usos del lenguaje le sirven de poco; sus fobias le impiden la comunicación amical y amorosa. Los mejores momentos de la película son los que presentan al actor ejercitando el arte del humor impávido. Es decir, afrontando con seriedad lo más ridículo y asistiendo, con gesto imperturbable, a lo que puede resultar delirante o extravagante.

La película se debilita cuando la fábula acentúa su costado didáctico y se insinúan lecciones sobre la tolerancia, el respeto a las diferencias culturales y la aceptación del “otro”. También cuando se cargan los tintes dramáticos o sobrevienen las explicaciones del pasado de Roberto y sus traumas personales vinculados a un episodio penoso de la historia argentina.

Ricardo Bedoya

domingo, 20 de noviembre de 2011

La muerte de la imagen fílmica



ARRI, Panavision y Aaton han dejado de producir cámaras fílmicas y desde ahora fabricarán únicamente cámaras digitales para cine. Si a ello le sumamos la conversión acelerada de las salas públicas a la proyección digital, no es desencaminado concluir que en cinco años más la imagen fílmica será un recuerdo para cinéfilos.



Aquí tienen estos esclarecedores artículos:




viernes, 18 de noviembre de 2011

Baby Shower




¿De horror o de humor involuntario?


Ricardo Bedoya

Fragmento de "Gallo de mi galpón"

El Archivo Peruano de Imagen y Sonido, que dirigen Irela Núñez y Mario Lucioni, han colgado en You Tube este fragmento de "Gallo de mi galpón" que muestra a Jesús Vásquez cantando "El plebeyo". Es una restauración realizada a partir del cortometraje "Los pioneros", de Jorge Reyes.

Aquí lo tienen: http://www.youtube.com/watch?v=PNerA33L_Dw

domingo, 13 de noviembre de 2011

Un festival en medio de la crisis griega

Este año el 52 Festival Internacional de Cine de Tesalónica se realizó en medio de la mirada del mundo sobre la crisis económica griega. Sin embargo, en esta ciudad, a seis horas de Atenas, el espíritu fue distinto: el fantasma de la crisis se mostró apagado, encerrado mientras miles de personas asistían a las salas de proyección a ver un cine distinto, proveniente de lugares tan disímiles como Irán, Chile, Serbia, Japón o Rusia.


Tal como lo dijera el director del festival, Dimitris Eipides, "esta vez el festival muestra más cine independiente que nunca", punto que quedó reflejado en cada una de las muestras: la competición oficial, la muestra de cine griego, la dosis de cine balcánico, el forum experimental, y los homenajes al cineasta Constantino Giannaris (la mejor sorpresa que me haya podido dar este festival), a la estadounidense Sara Driver y al austríaco Ulrich Seidl.


Si bien la noche de los premios me dejó una desazón (ya que generalmente los premios no necesariamente gratifican lo mejor de esta edición del festival), haber estado en esta ciudad y conocer su contexto cultural, donde se mantiene el deseo por conocer y hacer un cine lejos del mainstream, que está a la búsqueda de sus propios modos de representación y de puesta en escena, me ha permitido conectarme con un lado del mundo donde se abrieron posibilidades para la producción de cine en medio de situaciones difíciles (nueve filmes griegos en diferentes muestras, por ejemplo). Un festival a tener en cuenta.


Mónica Delgado

viernes, 11 de noviembre de 2011

El precio del mañana y Contagio



“El precio del mañana”, de Andrew Niccol, y “Contagio”, de Steven Soderbergh, son dos atractivas películas de ciencia ficción. La de Niccol se pliega, de modo más ortodoxo, a las reglas del género. La de Soderbergh simula ser una crónica periodística, un expediente documentado, la historia de una letal epidemia.

“El precio del mañana” muestra un futuro dominado por la ingeniería genética que ha programado un tiempo máximo de vida humana de 25 años. Los plazos adicionales se obtienen mediante intercambios y negociaciones que incluyen la explotación y la rapiña. La ciencia está al servicio de una oligarquía que cobra una plusvalía medida en tiempo de vida pagada por los explotados de la tierra. En ese mundo que luce como un inmenso campo de concentración en el que hay kapós y guardianes del tiempo, aparecen de pronto un par de “indignados”, la pareja que conforma Justin Timberlake y Amanda Seyfried.

Y entonces la ciencia ficción se desliza hacia otras vías. El director Andrew Niccol lanza guiños a sus películas preferidas. La pareja de amantes en fuga y revuelta justiciera contra la sociedad no sólo evoca “Bonnie y Clyde” sino también “Gun Crazy”. Pero la referencia más marcada está en el rostro de Amanda Seyfried, en la forma en que están delineados sus ojos, en sus miradas de costado: es la Anna Karina de “Alphaville”, la película de ciencia ficción de Jean-Luc Godard. Niccol se las agencia para instalar el espíritu inconforme de Godard en esta historia que, conforme avanza, se va perfilando como una fábula contra las corporaciones y los manejos oscuros de Wall Street.

En los giros que realiza el relato entre la fantasía distópica, el romance urgido, la persecución violenta, la carrera contra el tiempo y las alusiones a la codicia de los poderosos, se producen desniveles y turbulencias pero a pesar de ellos la película mantiene la energía.

“Contagio”, en cambio, está despojada de cualquier coqueteo estilístico. Desde el inicio es precisa, racional, expositiva, clara, tan aséptica como un quirófano. Una epidemia se expande por el mundo y el horror se globaliza. Soderbergh registra las trayectorias posibles del mal, las rutas del contagio, pero también los flujos del miedo.

Soderbergh desmonta los mecanismos típicos de las películas apocalípticas y de catástrofe. En el reparto encontramos actores tan conocidos como Matt Damon, Gwyneth Paltrow, Marion Cotillard, Kate Winslet, entre otros, pero nunca se propicia la identificación emocional con ellos. Más que víctimas o supervivientes de la epidemia, los personajes son funciones de una trama expositiva. La situación de la epidemia es desesperada, pero las acciones no apuestan al suspenso inmediato. La tragedia es consecuencia de la expansión de un clima moroso, cotidiano, casi inevitable.

El tratamiento plástico de la película es el fundamento del horror congelado que transmite: luces neutras, pálidas. Soderbergh no apela al expresionismo. El montaje pone lo suyo. Conecta lugares del mundo unidos por el mal, pero también pantallas que dan cuenta de la expansión del virus. Fragmentos breves que localizan la acción e informan del avance paralelo de tres males: la enfermedad misma; la paranoia que se va extendiendo por el mundo, y la manipulación mediática que rentabiliza el miedo.

Ricardo Bedoya

domingo, 6 de noviembre de 2011

Festival de cine europeo: "En ville" y "Pork and milk"



"En ville" (foto), de Valérie Mréjen y Bertrand Schefer, y "Pork and milk", también de Mréjen, en clave de ficción minimalista la primera, y de documental la segunda, muestran a personajes construyéndose o reinventándose a sí mismos. En "En ville", una adolescente que evoca a las muchachas desdichadas de Pialat o Varda -pero sin crispaciones ni violencia- se separa de su mundo protegido y se lanza a un viaje en el que conocerá a un fotógrafo cuarentón que la abre a la percepción de los paisajes en crisis y deterioro de la Europa de hoy, los amores tempranos y las primeras turbulencias afectivas. Y todo en un clima de lánguida melancolía, espacios vacíos, tiempos muertos, encuadres fijos, trayectorias inciertas.



En "Pork and Milk", ocho testimonios de judíos que nacieron ortodoxos y decidieron romper con la tradición cultural y la vida familiar y llevar una vida laica. Son testimonios que Mréjen relocaliza y en los que sabe encontrar no el costado exaltante por una libertad conquistada, sino acaso el tono culposo que queda luego de una educación fundamentalista y el desencanto por lo que pudo ser un proyecto de vida imaginado por padres y ancestros, y que no fue.



Ricardo Bedoya

sábado, 5 de noviembre de 2011

Algunas películas del Festival de cine europeo




Jerichow
Christian Petzold deseca "El cartero llama dos veces", la novela clásica de James Cain y la convierte en una sucesión de escenas fantasmales. El deseo de los protagonistas es un juego de asaltos abruptos, apariciones súbitas y nocturnas, asedios en el bosque, una ronda de apariciones y desapariciones. Todo es seco, espectral, alusivo, entrecortado, congelado, neto, elíptico. La narración tiene un trazo frío, lineal, ineluctable. Cine negro, renegrido, pero sin retóricas atmosféricas, efectos glamorosos ni guiños al pasado. Aquí, “el cartero llama dos veces”, como la muerte y el destino, para dar una oportunidad a los que no la esperan y lanzar un zarpazo a la inevitable víctima, monstruo y ser frágil a la vez. De lo mejor del festival.





Blog
Un grupo de quinceañeras se comunica por las redes sociales, conversa a través de webcams y en directo, graba sus reuniones reales y la película se presenta con la inmediatez de un videoblog. Se alternan texturas visuales diversas y desarrolla una trama subterránea, la historia de un pacto colectivo que se revela al final. Elena Trapé filma a sus actrices con el aliento espontáneo que parece haber aprendido mirando una y otra vez algunas secuencias de “Kids”, aunque estas chicas españolas parezcan querubines de algún coro celestial al lado de los personajes de Larry Clark. Acierta en la gracia y el desenfado de los diálogos y en la mirada insistente de la cámara en mano o en la estrategia invasiva de la intimidad expuesta por la cámara de vídeo omnipresente. Pero la película desbarra en las secuencias finales, con su estética de fotonovela romántica y no digo más para no revelar nada.





Whisky y vodka
Un decepción, sobre todo viniendo de Andreas Dresen, el director alemán de la interesante “Nunca es tarde para amar”. Sigue la crisis de un actor alcoholizado y sus dificultades para proseguir el rodaje de una comedia de época, pero el conjunto se disuelve en lo episódico y en lo insustancial, aprovechando el discreto encanto de las películas que muestran al cine haciéndose. Al verla recordaba la divertida pero angustiosa secuencia de Valentina Cortese incapaz de recordar sus líneas y de abrir la puerta correcta en el set de “La noche americana”, un Truffaut menor, pero a todas luces superior al de Dresen.





Ricardo Bedoya